Por Claudio Jacquelin - La consternación dejó paso a la incredulidad, y
la incredulidad, a la desconfianza más pronunciada. Lo que pudo haberlo
cambiado todo termina dejándolo (casi) en el mismo lugar una semana después. La
política argentina sigue inalterada e inalterable en su esencia. Y la sociedad,
también. Lejos unos de otros. Descreídos y desconfiados, todos.
Las mediciones del estado de la opinión pública, después de la explosión
de las primeras horas posteriores al intento de magnicidio de Cristina
Kirchner, muestran una realidad tan estática en lo profundo como sobreexcitada
en la superficie. Las variaciones extremas del minuto a minuto terminan
arrojando un chato y aburridísimo promedio al final del día.
Lo que sucede en la sociedad y lo que ocurre en la superestructura de la
política corren en paralelo. La oscilación pendular del oficialismo, que fue en
solo cinco días de la descalificación absoluta a los opositores y críticos a
establecer sondeos en pos de un presunto diálogo político, sin densidad ni plan
concreto, dejó en el medio la nada. Lo mismo que ya estaba. No hubo avances
sustanciales. Las fracturas siguen expuestas y cristalizadas, sin acciones
concretas destinadas a soldarlas.
“Si un tsunami capaz de cambiar toda la geografía, como es un intento de
magnicidio, no logró modificar la situación actitudinal de los argentinos,
resulta difícil imaginar qué tiene que pasar para que algo cambie. Se necesitan
no una sino muchas cosas que sucedan muchas veces para que haya
modificaciones”, observa con asombro Pablo Knopoff, director de la consultora
Isonomía.
El consultor no habla de opinión, que tampoco se modificó casi en nada,
sino de la actitud de la sociedad y de la dirigencia, que, por el contrario,
parecen haberse consolidado. Más que eventos aislados, promesas repetidas y
respuestas de ocasión se esperan soluciones más duraderas a problemas antiguos
y arraigados. La crisis de representación sigue más que intacta.
Las dudas hasta sobre lo que se vio en vivo y en directo en el atentado
contra la vicepresidenta resultan un epítome sobre el estado de sospecha y
división, que el repudiado hecho solidificó.
Lo confirman los sondeos realizados “en caliente”, cuando el estado de
conmoción aún no debería haberse disipado, como lo refleja la encuesta de la
consultora Trespuntozero. Allí, un 53,6% de los consultados consideran que el
ataque es “un hecho inventado, usado por Cristina Kirchner para victimizarse”.
Lo que se ve es interpretado según lo que se cree, que suele confundirse con lo
que se sabe.
Sobre ese estado de sospecha, que en la cima de la dirigencia política
se exacerba, irrumpieron los sondeos de Eduardo “Wado” de Pedro a opositores
con los que mantenía alguna relación sobre la posibilidad de abrir canales o
espacios de diálogo. Nada que pudiera prosperar fácilmente.
Más aún porque en esos llamados se mostró demasiado interés en la
posibilidad de hacerlos públicos y se auscultó antes que nada sobre la
disposición a asistir a la misa a la que el peronismo convocó para mañana en
Luján tras el atentado contra la vicepresidenta. Instalaciones que en mucho se
parecen a un contrato de adhesión para los opositores. Los ritos religiosos no
son espacios para la discusión y la publicidad de intenciones no siempre abre
el camino de las realizaciones. Más bien suele conspirar contra ellas.
A la informalidad de la iniciativa, la ausencia de un plan prestablecido
y las dudas sobre la autoridad del ministro del Interior para llevarla a cabo
se les sumaba el precedente marcado por sus propias declaraciones del viernes
pasado en medio de la consternación por el intento de magnicidio.
En ellas, De Pedro imputaba a medios de comunicación, periodistas
críticos y opositores de la creación de “un clima de odio y revancha” que
terminó en el intento de asesinato de la vicepresidenta. Un mediador ahí.
La convocatoria a un diálogo por parte de quien, a pesar de todo, se
ofrece como el más dialoguista de la organización menos dialoguista del oficialismo
resultó una maniobra audaz. Si no una paradoja. Ejercitar la conversación no es
lo mismo que concretarla eficazmente. Aunque no debería sorprender demasiado.
De Pedro integra el mismo gobierno que para recuperar la confianza convocó a
quien aparecía en el top cinco del ranking de políticos menos confiables. Y,
hasta hoy, no le ha ido mal. Sobre todo, con los anuncios.
La ausencia de los senadores cambiemitas en la tardía sesión del Senado
de ayer, convocada para repudiar el atentado contra la presidenta de ese
cuerpo, habla de las dificultades existentes para avanzar en consensos y la
suspicacia que rodean y complican todo.
Ni siquiera resultan sencillas las relaciones en el ámbito por
excelencia de la convivencia democrática y al cual todos reivindican como el
lugar adecuado para desarrollar el diálogo político.
En este contexto, son demasiados los que sospechan en Juntos por el
Cambio que no hay intenciones genuinas de establecer un diálogo y de
restablecer un clima de concordia.
Priman entre los cambiemitas la suspicacia y la creencia de que hay
otros dos motivos más reales y concretos detrás de los llamados de De Pedro:
por un lado, presumen que se busca profundizar las diferencias internas de
Juntos por el Cambio, que habían tenido un pico dos semanas atrás, para
propiciar una fractura; por el otro, suponen que es un intento de exponer como
intransigentes (odiadores) a los opositores.
Hay motivos endógenos y exógenos para el recelo. El arco de reacciones
disímiles que despertaron apenas unos meros tanteos exhibe las
microfragmentaciones internas tanto como el nivel de las desconfianzas que las
cristalizan entre los cambiemitas.
La receptividad, aunque con condiciones, que expusieron los radicales
consultados, como Gerardo Morales, Facundo Manes y Emiliano Yacobitti, está en
las antípodas del rechazo absoluto de los macristas más duros, como Mauricio
Macri y Patricia Bullrich, y los cívicos de Elisa Carrió. En el medio abundan
matices y suspicacias.
Unos creen que es una oportunidad surgida de la debilidad en la que el
kirchnerismo se encuentra para sumar más adherentes, que los recientes
episodios se lo confirmaron duramente. Otros piensan que es solo una trampa
lanzada desde la simulación de un espíritu dialoguista que no existiría.
Demasiadas diferencias de visiones, percepciones y posicionamientos. Partidos
muy partidos.
Las recientes declaraciones de Andrés “Cuervo” Larroque, otro de los
líderes de La Cámpora, consolidaron los motivos de la desconfianza.
Sus expresiones en modo autocrítico y consensual, seguidas de la
instalación de graves sospechas sobre algunos opositores, en aparente alusión a
la titular de Pro, Patricia Bullrich, por no repudiar el atentado, reafirmaron
prejuicios.
El ministro bonaerense llamó “a estar atentos a que quizás haya sectores
que entienden que la cultura del odio puede ser redituable en materia
política”. Si, según la lógica camporista, el discurso del odio lleva al
homicidio, los trató de asesinos en potencia. Nada más ni nada menos.
Reforzar a Cristina y dividir
Todo parece abonar las especulaciones y teorías de quienes perciben la
expectativa (y la táctica) del oficialismo de dividir a los opositores. Ese era
uno de los escenarios (u objetivos) que el cristicamporismo trazó apenas horas
después del intento de magnicidio.
Las dos consecuencias políticas del ataque que sacaban y bajaban
monolíticas en ese espacio eran que estaba destinado a provocar “el
abroquelamiento del peronismo detrás de Cristina Kirchner y a aumentar las
probabilidades de ruptura de Juntos por el Cambio” antes de las elecciones
presidenciales del año próximo. Así lo dejaban trascender sin filtros.
Las voces del kirchnerismo que surgieron luego propiciando una eventual
candidatura presidencial de la vicepresidenta para 2023 hacían juego y completaban
ese discurso. Sin embargo, más verosímil que el anticipo de una postulación
resulta la hipótesis de que se trata de un relanzamiento de su jefatura para
todo el peronismo antes que del lanzamiento de una candidatura para volver a la
presidencia. En todo caso, se trata de crear las condiciones y ampliar las
opciones para que la jefa decida. Y que nadie asome o trate de construir una
postulación sin su asentimiento, mientras tanto.
Respaldo y limas para Massa
En medio de la conmoción, la especulación política no descansa. Tanto
como para que desde las usinas del cristicamporismo el empeño se centre en
sostener en el centro de la agenda pública todo lo relacionado con el intento
de magnicidio, al que otras noticias amenazan con desplazar, como ya se registra
en los ratings y en las mediciones de los sitios. Y no se busca mantener la
atención solo por el deplorable carácter excepcional de un atentado político de
esa naturaleza y los efectos devastadores que hubiera tenido para la democracia
y la paz social su concreción. A veces, el cálculo está presente hasta en los
más mínimos detalles.
Asordinada asoma así en esa ala del Frente de Todos la difusión de los
anuncios de los logros que estaría concretando Sergio Massa en su viaje por los
Estados Unidos. Incluido el préstamo excepcional que habría otorgado sin
mayores condiciones el BID, para fortalecer las reservas con mil millones de
dólares, que se necesitan como el oxígeno. No solamente todos quieren ver para
creer.
Antes del atentado, en el Instituto Patria se escuchó decir que “a
Sergio [Massa] hay que apoyarlo para que estabilice el avión que se iba a pique
tanto como tenerlo sujetado para que no levante vuelo. Si es necesario,
limándolo un poco cada tanto”. En la semana previa al ataque a la vicepresidenta,
su hijo Máximo y Larroque parecieron darle encarnadura a la orden y le
delimitaron claramente la cancha.
Otros, como el cerrado círculo de Axel Kicillof, hacen silencio, pero
dejan trascender reparos. “No nos gusta lo de Massa, pero no sé si había lugar para
otra cosa. Primero, hay que estabilizar Segundo, conseguir dólares. Tercero,
lanzar alguna medida redistributiva. Ahora, estamos en el punto 1, esperando
que se concrete el 2”, dicen.
Los sondeos posteriores al ataque avalan el sentido de las acciones
tendientes a fortalecer al cristicamporismo, obturar cualquier nacimiento de
otro liderazgo y fracturar a la oposición. “Cristina no logró ampliar en nada
su espacio de aprobación, pero sí fortaleció las paredes de su bastión”,
explica Knopoff. Si los demás se dividen, su poder se multiplica, aunque nada
mejore.
Esa es la lógica sobre la que opera la política, ante una sociedad que
parece inmutable hasta frente a los estímulos más extremos. Como si mirara la
película de una pelea de políticos que la aburre.
El intento de diálogo
aparece así como una cortina de humo o un globo de ensayo en medio de la desconfianza.
En tiempos líquidos y turbulentos, los conflictos políticos se vuelven
gaseosos.ß
“Ni un tsunami como
el intento de magnicidio cambió la actitud ni la opinión de los argentinos”
El diálogo es visto
por algunos opositores como oportunidad y por otros, como trampa
Cristina no lanzó su
candidatura, sino que relanzó su jefatura. |