Domingo 18 - Por Pablo Fernández Blanco - Casi
40 días estuvo Sergio Massa esperando esa foto, que se confirmó en la mañana
del lunes pasado y encendió la temporada alta de comparaciones odiosas en el
Frente de Todos. Fue el último giro de decenas de engranajes que involucraron a
funcionarios argentinos, norteamericanos, empresarios de ambas nacionalidades y
un teléfono directo con el Departamento del Tesoro que todavía permanece en secreto.
El ministro de Economía se enteró a través de
Gustavo Pandiani, su hombre de mayor confianza en el manejo de temas
internacionales, que podría ver a las 10.30 del 12 de septiembre a Janet
Yellen, una protagonista central en el proceso de toma de decisiones que
afectarán la llegada de dólares a la Argentina en los próximos meses.
Festejaron como si hubiesen llenado el álbum de figuritas del Mundial. Massa
desplegó con Yellen su tarjeta internacional de presentación con más potencia
que nunca antes en la gira norteamericana. Le dijo que estaba allí por decisión
de la coalición de gobierno, como resultado de un camino que habían elegido
Cristina Kirchner, Alberto Fernández y él mismo.
El ministro cree que fue razonablemente convincente
como para sepultar la multiplicidad de voces que hasta ahora se atribuían la
representación argentina en Washington y concentrarlas en una sola: la suya.
Massa repitió el mensaje cuatro horas más tarde, con Kristalina Georgieva, la
titular del Fondo Monetario Internacional (FMI). Por primera vez en dos años,
un miembro del Frente de Todos se dirigía en términos amistosos hacia el
organismo, mostraba compromiso con el programa de ajuste acordado en Washington
y decía que hablaba en nombre de Cristina Kirchner, hasta ahora su principal
detractora pública. Es razonable que Georgieva se haya sorprendido. Su buena
vibra casi contagia a Ilan Goldfajn, el economista brasileño que maneja el
Hemisferio Occidental y suele tener posiciones antipáticas con respecto a la
Argentina.
Massa comenzó a quemar el libro rojo del
kirchnerismo con la aprobación de Cristina Kirchner, que en el pasado ha
mostrado capacidad para darse a sí misma treguas ideológicas. Por ejemplo,
cuando le abrió a Chevron el acceso a los dólares que les faltaban a otros, o
en el momento en que convalidó una devaluación bajo la gestión de Axel
Kicillof, en 2014. El respeto por la bandera norteamericana es una muestra de
pragmatismo que pone a prueba la tolerancia del paladar kirchnerista a los
tragos amargos.
El ministro puso otras escarapelas en el suelo.
Celebró que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) le prestará al país
US$400 millones adicionales. Servirán para engrosar las reservas del Banco
Central, la principal alarma hoy, pero también para elevar el nivel de deuda
pública en dólares, algo que hasta hace un mes rechazaban Alberto Fernández y
Cristina Kirchner y los emparenta con algunas decisiones de Mauricio Macri.
Las prioridades cambiaron. Lo sabe el secretario de
Finanzas, Eduardo Setti, a quien señalan como el autor intelectual de las
negociaciones para sacar al país de la corrida en pesos que expulsó a Martín
Guzmán. Pagó un costo alto por la medalla ya que, para proteger el patrimonio
de los bancos, les dio a elegir cobrar en un año según la inflación o la
devaluación, lo que más les convenga. Setti responde a ese punto con una
montaña de realidad: dice que le tocó ser secretario de Finanzas ahora, y no en
otro contexto. En la intersección entre la falta de dólares y la deuda nació
otra herejía. Massa está dispuesto a contraer un pasivo en moneda extranjera
por más de US$2000 millones para acumular reservas al tiempo que les paga más a
los productores de soja, una medida que considera exitosa. No es altruismo,
sino necesidad. Cuando apareció el precio, vinieron tras de él las divisas que
pacificaron los últimos días.
La paleta antikirchnerista del ministro tiene más
colores: aumento de tarifas, mensajes de austeridad para todas las carteras,
recortes de partidas para obra pública y subas de tasas de interés. El jueves
por la tarde se decidieron cosas importantes en el Banco Central en una reunión
de directorio breve. El tiempo es síntoma de otra cosa: Miguel Pesce condujo un
encuentro para validar algo que se habían decidido en otro lado. Justificó un aumento
del precio del dinero por el dato de inflación que se había conocido el día
anterior y por las conversaciones que se venían teniendo. El diálogo es solo
aparente. Massa decide luego de consultar con su equipo y Pesce es, ahora, una
instancia de discusión final en algunos casos.
Un tuit sacudió al círculo rojo anteayer por la
tarde. Antonio Aracre, de Syngenta, sugería la aplicación de un plan de shock
para estabilizar la economía. Sus palabras adquirieron mayor relevancia por la
foto que acompañó al mensaje. El ejecutivo estaba rodeado por Pablo Carreras
Mayer, director del Banco Central, y su vicepresidente Lisandro Cleri, que puso
el despacho para el encuentro. Son hombres de máxima confianza de Massa.
¿Shock en noviembre?
Algunos miembros del equipo económico discuten la
posibilidad de avanzar en noviembre sobre medidas más profundas para enfrentar
a la inflación. Entre ellas, crear un nuevo mercado cambiario que incluya a la
soja, el turismo, los bienes suntuarios y a los servicios basados en el
conocimiento, como los programadores.
Sería un ámbito administrado en última instancia
por el Banco Central y podría estar acompañado por un conjunto de medidas,
establecidas por decreto, para congelar precios clave de la economía por un
lapso determinado. La alternativa aún está en la probeta. Tanto Alberto
Fernández como Cristina Kirchner temen que pueda restarle al oficialismo
competitividad electoral en 2023.
Habrá novedades más cercanas. El equipo económico
discute ideas para continuar experimentando con el dólar en los próximos dos
meses, en especial para bienes suntuarios y turismo. Massa no lo definió, pero
Cristina Kirchner ya dio el visto bueno para tomar decisiones que afecten el
denominado dólar tarjeta.
En las últimas horas se barajaban alternativas para
segmentar a quienes quedarán afectados por esa decisión. Se trataba de excluir
de alguna manera a los servicios cercanos a la clase media, como Netflix o
Spotify.
Hay tres opciones con distinto nivel de
peligrosidad que todavía no logran acuerdo. Una contempla el cierre total de la
venta de dólares para el pago de consumos con tarjeta en el exterior. Otras dos
contemplan llevar el valor actual del dólar para turistas al precio del
denominado MEP, que se obtiene mediante una operación de compra y venta de
bonos.
La discusión transita sobre la manera de llegar a
ese nivel. La alternativa que pesa más en la consideración de Massa consiste en
agregarle al valor oficial la suficiente cantidad de impuesto como para que
llegue al precio del MEP. El ministro considera que esa opción encarecería la
salida de divisas, pero también sumaría recaudación para cumplir con la meta
fiscal pactada con el FMI.
El problema es que tiene fragilidad jurídica: sus
asesores en el Ministerio ya le anticiparon que una decisión de ese tipo puede
naufragar entre medidas cautelares. Otra contempla el desdoblamiento de los
consumos en el exterior y que liquiden en el MEP todos los turistas, tanto los
que se van, como los que vienen. Es una alternativa que le genera desconfianza
porque resignaría la parte de la recaudación que llega por el impuesto. Además,
está en contra de lo que prefiere el FMI.
El perímetro de la incertidumbre se cierra con el
presidente del Central, que en el pasado frenó intentos por ir hacia un
desdoblamiento más decidido. La última vez fue el viernes 22 de julio por la
mañana. La ministra Silvina Batakis lo había convocado a una conversación con
la secretaria legal y técnica, Vilma Ibarra, para comenzar a redactar una
norma. Ibarra notó que Pesce estaba lleno de dudas y propuso seguir discutiendo
el tema. La propuesta no prosperó en ese momento, pero luego se convirtió en el
dólar soja que pacificó al mercado la semana pasada.
Batakis perdió el cargo en el medio y debió ver la
puesta en práctica de su medida desde una oficina más chica, en la presidencia
del Banco Nación. Es un hecho que el dólar saldrá más caro para quien quiera
comprarlo. Es decir, habrá una devaluación sectorizada.
El Gobierno está preparando un experimento para
hacer más digerible la medida: dirá que es un reclamo del sector productivo,
algo que, de hecho, está ocurriendo. El mismo argumento que usó para lanzar un
inédito blanqueo para industrias bajo la inspiración de Guillermo Michel, jefe
de la Aduana.
Michel es uno de los predicadores del nuevo credo.
Dice que todo dólar vale. El miércoles pasado celebraba un cambio en el sistema
informático para pedir autorizaciones para traer cosas de afuera. “Mensaje al
declarante. Importador monitoreado por presunto uso abusivo de cautelares”, respondía
amenazante la pantalla a algunos importadores.
Los empresarios les transmitieron a dos
funcionarios que estaban en un estado de angustia por la falta de dólares. El
último martes, la UIA se lo comentó al secretario de Comercio Interior, Matías
Tombolini, en el edificio de Avenida de Mayo, y el viernes anterior en Rafaela
(Santa Fe) a su excompañero José Ignacio de Mendiguren, ahora en Desarrollo
Productivo. De ese tema hablará Daniel Funes de Rioja con Sergio Woyecheszen,
el yerno del titular de la AFI, Agustín Rossi, que retuvo un lugar en el Banco
Central.
La piola de los dólares llevará a las discusiones
por los precios. Tombolini se ubicará en un punto a mitad de camino entre el
modo analógico de Guillermo Moreno y el digital ideológico de Augusto Costa,
funcionario de Axel Kicillof. Tombolini tiene de referente y validador político
a Costa. Verbalizó en los últimos días una nueva forma de controlar a los
supermercados. Quiere crear una aplicación para que los usuarios denuncien
faltantes en las góndolas, una especie que emerge cada vez que se controlan los
precios. Sería la nueva funcionalidad de la versión de Precios Cuidados.
El giro de Massa es tema de conversación en la
oposición. Le valoran que el Gobierno haya decidido transitar el último año y
medio desechando cuestiones radicales en un programa donde si las cosas se
ponen más feas, la devaluación está antes que el corralito. También el hecho de
que ya no haya palabras agresivas contra los organismos de crédito ni se hable
del pasado reciente para justificar el fracaso presente.
La nueva era no les infunde piedad al momento de
cuestionar al Frente de Todos. Trabajan en eso los asesores discursivos de
Mauricio Macri. Uno de ellos anota una por una las medidas que anuncia Massa en
una hoja A4 intrascendente para armar líneas discursivas para el expresidente.
La hipótesis principal es que la crisis llevó al ministro a tomar medidas en la
dirección opuesta a lo que proponía la vicepresidenta, prueba de que el modelo
de Cristina Kirchner está agotado. Es probable que Macri saque provecho de esa
argumentación en sus próximas apariciones.
El regalo político no alcanza, sin embargo, para
compensar el legado económico que recibirá el próximo presidente, según las
cuentas de la oposición. Un informe privado que llegó al propio Macri, Patricia
Bullrich, los radicales y la Coalición Cívica muestra cómo el Plan Massa tiende
a aumentar la bola de pesos y deteriora al Banco Central, último garante de la
salud del peso. El diputado Luciano Laspina lo definió con dramatismo poético:
se alarga la mecha al costo de agigantar la bomba. Nadie sabe si la explosión
llegará antes o después de diciembre de 2023.ß
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