Domingo 28 - Por Martín
Rodríguez Yebra - Es una revuelta popular de plano corto. Cristina Kirchner oye
desde el lunes el clamor de los fanáticos que en la
vereda de su piso de Recoleta juran defenderla con la vida. El ruido le sirve
de acompañante terapéutico.
Pero desnuda por contraste el declive político al
que la expone la amenaza cierta de una condena grave por corrupción.
Los jerarcas de La Cámpora que la ilusionaron con
un 17 de Octubre que la rescataría de la “persecución judicial” apenas han
conseguido montarle un Truman Show militante que ayer derivó en un fogonazo de
violencia callejera en Juncal y Montevideo. La grotesca guerra de las vallas,
entre gases lacrimógenos y piedrazos, se vivió como una gesta de liberación,
auspiciada por las máximas autoridades del Gobierno.
Horacio Rodríguez Larreta les sirvió la excusa
perfecta para “poner el cuerpo” por “la jefa” cuando decidió acordonar la
autoproclamada meca kirchnerista. Legisladores, ministros, funcionarios y hasta
el gobernador Axel Kicillof se arrojaron a las calles en busca de la noticia
deseada de un enfrentamiento con la policía.
Irascible y nerviosa, Cristina comanda desde su
torre blindada un plan de autodefensa que pone patas arriba el tablero político
y se proyecta sobre la gestión económica. El alegato del fiscal Diego Luciani
fijó nuevas prioridades. Sergio Massa buscaba cierto sosiego político para
administrar la medicina amarga del ajuste nacional y popular; las penurias
judiciales de la vicepresidenta requieren agitación permanente. Hay que señalar
enemigos, no fomentar diálogos. Que se “arme quilombo”, no un acuerdo.
Cristina se construye un escudo de poder para
resistir la eventual condena, que ella insiste en denunciar que ya está
escrita. De ocurrir, será a fin de año. Necesita extender la movilización en un
crescendo de al menos tres meses y evitar en el camino cualquier deserción en
las filas propias. El caos de anoche es una muestra de lo que podría venir.
Máximo Kirchner encabeza un comité de crisis
familiar para alinear al peronismo. La grieta es la bandera, como mostró el
viernes, cuando dedicó una hora a demonizar a Mauricio Macri en un acto de la
UOM. El hijo de Cristina administraba su silencio para no mezclarse con la
ortodoxia de Massa, a quien avaló como ministro de Economía. Ahora el deber
filial lo obliga a parir un discurso de justificación del ajuste que
irónicamente lo emparenta al rosario de excusas que reza Alberto Fernández:
Macri, la pandemia y la guerra en Ucrania, en una sucesión fatalista que
explica el fracaso hasta aquí del Frente de Todos.
La rebeldía contra el Poder Judicial, los medios de
comunicación, los empresarios y el macrismo rescata al ala ideológica del
kirchnerismo de la depresión que significó contratar a Massa como salvador y
abjurar de la fe distribucionista. Andrés Larroque lo definió con la precisión
que lo caracteriza para expresar los sentimientos de su grey: “Se necesitaba
que el peronismo se despierte, estábamos en un momento gris”. Frenó a un paso
de apelar a la metáfora bélica de Churchill sobre “la hora más oscura” que precede
al amanecer.
La dieta de sapos se digiere mejor saltando y
cantando contra oligarcas imaginarios.
El drama de Alberto
Alberto Fernández planificó con tiempo su acto de
pleitesía. El lunes se encargó de redactar temprano el comunicado del Gobierno
en el que denunció una “persecución judicial y mediática” contra su
vicepresidenta. Lo disparó un instante después de que Luciani pidió 12 años de
cárcel e inhabilitación perpetua para Cristina por haber conducido una
asociación ilícita para apropiarse de fondos multimillonarios del Estado.
Después la llamó a Cristina. Fue un diálogo frío y
breve. En el entorno de la vice admiten que no le gustó el texto, al que
consideró demasiado autorreferencial. Como si fuera él a quien hubieran
acusado.
El alegato de Luciani enfrentó a Fernández a su
destino y una vez más optó por la sumisión: juzgó que ya no le queda margen
para diferenciarse de Cristina. A ella le cedió el poder; a Massa, la gestión,
y, en el vértigo de una semana frenética, revoleó a la marchanta la investidura
protocolar que intentaba preservar.
Para sobreactuar su indignación con la Justicia
aceptó una entrevista televisiva a la que llegó sin preparación, distraído y
carente de prudencia. A Cristina la declaró “honesta”, pero dijo que sus
negocios privados con Lázaro Báez fueron una cuestión de ética (como si su
concepto de honestidad excluyera la dimensión ética). Se mareó en el ataque a
los jueces, a los que trató de ilegítimos mientras abogaba por esperar de ellos
una sentencia absolutoria. Y desató un escándalo al comparar a Luciani con
Alberto Nisman, con una de las frases que lo perseguirán hasta los manuales de
historia.
Un diputado que habló con Cristina después de oír
al Presidente en el canal TN dijo que estaba espantada. “Con defensores como
este, estoy lista”, ironizó. Hebe de Bonafini fue más directa: “Sacó a relucir
cosas que no tienen nada que ver. ¡Hable lo menos posible, señor!”.
El recuerdo de Nisman ocupa la mochila culposa de
Fernández. Él en 2015 para pedir justicia por el fiscal muerto; era un feroz
denunciante del pacto con Irán en el caso AMIA como un acto de encubrimiento y
fue de los primeros políticos peronistas que afirmaron que a Nisman lo habían
asesinado. Reescribió sus convicciones cuando volvió a operar en nombre de
Cristina, tres años después, pero a un costo inmenso en su credibilidad como
político y como persona.
Fernández se desgaja como líder. Quienes le arman
la agenda no encuentran cómo llenar las horas. Probó con viajar por el
interior, en visitas que terminan reducidas a memes para alimentar las redes
sociales. Hace semanas que no consiguen gestar una reunión con grandes
empresarios porque la exigencia de la contraparte es que Massa se siente a la
mesa. Sus incursiones mediáticas suelen fracasar porque se arroja a los
micrófonos sin guion ni estrategia.
“Cristina 2023”
La necesidad actual de Cristina es una hipoteca
sobre el porvenir presidencial. Si sostenía alguna esperanza de ensayar un
proyecto reeleccionista en unas PASO, deberá seguir soñando. El laboratorio
kirchnerista ya lanzó el clamor “Cristina 2023”. Ella misma lo alentó al
ponerse una gorrita con esa inscripción delante de militantes que hacían
guardia en la vereda de su casa. “Cristina es la esperanza de futuro”, abonó
Larroque. Es curioso cómo La Cámpora juega con los planos temporales: esconde
un presente aciago entre el “pasado glorioso” y la “esperanza de futuro”.
La creación de una burbuja protectora alrededor de
Cristina invita a descartar la opción de unas PASO nacionales. Hay que entregarle
el botón a ella para que digite la oferta electoral. La cantidad de poder que
pueda ganarse en las urnas será su coraza ante una sentencia adversa. Así
entiende la lógica de la relación entre política y Justicia. No tiene miedo a
la prisión –de llegar será muy lejos en el tiempo–, sino a la decadencia. Ser
una condenada por corrupción con el peronismo construyendo una vida paralela se
asemeja a su idea del infierno.
Por eso presenta la acusación de Luciani como un
ataque al peronismo, esa familia a la que está redescubriendo. Fue sintomático
ver a dirigentes históricos mimetizarse con ese libreto que reduce el partido a
un apéndice de los intereses de su líder. En eso nadie le ganó al sanjuanino
José Luis Gioja. “Esto nos despertó como peronistas. La atacan por defender los
intereses del pueblo”, declaró al pie de la casa de Cristina. Con tal mala
suerte que alguien captó y difundió por redes un video en el que el custodio de
la vice, Diego Carbone, le dice entre abrazos y risas: “¡La plata que choreamos
con este!”.
¿Será Cristina candidata a presidenta? Hoy no
parece la opción principal, pero a su lado se alienta el barullo. Lo
fundamental es que nadie dude de quién manda, como ocurrió en 2019. Su obsesión
real pasa por retener la provincia de Buenos Aires, donde mantiene su mayor
cuota de apoyos y el sistema electoral permite ganar sin mayorías. Desafío
titánico: es justamente en esa geografía que considera su feudo donde más van a
impactar la quita de subsidios y los recortes en salud, educación y otras áreas
sensibles que Massa ejecuta para cumplir con el FMI.
Las denuncias persecutorias deben amplificarse. Esa
es la orden. Cristina las alienta a diario desde su cuenta de Twitter.
Cualquier dato, por falaz que luego resulte, es válido. La épica de una
represión policial era un deseo inconfesable, que el sábado pudo cumplir.
“Quieren simular una prisión domiciliaria de Cristina y no lo vamos a
permitir”, bramó Larroque, entre forcejeos y bengalas. A su lado llamaban a
intendentes del conurbano para que alistaran micros con gente para despacharlos
hacia la plaza Vicente López.
En paralelo, la vicepresidenta colecciona apoyos
internacionales. Al español Pablo Iglesias, fundador de Podemos, lo invitaron
especialmente a que viajara desde Madrid para respaldarla. La Cancillería le
ofrendó un comunicado de apoyo de los presidentes Gustavo Petro (Colombia),
Andrés Manuel López Obramarchó dor (México) y Luis Arce (Bolivia). El embajador
Daniel Scioli todavía no pudo conseguirle la solidaridad pública de Luiz Inácio
Lula da Silva, demasiado absorbido por la campaña presidencial de Brasil.
En el afán oficial por contener a Cristina, el
Presidente empezó a analizar si el indulto será finalmente una salida. Desde la
Casa Rosada surgió el martes la versión de que se estaba estudiando y, al
enterarse, Cristina urgió a Oscar Parrilli a que descartara de plano la idea de
que quiere un perdón institucional.
Fernández aludió al tuit de Parrilli para explicar
su posición. En la entrevista de TN, sin embargo, abrió una puerta inmensa para
cambiar de posición en el futuro. “Siempre pensé que el indulto es una rémora
de la monarquía. Ese análisis crítico que toda la vida tuve supone el
funcionamiento de una Justicia en un sistema republicano que funciona a pleno.
En verdad nosotros tenemos una Justicia que se parece más a la Justicia de una
monarquía que a la de una república”, dijo.
Juan Martín Mena, el kirchnerista que conduce desde
una secretaría el Ministerio de Justicia, tuvo que insistir al día siguiente:
“Es una locura hablar de indulto. Nadie cometió un delito”. Pero en el Gobierno
nadie se atreve a descartarlo en el futuro.
El miedo opositor
La deriva del cristinismo alarma a la oposición. El
mayor miedo que hoy embarga a Juntos por el Cambio es que la vicepresidenta
ordene eliminar las PASO para el año que viene y los deje sin un mecanismo
incruento para dirimir las profundas diferencias que los dividen. El tema dominó
la última reunión de la mesa nacional de la coalición.
La suspensión de las internas en Salta y los
proyectos que abundan en distintas provincias son un aviso. Ya hay un equipo
del Ministerio del Interior trabajando en un borrador que eliminaría o suspendería
por única vez las primarias, según alegan los jefes de bloque opositores que
hablan con sus colegas peronistas. No saben si es en serio o una amenaza para
forzarlos a negociar a futuro leyes que necesiten para encarrilar la economía.
Con Cristina parapetada detrás del peronismo, las
PASO resultan prescindibles para el Gobierno. El peronismo territorial hace y
deshace a conveniencia en las definiciones locales, sin meterse por ahora en el
campo minado del poder nacional. Para JXC sería una disrupción tremenda verse
forzado a resolver un liderazgo alrededor de una mesa.
La otra inquietud opositora es lo que perciben como
el fomento desde la cima del poder de un clima violento. ¿Será el desorden
callejero una tentación victimista para el kirchnerismo? La dirigencia
oficialista lo niega. “La violencia puede ser desestabilizadora”, enfatiza un
veterano dirigente bonaerense que está en la mesa de discusiones.
Es lo que tiene planificar rebeliones desde la
cúpula del Gobierno. Quién puede asegurar que el pueblo movilizado no termine
por demandar de la peor manera por las promesas incumplidas.ß
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