Por Fernando Gutiérrez
- La incomodidad política que le provoca una suba abrupta de la tasa de interés como la
que acaba de anunciar el Banco
Central es evidente. Después de todo, está fresco el recuerdo de la
campaña electoral de 2019, en la que el entonces candidato opositor Alberto
Fernández, asesorado por Miguel
Pesce, criticaba la inmoralidad de la gestión macrista por pagarle un
premio excesivo a los bancos, en vez de encauzar los dineros públicos a mejores
fines, como el pago de jubilaciones.
En aquel entonces, la tasa
había llegado a un 73%, en un intento por frenar la dolarización y por
contener la inflación. En medio de la incertidumbre política y con un gobierno
debilitado por la derrota en las PASO, la inflación había acelerado al 5,9%
mensual mientras los depósitos bancarios en dólares bajaban drásticamente un
tercio de su volumen. Y con esa suba de tasas se logró un relativo alivio, con
inflación en torno al 4% y un nivel anualizado de 54%.
Las críticas seguían el manual clásico: una tasa de interés en esa
altura constituía un remedio peor que la enfermedad porque hacía casi inaccesible el crédito
productivo y profundizaba la recesión.
Pero, como
suele ocurrir en Argentina, las críticas no demoraron en tomar un "efecto
boomerang" y se volvieron contra sus autores: ante la inestabilidad
financiera, el Frente de Todos también tuvo que recurrir a la amarga medicina
de la contracción monetaria.
Nadie lo sabe mejor que Guido
Sandleris, que ocupaba la presidencia del Central en 2019, quien
pacientemente esperó el momento para sacar a relucir un tuit que Sergio Massa había escrito en
agosto de 2019.
"Siguen apretando la soga del ahorcado. Más tasa de interés. Más
timba. Menos crédito. Menos producción. En lugar de seguir pagando interés a
los bancos deberían poner el esfuerzo en reactivar la economía", había
escrito Massa.
Y Sandleris, el jueves pasado, luego del anuncio de que la tasa de
interés subiría de golpe 9,5
puntos para ubicarse en 69,5% -lo que, por la acumulación de
intereses, da una tasa efectiva anual de 96,8%- para saborear su revancha.
Citando el tuit del nuevo ministro, escribió: "Qué bueno que Sergio Massa
finalmente entienda que subir la tasa de interés no es timba. Son decisiones
difíciles que a veces deben tomarse para frenar una corrida".
Tasas, jubilados y
el regalo a los sojeros
Lo cierto es que otra vez se reanudó la controversia en torno a las
tasas de interés. En llamativa coincidencia, la medida, que venía siendo reclamada
desde hacía mucho tiempo desde diversos ámbitos, se concretó luego que el Gobierno anunciara el pago de un bono extra a los
jubilados de la franja inferior para compensar la pérdida real que implica el
ajuste con la nueva fórmula indexatoria.
Así, la noticia
de la tasa en 69,5% se produjo en simultáneo con la presencia de la presidente
de Anses, Fernanda Raverta, en los canales de TV, explicando cómo el
ingreso de los jubilados había logrado mantenerse frente a la
inflación. De esa forma, se intentó atenuar las críticas ante la octava
revisión de tasas en lo que va del año. Y también, claro, del impacto político
provocado por el hecho de que la tasa haya superado a aquella dispuesta hace
tres años por Sandleris.
Pero, al mismo tiempo, el Gobierno buscó un difícil equilibrio, porque desde sus propias filas se
venía escuchando desde hacía tiempo el
reclamo de una suba de tasas. El
argumento era que el mantenimiento de tasas inferiores a la inflación equivalía
a regalarle un subsidio a los mismos sectores que estaban demandando dólares en
el mercado paralelo.
Ese reclamo se intensificó a partir de la escapada del blue a fines de
julio y de las noticias sobre el
volumen de soja retenido en las silobolsas. De acuerdo con
estimaciones oficiales, ese stock asciende hoy a 23,6 millones de
toneladas, equivalente a unos
u$s14.000 millones.
La protesta que se hacía en la interna del propio Gobierno es que esos
mismos productores rurales -para los cuales se sigue buscando una medida de
incentivo que no implique una devaluación- se beneficiaron con tasas activas en
torno al 60% anual en el sistema bancario. Dado que la expectativa
inflacionaria ya está por encima de 90% para el año, esto implicaba que el
productor agropecuario, a la hora de decidir cómo financiar los costos de la
próxima campaña, tuviera mayor incentivo en endeudarse en pesos que en
apurar la venta de la soja.
Esa situación se reflejaba en el hecho de que los créditos prendarios para comprar
equipamiento agrícola o automóviles experimentaba un boom, al punto tal que en
algunos rubros los préstamos
crecían al triple de velocidad que las ventas.
Y mientras los
asesores financieros les aconsejaban a sus clientes no vender mercadería -ni
mucho menos los dólares- y aprovechar para tomar
crédito, desde el plano político los economistas más afines al Gobierno
sugerían una corrección contundente de la tasa de interés.
Fue particularmente explícito al respecto Emmanuel Álvarez Agis, cercano a Massa, quien desde su consultora
PxQ argumentó: "La política monetaria parece empecinada en regalar los
pesos con los cuales se hacen las corridas en los dólares paralelos. Se observa
que la política monetaria del BCRA es completamente expansiva, con tasas de
interés en términos reales negativas en el orden del -35%/ -40% anual".
Argumentaba que, en este contexto, el propio Banco Central era quien
financiaba la corrida: "Además
de tener una política monetaria expansiva, la configuración de la política
monetaria y cambiaria implica que la respuesta óptima del sector privado es
tomar pesos para no vender dólares, o
bien tomar pesos para comprar dólares: la tasa de devaluación se encuentra
permanentemente por encima de la tasa de inflación, una diferencia que crece a
lo largo del tiempo".
Y desde medios afines al oficialismo se empezó a argumentar sobre la
necesidad de un ajuste con componentes clásicos, incluyendo un aumento en el
tipo de cambio oficial, como forma de reducir la brecha con el dólar paralelo,
que en el momento más agudo de la corrida llegó a 160%. "También debería
incluir algún esquema de desindexación para frenar la inercia inflacionaria y un largo período de tasas de interés
positivas para recuperar el valor del peso. Obviamente un programa
de este tipo significa
inicialmente un freno de la economía, pero el freno es a su vez
necesario para acumular reservas, que serán la garantía de que el plan
funciona", opinó el economista Claudio Scaletta.
Una tasa más alta y el miedo a la bola de nieve
Finalmente, el presionado presidente del Central, Miguel Pesce, dio respuesta a ese
reclamo. Y si bien nadie se sorprendió por la suba en sí misma después de
conocido el dato de inflación de 7,4% en julio -más los inquietantes
pronósticos para agosto-, lo que sí impactó fue la magnitud de la suba. La tasa anualizada está en
línea con la inflación esperada para este año, pero supera la inflación
esperada para los próximos 12 meses. De acuerdo con la encuesta REM del Banco
Central, el promedio de
los economistas cree que la suba acumulada de precios hasta mediados del año
próximo será de 83%.
Esto implica una tasa en terreno positivo, a tono con el pedido que
había hecho el Fondo Monetario
Internacional en el acuerdo "stand by". Y el objetivo que
explícitamente busca el Banco Central es evitar que los inversores, ante el
temor de la pérdida de valor por la aceleración inflacionaria, corran a
refugiarse en el dólar.
Claro que esa medida estabilizadora no resulta barata para el BCRA: con
un stock de Leliqs por $5,7
billones, la nueva tasa implica que en un año se pagarán intereses por
$5,4 billones. Un costo que equivale al 7,7% del PBI actual. Y que transformado a dólares al tipo
de cambio oficial equivale a unos u$s40.000 millones.
Si a ese cálculo se
le agrega, además, el stocks de "pases pasivos" -es decir, depósitos
que los bancos hacen en el BCRA- la suma se hace más abultada: hay que agregar $1 billón, que
remunera tasas de 55% anual. El
punto es la acumulación del "déficit cuasifiscal", al que los
economistas temen por su potencial de transformarse en una "bomba
inflacionaria". La estimación es que, sólo por el
pago de intereses, el BCRA estará volcando unos $380.000 millones a una base
monetaria que se ubica en $4,2 billones.
Esta situación está generando debates entre economistas sobre qué tan
riesgosa es una espiralización de la crisis. Para el influyente Fernando Marull, la propia
inflación será la que licúe el costo financiero de las Leliqs, pero muchos de
sus colegas advierten sobre el
riesgo de una suba acelerada de la "nominalidad".
Abundan las
advertencias en el sentido de que la suba de tasas puede ser un incentivo para
que todos los precios de la economía sigan al alza, si es que simultáneamente
no se concretan medidas contundentes en el plano fiscal.
Y, de momento, lo que refleja el mercado es escepticismo: para las
consultoras, el incremento en las tarifas de servicios públicos no significará
este año más que un 0,2% de ahorro en los subsidios estatales a la energía. Y
hay dudas sobre la capacidad política de Massa para lograr un
tope al gasto en los ministerios y las gobernaciones
provinciales, que dieron señales de resistir el recorte.
"Las medidas implementadas hasta ahora por el nuevo ministro
(postergación de vencimientos en pesos y fuerte suba de tasas de interés) no
implican, por ahora, un cambio de la dinámica sino una postergación aumentada
de sus impactos", se lee en el último reporte de la firma inversora Consultatio.
¿La suba de 9,5 puntos no alcanza?
El debate también tiene argumentaciones en el sentido de que, aunque las
cifras puedan ser impactantes, acaso la última suba en realidad se pudo haber quedado corta.
El argumento es
que solamente una tasa que supere la expectativa inflacionaria y la de suba del
dólar paralelo será efectiva. Y que cualquier
"suba tímida" hará que los inversores tarde o temprano se vuelquen al
dólar como actitud defensiva.
Para Gabriel Caamaño,
economista jefe del Estudio Ledesma, recién cuando la inflación baje a un nivel
de 5,5% mensual se haría real el propósito de una tasa positiva, porque el
inversor recibiría una remuneración de 2,8%. Pero deja ver su escepticismo:
"La discusión en cuánto tardamos en llegar y si ese 2,8% real anual
compensa el riesgo de una sorpresa inflacionaria", argumentó.
Entre quienes sostienen esa tesitura está el consultor Salvador Di Stefano, muy escuchado en
el ámbito agropecuario, quien afirma que en la economía de hoy una tasa de
69,5% es más "paloma" que "halcón" y deja la posibilidad de
una ampliación de la brecha cambiaria.
Di Stefano hace una comparación con
lo ocurrido en Brasil, donde la tasa de política monetaria es de 13,25%
contra una inflación de 10% y trajo como consecuencia un fuerte ingreso de
capitales que apreció al real, además de
subir la cotización de los títulos públicos.
"En el
caso de Argentina, una jugada agresiva hubiera sido una tasa de política
monetaria en torno del 80% anual, algo que no
ocurrió, pero podría ocurrir a futuro", afirma el analista.
Su pronóstico es que los inversores harán la comparación del rendimiento
que ofrezcan las nuevas tasas -96% a un año- contra la expectativa de suba del
dólar MEP. Como su previsión es que ese tipo de cambio cotizará por encima de $544 -es decir,
superará el 100% de acá a un año- entonces la remuneración de los depósitos
bancarios seguirá siendo poco atractiva.
Claro, también
están quienes afirman que el inversor no mira a un año sino a plazos mucho
más cortos y que entonces, con un dólar relativamente estable, una tasa
mensual de 5,8% no resulta un incentivo menor.
Después de todo, está en línea con la inflación esperada para
agosto y supera la tasa de devaluación que viene aplicando el
Central.
En todo caso, lo que muestra el debate es que hay componentes subjetivos
a la hora de determinar si la suba de tasas fue correcta, si fue excesiva o si
pecó por "tibia". Como siempre, el ingrediente clave para el análisis
es el grado de credibilidad que despiertan los funcionarios.
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