Por Laura Serra - El recorte de partidas que aplicó el ministro de
Economía, Sergio Massa, en distintas áreas dejó a salvo a uno de los sectores
que, paradójicamente, mayor gasto público insumen: las empresas del Estado. Por
el contrario, estas fueron recompensadas con un aumento de $37.000 millones
hasta fin de año, pese a que algunas empresas –como AySA– tienen partidas
subejecutadas. Las 34 empresas en la órbita del Estado constituyen un verdadero
agujero negro que succiona miles de millones de pesos que les gira el Tesoro
para mantenerlas operativas aunque la mayoría de ellas no sean rentables. Solo
en estos ocho meses del año, las diez principales empresas públicas recibieron
transferencias por $583.075 millones (unos $2400 millones por día).
El monto equivale a unos US$17 millones diarios. Se trata de un drenaje
de recursos que, en buena medida, sirve para solventar un plantel que supera
los 74.000 empleados en estas diez empresas.
Para dimensionar lo que implica semejante esfuerzo fiscal bastan algunas
comparaciones. Por ejemplo, las transferencias de gastos corrientes y de
capital que recibieron en lo que va del año las empresas públicas –$583.075
millones– superan largamente lo que el Gobierno pretende ahorrar en materia de
subsidios energéticos en todo 2023 por el esquema de segmentación tarifaria que
comenzó a aplicar, monto que oscila entre $455.000 y $500.000 millones (0,5
puntos del PBI), según precisó el Ministerio de Economía.
Dicho de otro modo: si las 34 empresas que orbitan alrededor del Estado
también colaboraran con el ahorro fiscal, sería menor el esfuerzo que debe
realizar hoy el sector privado para reducir el déficit, una de las metas
comprometidas con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Sin embargo, lejos de
ajustarles las clavijas del gasto, el Gobierno decidió beneficiar a las
empresas públicas con un aumento de $37.000 millones en su presupuesto. Así
figura en la decisión administrativa 826/22, que dictó el Ministerio de
Economía el martes pasado, en el rubro “Obligaciones a cargo del
Tesoro-transferencias a empresas públicas no financieras para financiar
gastos”, aunque en las planillas no aparecen discriminadas las empresas
alcanzadas.
La contradicción está a la vista. Mientras el Gobierno justifica el
recorte del gasto en aquellas partidas que aparecen subejecutadas –por ejemplo,
el plan Conectar Igualdad, el programa de viviendas Procrear o el
fortalecimiento edilicio de los jardines de infantes–, no aplica la tijera en
las empresas públicas que también presentan partidas subejecutadas.
Uno de los casos emblemáticos es el de Aguas y Saneamientos
Argentinos (AySA), conducida por Malena Galmarini, esposa de Massa.
Según figura en la página oficial del Ministerio de Economía, de los $47.817
millones del crédito que tiene vigente para gastos corrientes, solo se
ejecutaron casi $20.000 millones, es decir, apenas el 41% en ocho meses (el
promedio de ejecución a esta altura del año es del 55%).
La subejecución es mayor en el crédito para los gastos de capital de la
compañía: con una partida vigente de $137.180 millones, gastó en ocho meses el
36,2% ($50.652 millones).
Hay otras empresas públicas que también presentan demoras en la
ejecución de sus partidas y que llamativamente tampoco sufrieron podas. Es el
caso de Integración Energética Argentina (Ieasa): con poco más de $87.000
millones para gastos de capital, solo ejecutó el 12%. El Correo es otro
ejemplo: apenas erogó el 32% de sus transferencias de capital, mientras que la
empresa Corredores Viales ejecutó el 42% de sus $5549 millones para gastos
corrientes.
Las preguntas intrigan incluso a los expertos en materia presupuestaria:
el Tesoro gira miles de millones de pesos a empresas públicas que subejecutan
gastos y, a la postre, presentan sus balances con déficit. ¿Es solo mala
gestión? La cuestión despierta suspicacias: es sabido que no todas entregan en
tiempo y forma sus balances.
Un informe reciente del Cippec sobre transparencia en las empresas de
propiedad estatal advierte que es muy bajo el nivel de transparencia en la
gestión económica y financiera de estas compañías.
Lo cierto es que la mayoría de las diez principales empresas públicas
están en rojo.
Al finalizar el primer trimestre de 2022 –último dato oficial
disponible–, el balance global es negativo básicamente por la mala performance
de tres empresas: Aerolíneas Argentinas, AySA y los ferrocarriles.
En efecto, la aerolínea de bandera de nuestro país cerró el primer
trimestre de este año con un déficit de $10.514 millones. En lo que va del año,
insumió casi $40.000 millones, lo que significa $166 millones por día. Pese a
ello, los gremios aeronáuticos y la propia empresa se muestran renuentes a
acatar los pedidos de ahorro fiscal que pregona Massa: la Asociación de Pilotos
de Líneas Aéreas (APLA), que conduce el kirchnerista Pablo Biró, paralizó 60
vuelos de Aerolíneas en el Aeroparque metropolitano en demanda de aumentos
salariales –que les fue concedido–, al tiempo que la empresa lanzó una
convocatoria para incorporar 110 nuevos “pilotos/pilotas”. Esto, pese al
decreto 246/22, que restringe el ingreso de personal al sector público.
Segunda en el podio se ubica AySA: la compañía cerró el primer trimestre
de este año con un rojo fiscal de $5859 millones. El año pasado, según la
cuenta de inversión 2021, el déficit financiero trepó a casi $41.000 millones.
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