Por Economist - El mes pasado, un fiscal argentino pidió 12 años de
cárcel para Cristina Fernández de Kirchner, vicepresidenta del país, por
su presunta implicación en la adjudicación de contratos públicos a un amigo con
un coste de 1.000 millones de dólares para el contribuyente. Fernández,
que niega todas las acusaciones como persecución política, convocó a sus
partidarios a reunirse frente a su apartamento en Recoleta, un barrio
elegante de Buenos Aires, la capital.
Mientras saludaba a algunos de ellos el 1 de septiembre, un hombre
le apuntó con una pistola cerca de la cabeza y apretó el gatillo. No se produjo
ningún disparo, al parecer porque el arma funcionó mal. El presidente
de Argentina, Alberto Fernández (sin parentesco), lo
calificó como el suceso “más grave” desde que el país volvió a la
democracia en 1983. Declaró un día festivo para que decenas de miles de
peronistas -movimiento al que ambos pertenecen- pudieran marchar en apoyo de la
vicepresidenta. Pero, ¿quién es la Sra. Fernández, la política más
polarizante de Argentina?
Nacida en 1953 en el seno de una familia modesta, su padre
conductor de autobús y su madre administrativa, la
Sra. Fernández estudió Derecho en la Universidad de La Plata,
cerca de Buenos Aires. Allí conoció a Néstor Kirchner, que
se convirtió en su marido y socio político. En 1976, para escapar de la
atención de la dictadura militar del país, la pareja se trasladó a la provincia
natal de Néstor, Santa Cruz, en la remota Patagonia, donde
hicieron su carrera política. Él se convirtió en gobernador y ella en
senadora, estableciéndose como líderes del ala izquierdista-populista del
peronismo. Su éxito llegó en 2003, cuando Néstor fue elegido
presidente de Argentina. Ella le siguió en el cargo; después de que él
muriera de un ataque al corazón, ella ganó un segundo mandato.
En el cargo combinó medidas progresistas, como la legalización del
matrimonio entre personas del mismo sexo, con una política económica
nacionalista y estatista. Renacionalizó la empresa petrolera YPF y
devolvió los fondos de pensiones privados a manos del Estado. Ayudada por el
auge de los precios de las exportaciones agrícolas, aumentó los subsidios
y las ayudas a los argentinos más pobres. Su gobierno estuvo marcado por el
conflicto: intentó y fracasó en el control del poder judicial y de los medios de
comunicación privados; cuando impuso impuestos extraordinarios a los
agricultores, éstos organizaron grandes protestas. No pudo evitar que su
principal oponente, Mauricio Macri, un empresario conservador, la
sucediera en 2015. Fernández volvió al Senado.
Allí, planeó su venganza contra el Sr. Macri uniendo a las
distintas facciones del peronismo. De manera expeditiva, dio el primer puesto
en la lista presidencial del movimiento al Sr. Fernández, que atraía a los
votantes más moderados. El Sr. Fernández ganó la presidencia en 2019,
con Cristina Kirchner como vice. Pero su relación no tardó en
resentirse: ella se opuso a su acuerdo con el FMI para renegociar la deuda
de Argentina y bloqueó sus esfuerzos por frenar el déficit fiscal.
La Sra. Fernández, una política resistente y astuta que
sabe instintivamente cuándo hablar y cuándo callar, ha explotado la afición
de Argentina por el melodrama y
el teatro político. Ha presentado su juicio por corrupción como una conspiración
del poder judicial, los medios de comunicación y las empresas para
silenciar a una defensora de los pobres. Pero
su estrella está decayendo: aunque es posible que se presente de
nuevo a las elecciones presidenciales del año que viene, su núcleo
de apoyo se sitúa ahora en torno al 25% del electorado. Muchos de sus
opositores han afirmado que el atentado frustrado contra su vida fue un montaje
para desviar la atención del caso de corrupción, aunque no hay pruebas que
lo indiquen. El peronismo se ha unido a ella por ahora, pero la simpatía por el
supuesto intento de asesinato puede desaparecer pronto.
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