Por Fernando Gutiérrez - Las previsiones
del presupuesto que se está debatiendo en el Congreso corren
riesgo de quedar desactualizadas rápidamente: el dólar a
$166 que se pronosticó para fin de año luce cada vez menos probable, dado el ritmo
de devaluación que está imprimiendo el Banco Central. En el recién terminado septiembre la
cotización del tipo de cambio oficial subió un 6,19%, y todo indica que esa
velocidad de deslizamiento se mantendrá, con lo cual el precio del dólar podría
ubicarse más cerca de los $177 a fines de diciembre.
Ocurre que, una vez descartada por el ministro Sergio Massa la
posibilidad de una devaluación brusca -pero con un mercado que sigue marcando
la necesidad de un ajuste en el tipo de cambio- la única alternativa que le
queda al Gobierno es seguir pisando el acelerador de las mini
devaluaciones diarias que hace el Banco Central.
La tasa del "crawling peg" tiene varios motivos para continuar
alta. Una es el compromiso de Massa de no generar un mayor atraso cambiario
-algo que, por otra parte, es una exigencia del Fondo Monetario Internacional-,
y eso implica que la tasa devaluatoria no puede ir muy por debajo de la
inflación. Para ponerlo en números, con una inflación que se estima en 7% para
septiembre y en leve descenso en los meses siguientes, en el mercado consideran
poco probable una devaluación menor al 6% mensual.
Pero, sobre todo, el motivo por el cual esa tasa seguirá alta es porque
se la ve como una forma de evitar que crezca la brecha del dólar paralelo. Hoy
la diferencia entre el dólar MEP y el oficial del Banco Nación es de
94%, y el objetivo prioritario del Gobierno es que continúe en baja.
Es por eso que, además, hay una fuerte expectativa de que, otra vez, se
produzca una suba
en las tasas de interés: es la manera de evitar que la liquidez del
mercado de pesos termine presionando al dólar. Como consecuencia de la masiva
liquidación de los "sojadólares", esa liquidez es mayor, al punto que
los pasivos del Banco Central aumentaron un 12% en un mes.
La brecha, objetivo uno
Tal es la preocupación con la brecha cambiaria, que se transformó en el
principal obstáculo para la definición del esperado "dólar
Quatar". En el
equipo económico existe la fundada creencia de que una suba permanente del tipo
de cambio turista le pondría un "piso" más alto al dólar blue.
En las últimas horas han circulado muchas versiones al respecto. Se ha
hablado de la posibilidad de subir la alícuota del impuesto PAIS, que
actualmente es de 30%, a un 50%. También se planteó la posibilidad de
incrementar la percepción del impuesto a las Ganancias -que durante
la breve gestión de Silvina Batakis ya había sido elevado de 35% a
45%-.
Otra posibilidad, tal como había planteado el viceministro Gabriel
Rubinstein antes de asumir su cargo, es la de llevar toda la demanda del
turismo al mercado del MEP, lo que implicaría que las divisas ya no saldrían de
las reservas del Banco Central sino que serían provistas por el mercado, en un
desdoblamiento de hecho.
Esto ocurre, sobre todo, si la solución elegida es el aumento del
impuesto PAIS y la percepción de Ganancias. Actualmente, la suma de ambos
factores es de 75% por encima del dólar oficial.
En otras
palabras, el dólar turista que rige actualmente hace imposible que el dólar
blue pueda caer por debajo de $267, dado que si el paralelo es más barato que
el dólar tarjeta se produciría un inmediato arbitraje que haría agrandar la
"brecha". Este razonamiento es lo que hace de freno al objetivo
que se planteó en un principio, que es llevar al dólar turista al entorno de
$300, y por lo tanto crecen las posibilidades de que se establezca un cupo al gasto
con tarjetas. En la jerga de los economistas, se ajustaría "por cantidad y
no por precio".
El dólar implícito de $230
El propio viceministro Rubinstein, en su
polémica con Cristina Kirchner sobre el vínculo entre la inflación y la alta
rentabilidad de las empresas, aludió a la culpa de la brecha en la suba de los
precios. Y dijo expresamente que, para que se cumpla el objetivo oficial de
bajar la inflación al 60% el año próximo, bajar la brecha cambiaria es una de
las condiciones.
En realidad, su diagnóstico es que el objetivo debe ser la unificación
del tipo de cambio -que, en los hechos, significa el levantamiento del cepo y
una devaluación- pero que ese escenario, "sin un robusto superávit fiscal
primario y casi sin reservas luce demasiado riesgoso".
Este argumento
es lo que llevó a los economistas a la observación de que el
Gobierno busca acumular reservas para poder
devaluar, una situación rara porque tradicionalmente ocurre lo inverso: se
devalúa para recuperar reservas.
Pero los economistas miran con precaución esa estrategia. Así lo
argumenta la consultora LCG: "Este error de diagnóstico va a llevar a
un problema que ya se hizo notar con el dólar soja. Cuando se pone un tipo de
cambio diferencial para la exportación más alto que para los importadores, el
BCRA genera una expansión de pesos que no es compensada por la débil demanda de
circulante".
Lo cierto es que el éxito que tuvo el "dólar soja" tuvo un
alto costo: la liquidación de u$s7.600 millones -que permitió mantener al
mercado en calma y lograr la meta comprometida con el FMI- implicó una fuerte
expansión monetaria. En cifras, por cada dólar que ingresó, el Banco Central
emitió $230.
Esa cifra empieza a ser mencionada como el nuevo "tipo de cambio
implícito", lo cual aumenta la ansiedad
por una devaluación. "Las dinámicas del mes fortalecen aún más la
noción de que el tipo de cambio real ya se ubica en niveles no
sostenibles a mediano plazo (ajustado por tipo de cambio real
multilateral es un 30% menos competitivo que en diciembre 2019)", apunta
un reporte de la consultora Invecq.
En la misma línea, un informe de la firma inversora Consultatio calificó
al régimen preferencial de la soja como "un Caballo de Troya que lleva
consigo un adiós al régimen cambiario tal cual como lo conocemos y preanuncia
un desdoblamiento más formal y más amplio".
Y el economista Fernando Marengo, del estudio Arriazu, recomienda
poner la lupa sobre qué harán
los pesos depositados en el sistema financiero: "En la medida que
estos fondos sean utilizados, aumentará la circulación de pesos, con sus
posibles impactos en el mercado de cambios", escribió en un artículo.
Dólar soja, ¿un adiós definitivo?
Hay otra razón poderosa que lleva al mercado a la expectativa de un alto
ritmo del "crawling peg": es la
condición para que el campo no incurra en un súbito bajón de sus ventas, algo que
podría generar otra vez tensiones cambiarias en los meses de verano.
Según las estimaciones de analistas agropecuarios, los productores
sojeros todavía mantienen en las silobolsas un gran volumen: unas 17
millones de toneladas, luego de las 13 millones liquidadas en el septiembre
récord.
Pero las
probabilidades de que esas existencias puedan ser vendidas antes de abril es
considerada muy baja en el mercado. El hecho de que las grandes
industrializadoras que compran granos ya estén bien abastecidas, unido al bajo
atractivo que implica volver a un precio de $55.000 por tonelada después de los
$70.000 que se pagaron hace un mes, hacen que los productores vuelvan a la actitud
defensiva.
En realidad, la
cuenta que hacen para decidir si vender o no es la de cuántos dólares pueden
comprar en el mercado paralelo con lo que les paga el Banco Central. Antes del
período especial del dólar sojero a $200, sólo podían comprar un 30% de lo que se pagaba
por la tonelada de soja en el mercado internacional. Con ese precio, no
vendían. El dólar especial de Massa los llevó a 49%, y los resultados
quedaron a la vista.
"El mercado tiene una regla de oro: la comercialización de
granos responde directamente a los incentivos que se les dé a los productores
para que negocien sus inventarios. Frente al atraso cambiario, el productor se sienta arriba
de su stock. Cuando reducís la brecha (el dólar soja, en síntesis, fue
algo de eso) las ventas fluyen", afirma Diego
Palomeque, consultor financiero y director de la firma Agroeducación.
Ante esa situación, hubo versiones en el sentido de que Massa podría
buscar algún nuevo incentivo hacia fin de año si la escasez de reservas
volviera a ser un problema. Pero hay dudas sobre si tendrá nuevamente margen
político para ello, como quedó demostrado por las críticas públicas que hizo
Máximo Kirchner, quien hizo su particular interpretación de lo ocurrido: "Nuestro país fue puesto de rodillas por las
cerealeras. Hubo que generarles otro dólar para que liquiden lo que producen en
nuestro suelo y que es parte de la riqueza y de los bienes naturales de nuestra
patria".
Aumentos entre los rumores de shock
Ante esa limitación política para repetir lo que ocurrió en septiembre,
los analistas del negocio agropecuario creen que la opción más probable es
que Massa prefiera acelerar el ritmo del "crawling peg", al tiempo
que da señales de cierta austeridad fiscal. Si de esa forma se lograra reducir
la brecha cambiaria, el incentivo para la exportación agrícola se
incrementaría.
Pero hay un problema: una tasa devaluatoria ya en una velocidad crucero
de más de 6% mensual resolvería el problema del atraso cambiario pero, al mismo
tiempo, contribuye a que suba la nominalidad de la economía.
De hecho, la inflación, el dólar y la tasa de interés están corriendo
una carrera de velocidad cada vez mayor. Y es lo que ha dado pie a las
versiones que ocupan a los empresarios en estos días: la
posibilidad de un plan de shock para congelar todas las variables y
terminar con la carrera nominal.
De hecho,
algunos analistas atribuyen a esos rumores la fuerte remarcación de precios
ocurrida en las últimas semanas: aumentos preventivos
ante la posibilidad de un congelamiento.
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