Por Claudio Jacquelin - Pocas expresiones, después de magnicidio y
atentado, se repitieron más en las últimas 72 horas que “paz social”. Pareció
una saludable toma de conciencia de la dirigencia respecto del estado de ánimo
de la ciudadanía, así como de las consecuencias posibles de ese clima, tras el
intento de asesinato de la vicepresidenta de la Nación. Podría ser otra conclusión
demasiado apresurada, como tantas que se han sacado en estos días de zozobra,
confusión y desconcierto.
El contexto, el subtexto, la intención y el destino que rodean al uso de
esas dos palabras por parte de los emisores demuestran su carácter polisémico.
No hay significado unívoco. Más bien se trata de un significante vacío, cuyo
llenado confirma divisiones profundas que atraviesan tanto a la dirigencia como
a la sociedad. Sujetos que hablan idiomas diferentes, expresan emociones
contrapuestas y perciben realidades antagónicas, atrapados en sus burbujas de
sentido y presos, muchas veces, de intereses facciosos.
Allí quizá esté la raíz de esa paz social en riesgo, más que en la
disímil interpretación inmediata de un inaceptable, repudiable y repudiado hecho
urgente y mayúsculo, como ha sido la tentativa de magnicidio.
Si algo no consiguieron las expresiones que el Gobierno y el
oficialismo, en especial, y cierta parte la dirigencia política lanzaron en
estos días fue llevar tranquilidad y certidumbre a la población.
En medio de incógnitas y dudas reforzadas, la sociedad sigue esperando
el bálsamo de certezas y concordia que necesitaba tras el clímax de la
crispación al que se llegó con el atentado contra Cristina Kirchner.
Unos pocos gestos conciliatorios de rigor u ocasión protagonizados por
autoridades nacionales y subnacionales y representantes de las distintas
fuerzas políticas carecieron de la profundidad, la empa tía, la generosidady la
auto crítica que se requerían para ese tejido que hace demasiado tiempo se
viene desgarrando. Muy poco frente a un tsunami de imputaciones cruzadas y un
océano de desconfianza que se ahonda.
El “discurso del odio” (otra de las expresiones gastadas en estos días)
siempre es propiedad del otro. Sobre todo para el oficialismo. Con ese sustrato
tan arraigado resulta impensable que un par de llamados telefónicos o un cruce
de mensajes en público, aun con las mejores intenciones (que no abundaron),
puedan derivar en un espacio de diálogo constructivo capaz de reponer la convivencia
política civilizada y armónica.
“La teoría de los dos odios”
Ni siquiera la aprobación de un documento conjunto de repudio del ataque
por parte de los diputados nacionales de la mayoría de los partidos pudo
lograrse sin conflictos, divisiones ni bochornos durante una sesión tan
especial como para haber sido llevada a cabo un sábado. Las mayores
obligaciones siempre son del Gobierno, pero la oposición nunca está eximida de
actuar con responsabilidad y sentido histórico y no mirando solo las demandas
de la tribuna propia. Demasiado por revisar.
Así como durante tres décadas “la teoría de los dos demonios”
obstaculizó el debate en profundidad, más allá de la búsqueda de justicia,
respecto de la violencia política de los años setenta, ahora la idea vuelve reversionada
y trivializada.
Se trata de “la teoría de los dos odios” con la que se procura obturar
cualquier revisión que pueda hacer responsable (o siquiera corresponsable) al
kirchnerismo de una división y crispación políticosocial insaldables de casi
tres lustros, cuando la historia muestra otra cosa. Otro reduccionismo banal de
la mayor tragedia colectiva de la historia reciente nacional. La verdad siempre
es antagónica de la lógica amigo-enemigo.
En tal contexto, el presidente del bloque de senadores peronistas, José
Mayans, logró como nadie dinamitar cualquier punto de coincidencia o intento de
acercamiento en busca de la verdad y la supuestamente anhelada paz social.
El formoseño se despachó ayer con la exigencia de que para lograr la
pacificación “debe ser parado de forma inmediata” el juicio por la causa
Vialidad, en el que la fiscalía pidió 12 años de prisión para Cristina
Kirchner. No importa que aún falten los alegatos de las defensas, que
empezarían hoy, y, sobre todo, el fallo del tribunal. Casi como pedir que se
termine un proceso ante el dictamen desfavorable de un perito de parte. La
desmesura carece de límites, aun cuando ya parecían haberse traspuesto casi
todas las fronteras.
El correlato entre ese planteo expresado por uno de los senadores que
suele hablar por la vicepresidenta y el “#FalsoAtentado” convertido en
tendencia en Twitter, o las encuestas que expresan dudas hasta el absurdo sobre
el ataque, no resulta difícil de establecer. Proteínas para la cristalización
de los sesgos y la profundización de la grieta.
El reseteo del celular del agresor, tras pasar por los peritos de las
fuerzas federales y el juzgado, y la consecuente probable pérdida de
información clave, junto al decálogo de los errores cometidos por los custodios
de la vicepresidenta en los momentos previos y posteriores al atentado, suman
confusión y dudas hasta para quienes descreen de teorías conspirativas. Una
fiesta para los conspiranoicos. Aunque en el reino del absurdo y de la
impericia nadie debería descreer de que lo improbable se concrete.
La imputación de causantes del atentado a la Justicia, la oposición,
medios de comunicación y periodistas, expresada por el Presidente de la Nación,
el ministro del Interior, legisladores y dirigentes de primera línea del Frente
de Todos termina de conformar un menú ideal para consolidar la crispación y la
división.
El escenario se completa y retroalimenta desde la vereda de enfrente con
cuestionables acciones, como el retiro preventivo de la sesión de Diputados del
bloque de Pro para no convalidar una hipotética repartidización del ataque
contra la vicepresidenta, que nunca se produjo.
También lo tensionan y profundizan especulaciones y acusaciones
apresuradas, imprudentes o infundadas, lanzadas pública y airadamente a través
de medios de comunicación y redes sociales por parte de dirigentes políticos
(de todos los sectores) y periodistas diversos (hay que hacerse cargo). La paz
social depende de todos. Pero la adjudicación de autoría intelectual directa o
mediata de un delito es un hecho de naturaleza y dimensión muy distintas. La
honestidad intelectual ordenaría no confundir una cosa con la otra.
Suenan así más peligrosas que extemporáneas las expresiones, los
análisis y las acciones destinadas a obtener algún beneficio
político-partidario de esta situación. El escenario muestra actores demasiado
sobregirados en sus propias creencias, prejuicios e intereses. También
microgrietas debajo de la gran grieta que profundizan la inestabilidad y la
incertidumbre.
En ese entorno cobra mayor relevancia el mensaje blindado bajado en las
primeras horas posteriores al intento de magnicidio por los más altos
dirigentes del oficialismo, plasmado en la cadena nacional del Presidente y
ampliado luego por otros funcionarios y referentes. El eje fue tanto la
culpabilización de los opositores y críticos como una rápida (y difícil de
comprender) descalificación de los cuestionamientos a la custodia
vicepresidencial por los visibles errores de procedimiento cometidos. La verdad
ya estaba revelada. Cosa juzgada.
¿Ganadores y perdedores?
Para mayor sorpresa, cuando aún no había transcurrido medio día del
ataque y mientras se organizaba la marcha en apoyo de la vicepresidenta (así la
había calificado el propio Fernández), ya se esbozaban y hasta se dejaban por
escrito desde lo más alto del oficialismo (incluido el cristicamporismo)
análisis político-electorales de las consecuencias del ataque. Las conclusiones
eran mayoritariamente favorables para el oficialismo.
“Esto va a terminar abroquelando al peronismo detrás de Cristina y va a
aumentar las chances de ruptura de Juntos por el Cambio”, resumió en un chat un
alto funcionario cristinista, con el que coincidieron casi al unísono otros
referentes del Frente de Todos.
Allí se empezaron a diluir, hasta ahora, las afirmaciones provenientes
de calificadas fuentes kirchneristas que daban cuenta de la preparación de un
mensaje pacificador para calmar los ánimos sociales por parte de la
vicepresidenta, desde “la autoridad moral que le da su condición de víctima
indiscutible”. Todavía se espera.
La marcha a la Plaza de Mayo y las expresiones y actuaciones posteriores
de la dirigencia cambiemita, que profundizaron divisiones en su seno,
parecieron darles la razón a quienes nunca creyeron en la necesidad de hacer
tan rápido gestos conciliatorios, empezando por la vicepresidenta y su hijo
Máximo. Al menos, provisionalmente. También pueden ser conclusiones
apresuradas. El contexto es demasiado volátil en una realidad frenética y
desmesurada.
Las encuestas previas al atentado contra Cristina Kirchner sobre el
humor social muestran, entre los sentimientos dominantes de los argentinos, la
tristeza, el dolor, la resignación, el miedo, el desencanto y la falta de
esperanza respecto del futuro inmediato y mediato. Lo confirman sondeos de
Isonomía, grupos focales de Trespuntozero y un estudio de la consultora Mëthodo
hecho sobre 3,4 millones de posteos de usuarios de las tres principales redes
sociales. Nada parece haber cambiado. Sino para peor.
Los anuncios de anoche de Sergio Massa para que el sector agroindustrial
liquide sus bienes exportables y así obtener reservas constituyen un paso
esperado y necesario, pero insuficiente para la gravedad de los problemas
económicos y financieros existentes. Sus efectos benéficos para la población en
general no serán palpables en lo inmediato, más allá del impacto en la
cotización del dólar que suele operar como termómetro económico-financiero y
llevar algo de tranquilidad.
Nada que interrumpa la vorágine de acontecimientos políticos que desde
hace semanas tienen preso al país. Y solo sembraron más angustia sobre una
sociedad angustiada.ß
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