Por Claudio Jacquelin - Alberto Fernández declaró oficialmente la guerra
a la inflación el 15 de marzo. Cinco meses después, el enemigo avanza
imperialmente invicto, no deja de provocar bajas en el alto mando presidencial
y corona nuevas cimas (la metáfora bélica es del Presidente).
Sin embargo, Fernández no se rinde. Sostiene casi todas sus promesas
(incumplidas) y se da tiempo para emprender nuevas batallas, en defensa de su
agrietado bastión. Más augurios de complicaciones para Sergio Massa.
El previsible, pero no por eso menos espeluznante, 7,4% de inflación de
julio, que retrotrae al oscuro comienzo de 2002, encontró al Presidente y a su
flamante ministro de Economía demasiado lejos de sus despachos, celebrando
logros y anunciando proyectos a 1800 kilómetros uno del otro. Lejos también de
los restos del acampe piquetero a las puertas de los edificios del poder. Mucho
más que una metáfora. Pueden ser hitos para mirar con atención desde un futuro
cercano. Claves de un acertijo en curso.
Las imágenes sonrientes de anteayer de Fernández y Massa compartiendo la
mesa de reuniones de la Casa Rosada pueden ser un espejismo o la construcción
propagandística del marketing político. El pasado no da motivos para festejar,
el presente ofrece malas noticias y el futuro sigue incierto como hace dos
semanas, cuando se conformó el cuarto gabinete de Fernández. La fuerza
gobernante en ejercicio no está en paz, aunque intente parecerlo, ni muestra
una estrategia que presagie éxitos seguros. Paciencia. Si es que no hay
faltante.
En ese trance, Fernández y Massa le deben, mientras tanto, un enorme
agradecimiento a Lilita Carrió. El imprevisible oráculo de Capilla del Señor
les propició invaluables horas de descanso en el centro de la agenda pública.
Su guerra preventiva hizo estallar todo el andamiaje interno de la coalición
opositora, potenciando los rencores, las desconfianzas y el desconcierto que
desde hace tiempo padece Juntos por el Cambio. Aunque el ministro de Economía,
y por carácter transitivo el Presidente, tal vez pronto lamente lo que ahora
celebra. Cualquier acuerdo que se necesite con la oposición es desde hace 48
horas más difícil y caro. Ya se verá.
La sucesión de anuncios, de interconexión difusa, que realiza
diariamente el ministro de Economía en busca de inversiones, financiamientos y
tiempo (el recurso más valioso), no impide advertir que se sigue dilatando la
adopción de medidas y acciones (por no hablar de plan) para resolver muchas
urgencias, como encontrar un ancla para los precios y la brecha cambiaria, o
recortar el gasto público.
La comunicación de la segmentación tarifaria y la reunión con sectores
empresariales y sindicales en busca de algún acuerdo de precios y salarios se
hacen esperar. Como la designación de quien debe ocupar el cargo de
viceministro de Economía, la persona encargada de mirar el tablero completo, de
proponer políticas y de advertir complicaciones.
¿Cuña albertista contra Massa?
En esa última dilación se encuentra una de las claves del problema y de
las amenazas que enfrenta Massa puertas adentro de su gobierno y de su gestión.
Después de la lista de nombres que se resistieron a aparecer en el boletín
oficial para secundarlo, están los que dan lugar al ejercicio más exitoso de la
alianza gobernante: la aplicación de vetos cruzados. Frente a ese vacío, se
sucedieron gestiones presidenciales para llenar el casillero que el ministro
sigue sin poder ocupar. No parecen gestos desinteresados.
Algunos de los consultados (o tentados) sin éxito por emisarios de
Fernández lo interpretaron como intentos de poner una cuña albertista en el
equipo económico. Y dicen que no hay peor astilla que la del mismo palo. Más
después de que Cristina Kirchner ofició la retirada estratégica del área de
Energía. Desde allí llegarán malas noticias para los bolsillos ciudadanos, que
los anuncios de otro futuro productivo promisorio no alcanzarán a amortiguar.
Soldado que huye…
No se trata de hechos aislados ni unilaterales. También Massa sigue
buscando minar el dique que en el Banco Central implica la continuidad del
albertista Miguel Pesce. No se resigna a tener solo enviados en esa área y no
contar con el control. La curiosidad es que a veces Massa y Fernández se cruzan
candidatos: como en la guerra, se disputan pertrechos y pretenden intercambiar
espías. Operaciones de alto riesgo y renta difusa para profesionales de la
economía. Se entienden las demoras.
Mientras se suceden esas batallas subterráneas, otras más visibles se
pueden ver en las redes sociales y las pantallas. La imprevista asistencia del
Presidente en la primera reunión de gabinete en la que Massa estuvo como
ministro no fue leída como una señal de apoyo al debutante. Tampoco, la
profusión de presencias presidenciales en actos en distintos puntos del país al
lado del ministro de Economía o casi al mismo tiempo que este hacía anuncios.
Otro tanto puede decirse de los matices que le agrega o los límites
discursivos que le intenta fijar Fernández a Massa. Como las menciones que hizo
respecto de la “razonabilidad de las tarifas”, en consonancia con Axel
Kicillof, la voz del cristinismo silente. La disputa por los títulos es parte
de la guerra.
Son mensajes directos para los que anunciaron (o desearon) el retiro
activo de Fernández y su pase al rol protocolar. No está dispuesto a rendirse.
Aunque no es fácil seguirle el ritmo al tigrense. Nunca Fernández tuvo al lado
a un atleta tan frenético. Una disputa entre la paciencia y la hiperactividad,
entre la procrastinación y el decisionismo irrefrenable. Más disputas al borde
del precipicio. Como si la paz social estuviera asegurada y la victoria se
encontrara a las puertas del despacho presidencial.
Las últimas encuestas realizadas después de la asunción de Massa
muestran apenas una caída leve del pesimismo, pero no un aumento del optimismo.
Y el malestar social no decae. Es correlativo con lo que ocurre con la
popularidad de quien llegó como superministro y debió guardar rápido la capa
sin superpoderes. Su imagen negativa previa a la asunción, cercana al 70%, se
redujo en algunos sondeos poco menos de 20 puntos, para pasar al rubro regular.
Un crédito de corto plazo y con muchos condicionamientos y segupresidente, ros,
como el que le dieron hace 72 horas los inversores que renovaron la billonaria
deuda en pesos por vencer este año. Un año de plazo. Vencimientos para este
mandato, en pleno proceso electoral. ¿Confianza o voto castigo?
La explosión cambiemita
Los registros del humor social, sin embargo, no parecen ser recibidos
por la dirigencia oficialista. Pero tampoco parecen ser interpretados en la
principal coalición opositora. La inesperada bomba de fragmentación que tiró
Carrió sigue dejando secuelas difíciles de procesar en JxC. Los cambiemitas buscan
cómplices y beneficiarios. La caza de adversarios está a la orden del día.
Su explicación de que lanzó una guerra preventiva para evitar la
concreción de posibles acuerdos (espurios) con Massa es para muchos de sus
socios de JxC inaceptable. La excepción es su grey de la Coalición Cívica, que
no duda de su infalibilidad y repite que lo que ella dijo no es nuevo sino que
lo expuso todo junto (y por los medios de comunicación). Las papisas son así.
Cuestión de fe.
Sobran, no obstante, los cambiemitas que critican a Carrió no solo por
inoportuna. Muchos, tanto en Pro como en el radicalismo, aducen motivos
bastante más terrenales detrás de las gravísimas acusaciones que lanzó a sus
aliados, a los que ella y sus acólitos acompañaron hace nada en listas electorales.
Incluso generó malestar en quienes confiaron en un principio en el estado de
sus frenos inhibitorios y creían que su raid mediático se detendría en la
mañana de anteayer. Su última aparición nocturna los descolocó.
Es lo que les pasó a los más cercanos a Mauricio Macri, El ambiguo
tuiteo de Fernando de Andreis, el más estrecho colaborador del exen cuya
aparición se interpretaba como la voz en off de su jefe, había sido redactado
con esa lógica. Confiaban en que la suya sería la última y conciliadora palabra
pública, y que Carrió ya no volvería a desenfundar su escopeta recortada. Se
equivocaron. El texto que llama a sostener la pureza cambiemita y la última
aparición de la exdiputada parecieron confirmar que, al menos parcialmente, era
cierto lo que ella había sostenido: que tenía el aval de Macri. Más heridos
para este boletín.
Si la disputa entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich
parecía tener por final más que probable un enfrentamiento en las PASO, después
de lo de Carrió se ve inexorable. No es solo entre ellos. El ataque mayoritario
a dirigentes que hoy están con Bullrich y que nunca dejaron de mantener vínculo
con Larreta rompió otros puentes. Las réplicas no tardaron en escucharse.
Los damnificados coinciden con que el ataque fue preventivo, pero no con
fines superiores, como le atribuyó Carrió, sino mucho más prosaicos. Como
empezar a posicionarse en pos de asegurar expectantes lugares de los suyos en
futuras listas electorales, para lo cual ha mostrado notable expertise en
ocasiones anteriores. Otros dicen que no es una apuesta tan a futuro: los
lugares que los lilitos ocupan en la administración porteña también cuentan. En
el larretismo buscan sacarse de encima ese sayo, sin ofender a Medusa.
Equilibrio extremo. Por ahora quedaron bastante a salvo de su mirada
fulminante.
Mientras tanto, la ciudadanía mira esas escenas de hondo patetismo con
tanto morbo como desconcierto mientras sus padeceres no decrecen. Como la
inflación. Si buscaban una luz de esperanza en la costa cambiemita, ahora se ve
demasiado tenue. Más aún por el tenor de las acusaciones de Carrió, que van
desde complicidad con el narcotráfico, espionaje (otra vez) y negocios non
sanctos, hasta cuestiones de la vida privada. La exdiputada debería aportar las
pruebas, si las tiene, para esclarecer a los votantes y preservar la salud de
la república, si eso es lo que se propone, como dijo. Las generalizaciones solo
aportan más desconfianza y desaliento a una sociedad estragada por la
desesperanza.
Demasiadas batallas internas, en todos los frentes, mientras los
precios, la inseguridad y el dólar siguen ganando la guerra.ß |