Domingo 11 - Por Marcos Buscaglia
- La Argentina se enfrenta a una crisis económica, social y política de
proporciones colosales. Nuestro producto bruto interno per cápita es un 10%
inferior al de 2011; la economía se contrajo en 6 de los últimos 11 años; la
inflación promedio de los últimos 10 años fue de 37% y se encamina a superar el
100% en breve; el sector privado creó unos paupérrimos 688.000 empleos en 10
años, de los cuales solo 67.000 fueron en relación de dependencia, y, en el
mismo período, el sector público creó 759.000 empleos.
Los indicadores sociales están a tono con este
descalabro económico. Más del 34% de las personas están bajo de la línea de
pobreza desde inicios de 2019 y el porcentaje se está acercando al 40% en este
segundo semestre de 2022.
La crisis política no se queda atrás. La democracia
enfrenta su desafío mas importante desde el levantamiento carapintada, al poner
el ala más radicalizada de la coalición gobernante en tela de juicio un
principio fundamental: el de la igualdad ante la ley.
El sentimiento de la población se hace eco de la
crisis económica y política que atravesamos. El Barómetro de la Opinión Pública
Argentina (BOPA) que elabora Poliarquía muestra que el humor social está en sus
niveles más bajos desde 2003. Ya en 2019, el expresidente español Felipe
González dijo, en una visita a la Argentina, que el estado de ánimo en ese
momento era “peor que la crisis”, a la que calificó de “severa”. Y agregó: “No
es la ira de 2001, es la desesperanza de 2019.” Que dirá ahora, luego de tres
años de deterioro económico, social y político.
En esta columna dejaré de lado el usual análisis de
la coyuntura y me enfocaré en la pregunta que recibo casi todas las semanas,
con un tono que denota una esperada respuesta pesimista. ¿Tiene salida la
Argentina? ¿Podemos volver a crecer?
Mi objetivo no es analizar los pasos necesarios para
que el próximo gobierno pueda estabilizar la economía y corregir los
desequilibrios macroeconómicos que va a dejar el kirchnerismo. Eso es muy
importante y los riesgos de ejecución son altísimos, pero creo que solo se
podrá abordar más cerca de la transición, cuando quede claro qué parte de la
bomba que están armando les explota a ellos y qué parte le queda para
desactivar al próximo gobierno.
En esta columna no hablaremos de la táctica, sino
de la estrategia. De esos principios más básicos que son los que permiten, o
no, superar una crisis y volver a crecer. Estaré lejos de dar una respuesta
a estas preguntas. Lo que busco es plantear algunas
preguntas y esbozar algunas reflexiones que deben ser leídas solo como el
disparador de una discusión, no como su conclusión.
El planteo lo haré basándome en el libro del
reconocido geógrafo y escritor Jared Diamond, Crisis: cómo las naciones
enfrentan la agitación y el cambio. El autor examina crisis severas en siete
países y, haciendo una analogía con la terapia psicológica para personas que
enfrentan crisis agudas, identifica factores que pueden hacer más o menos
probable que un país pueda superarlas exitosamente. Estos 12 factores,
adaptados a los países, son: 1) consenso nacional de que el país esta en
crisis; 2) aceptación de la responsabilidad propia de la crisis y de la
necesidad de hacer algo para resolverla; 3) “construir una cerca” para delinear
qué cambios se tienen que implementar, definiendo qué es necesario modificar y
qué se puede o se debe mantener; 4) obtener ayuda material y financiera de
otros países; 5) usar otras naciones como modelos de cómo resolver problemas;
6) tener una identidad nacional clara; 7) hacer una autoevaluación honesta; 8)
usar precedentes históricos de cómo el país resolvió otras crisis; 9) tener
paciencia y saber lidiar con el fracaso; 10) tener flexibilidad ; 11) contar
con valores núcleo adecuados; 12) tener libertad de restricciones externas.
La analogía entre las personas en crisis y las
naciones en crisis tiene muchos limites, como dice el propio Diamond. En los
países son muy importantes los liderazgos (positivos o negativos) y las
instituciones políticas y económicas, entre otros factores que no están en las
crisis individuales. Pero, aun con limitaciones, este marco de análisis nos
puede dar un puntapié para analizar varias cuestiones que debemos resolver en
la Argentina.
En primer lugar, creo que no existe un consenso
nacional de que el país esta en crisis. Esto parebien. cerá paradójico, pero no
lo es: los dirigentes no se dan cuenta que el país está en crisis, o se dan
cuenta y nos toman el pelo. De otra manera, no seguirían dilapidando y robando
como lo hacen hasta ahora a nivel nacional, provincial y municipal. Cuando una
familia está en crisis, los primeros en ajustar son los padres. En nuestro
caso, es como si la familia atravesase una crisis económica, pero los padres
estén de juerga mientras los hijos padecen hambre. ¿Va a ser necesario que gane
un Milei o que haya un gran “que se vayan todos”, para que nuestra dirigencia
deje de lado choferes, aviones privados, asesores inútiles, comitivas
internacionales obscenas, etcétera, etcétera? El ethos o carácter distintivo
sobre el que se hagan pactos debe ser el de percibirnos como un país muy pobre,
que es lo que es la Argentina, y no como un país rico que solo atraviesa una
mala racha.
Lo segundo por hacer es aceptar que la
responsabilidad por lo que nos pasa como país y por lo que debemos hacer es
enteramente nuestra. El reconocido historiador económico David Landes, de la
Universidad de Harvard, refiriéndose al rol de la cultura en el desarrollo
económico, argumentaba, con otras palabras, que para que un país progrese es
esencial que se asuma la responsabilidad por los problemas propios. Exactamente
lo contrario a lo que hace el kirchnerismo.
En tercer lugar, es indispensable encarar cambios
selectivos con una buena secuenciación. No todo está mal en el país, ni todo
está perdido. Prueba de ello es que, cuando las condiciones económicas se
estabilizan y se le saca el pie de encima de la cabeza al sector privado, este
se expande vigorosamente. En mi lista de reformas hay tres fundamentales:
separación entre partido y Estado –creando un Estado tecnocrático y no
clientelista–, reforma del sistema de coparticipación federal, e integración al
mundo, lo cual me lleva al próximo punto.
Debemos pedir ayuda a otros países, pero basta de
pedir préstamos, por favor. Nuestra deuda pública externa ya es demasiado
grande para nuestra limitada capacidad de pago. Debemos pedir ayuda para poder
exportar nuestra producción, firmando la mayor cantidad posible de acuerdos de
integración, y obtener ayuda técnica para reestructurar nuestras instituciones,
como la asistencia que proveería la demorada integración a la OCDE.
En quinto lugar, tenemos que usar el ejemplo de
otros países que, en momentos de crisis graves, miraron alrededor para adaptar
instituciones que funcionaron Lo hizo, por ejemplo, Ataturk, el padre de la
Turquía moderna. Cuando el imperio Otomano fue duramente derrotado en la Primera
Guerra Mundial, Ataturk copio el código civil suizo, el concepto de laicidad
francés, y así. Es hora de mirar cómo funcionan las instituciones monetarias y
fiscales de países con baja inflación, cómo funcionan las burocracias de los
países desarrollados y muchas instituciones.
Los puntos seis, ocho y once pueden ser tratados en
forma unificada. ¿Cuál es nuestra identidad y cuales son nuestros valores? ¿Qué
precedente histórico usaremos para que nos guíe? Propongo remontarnos muy atrás
para encontrar un ejemplo inspirador: el de la generación del 37, que luchó
contra la dictadura rosista, el exilio y el ataque a las ideas liberales, en un
país despoblado y atrasado. No dejaron por ello de pensar un país en grande,
con instituciones de avanzada, que se pudiera convertir en un faro de libertad
y de inmigración en el mundo. Y lo lograron. El desafío es muy distinto hoy,
pero no deben serlo las ambiciones ni la tenacidad en la lucha de ideas. Que el
fango en el que nos metió en el kirchnerismo no nos haga dejar de lado la
aspiración sobre la que se creó nuestro país: ser una gran nación. La lección
es que no hay que escatimar en la ambición de las reformas a emprender.
Una autoevaluación honesta nos dirá que no podemos
seguir más así. Incluso los intereses especiales (sindicatos, empresarios
protegidos, políticos y otros) que se han beneficiado del status quo deben
reconocer que la Argentina necesita cambios importantes en su estructura
económica e institucional.
El país no tiene grandes restricciones externas que
limiten nuestro accionar, lo que nos deja solo los puntos nueve y diez:
paciencia y flexibilidad. Exactamente lo que le faltó al país durante el
gobierno de Mauricio Macri (valoración que no lo exime de los errores que
cometió). El próximo gobierno que venga a intentar encaminar al país va a
encontrar muchos obstáculos de los beneficiarios del status quo. Las protestas,
muchas veces violentas, serán pan de cada día; las operaciones mediáticas,
también. A esto se sumarán los inevitables errores de implementación. Es
preciso que los próximos gobernantes tengan un carácter muy didáctico como para
poder guiar a la población por el desierto de los primeros meses o trimestres
de reformas.
Liderazgos fuertes y empáticos con la grave
situación por la que atraviesa la gran mayoría de los argentinos,
reconocimiento de la responsabilidad de lo que nos pasa, elección sabia de qué
reformar y qué mantener, aspiraciones grandes y los valores de la libertad y la
democracia como guía, imitación de ejemplos exitosos y búsqueda de expandir
nuestros mercados, paciencia y flexibilidad de la población. Un cóctel difícil,
pero posible, si nos lo proponemos. ß
“Los dirigentes no se dan cuenta de que el país
está en crisis, o se dan cuenta y nos toman el pelo; de lo contrario, no seguirían
dilapidando recursos”. |