Por Ricardo Delgado - La "agenda Massa", a un mes de
enunciada, ya empieza a caminar. La señal fiscal, a través de la quita de
subsidios a la energía y el recorte de gasto público, aportará
alrededor del 40% del ajuste necesario para llegar al déficit comprometido con
el FMI (de 2,5% del PIB). Cumplir con el Fondo -hay que recordarlo- fue el
primer objetivo planteado por el ministro en su conferencia inaugural.
El apretón monetario, la otra pata del ajuste, se inició incluso
días antes de asumir, cuando el Banco Central implementó la mayor suba de tasas
de interés de esta administración y continuó inmediatamente con la
significativa reprogramación de los vencimientos de la deuda del Tesoro, que
alivió un muy pesado mercado de pesos en agosto y setiembre. Todos estos
eventos contribuyeron a descomprimir las presiones sobre los dólares
financieros, dando cierto respiro a los inversores y al propio Gobierno.
Sin embargo,
la brecha cambiaria se instaló en niveles muy elevados para
estabilizar de manera más firme las expectativas privadas. Massa lo sabe,
y entonces su mayor desafío es recomponer la caja en dólares del BCRA para desactivar
los temores de una devaluación. Todavía no surgen novedades relevantes de los
ingresos de dólares prometidos, y la distribución de las escasas divisas se
hará más tensa con el correr de los días. El mercado cambiario vive sobre el
filo de la navaja permanentemente, lo que dificulta las decisiones de inversión
y de precios en la economía.
En este sentido, de acuerdo con un reciente informe de Analytica, cada
vez más precios abandonan al dólar oficial y empiezan a seguir la evolución de
los dólares financieros. Estimamos que ya más de 40% de las empresas y
comercios miran más al CCL o al MEP que al "dólar 3500" cuando toman
decisiones de precios. Ese es uno de los flancos más graves de una brecha que
supera el 100%: más allá del clásico ajuste fiscal y monetario,
la dinámica inflacionaria se vuelve más compleja de desarmar si las
expectativas de devaluación no logran domesticarse.
"El mercado cambiario vive sobre el filo de la navaja
permanentemente, lo que dificulta las decisiones de inversión y de
precios"
Recesión y la necesidad del crédito
Con una inflación resistente, dólares que no alcanzan para todos y menos
pesos en la calle, la recesión,
incluso sin un salto cambiario, está a la vuelta de la esquina. Es, digamos
así, la mejor opción disponible. Devaluar en un contexto como el actual haría
la recesión aún peor.
En esta búsqueda silenciosa de enfriar la actividad, el equipo económico
podría apelar al crédito bancario para sostener, parcialmente,
los ingresos de las familias y las empresas. Sin embargo, la realidad es
otra. Información reciente del BCRA es elocuente: desde el piso de la pandemia
(segundo trimestre de 2020), el PIB creció 25% y el crédito cayó 13%, ambos en
términos reales.
Esto sorprende ya que una de las características del control de cambios
es una tasa de interés real negativa, que estimula la demanda de crédito. Ni
siquiera las líneas de crédito dirigido (LICIP), que hoy representan el 13% del
crédito al sector privado, logran revertir este proceso.
Por qué cayó el crédito durante el gobierno de Fernández
¿Qué explica el desplome del crédito durante esta gestión? Básicamente,
tres factores:
La fuerte caída del financiamiento en dólares y del tipo de cambio real.
Con expectativas devaluatorias siempre vigentes, el racional fue salir de la
deuda en dólares entre 2020 y 2022.
Las familias abandonaron fuertemente el crédito bancario, tanto en pesos
como en dólares.
Entre las empresas aparecen las que se financian con utilidades no
distribuidas (la industria y la construcción), las que sustituyen drásticamente
crédito en dólares por crédito en pesos (el agro) y las que utilizan el
financiamiento disponible (el comercio).
Si
la gestión Massa quisiera aprovechar el crédito como herramienta
contra la probable recesión en gestación, es claro que las estrategias deberían
cambiar, considerando las características de cada actor relevante.
Las familias requieren más flexibilidad, dado que son las
únicas que sufren caídas reales de ingresos y las tasas que enfrentan son
fuertemente positivas, mucho más que las empresas. Por su parte, el
agro debería retomar el crédito en dólares (y menos en pesos), en tanto
la industria y la construcción, con sus hojas de balance limpias
de deuda, podrían ser estimuladas para volver a él.
Una nueva arquitectura de crédito para suavizar la recesión que se
acerca no sólo es imprescindible, sino también viable.
(“) Por Ricardo Delgado, economista y presidente de Analytica Consultora |