Por Fernando Gutiérrez - Mientras
prepara las valijas para viajar antes de fin de mes a Washington, donde se encontrará con la plana mayor del Fondo Monetario
Internacional, Sergio Massa entrena su "cintura
política" para que ese evento sea interpretado como un espaldarazo a su
gestión y no lo que en realidad va a ser: el sinceramiento de que Argentina
incumplirá las metas del acuerdo "stand by". Esto, en un momento en
el que una devaluación asoma como una posibilidad en el
horizonte que plantean diversos analistas.
No es que Kristalina Georgieva se vaya a
sorprender por los números que le presentará el enviado del principal
"cliente" del FMI: tiene los números argentinos por los informes que
le reporta Ilan Goldfajn, el ex presidente del Banco Central brasileño,
que hoy cumple el rol de "policía malo" como auditor del préstamo. Pero
además, claro, porque hace escasas tres semanas ella misma se reunió con Silvina
Batakis, a quien le comunicó sin eufemismos que su programa necesitaba
"medidas dolorosas" para encaminar la economía del país.
A eso, precisamente, apunta Massa. Con los
recientes anuncios de medidas, espera convencer a sus interlocutores que Argentina está decididamente aplicando
la tijera en los planos fiscal y monetario, de manera de poder
cumplir las metas de un déficit no mayor al 2,5% del PBI, que se financiará con
no más de 1% de asistencia monetaria del Banco Central.
Y mostrará como prueba el anuncio del nuevo
régimen de tarifas de servicios públicos, que limitará el subsidio estatal
según volúmenes de consumo. Pero claro, hay un problema que están empezando a
advertir los economistas argentinos: ese recorte difícilmente tenga un gran impacto
este año, y todavía no está claro qué tan importante será el año próximo,
porque la inflación creciente podría licuar el ahorro.
Los subsidios a la electricidad y el gas suben a
una velocidad crucero de 166% anual, según los datos fiscales recientemente
publicados. El economista Jorge Colina, de la fundación Idesa, calcula que
eso implica un crecimiento anual de un punto del PBI, y advierte que "para
desacelerar tan potente dinámica va a necesitar varios aumentos más". Su
conclusión, compartida por varios colegas, es que "la meta fiscal con
el FMI nació incumplida".
En la misma
línea, la firma inversora Consultatio, estima que el ahorro que traerá la
suba de tarifas se podría estimar entre 0,5% y 0,8% del PBI, pero recién
después de un año completo desde el inicio del ajuste,
lo que podría ocurrir en octubre 2023. Este año, en cambio, el impacto no
superaría el 0,2%, un tercio del objetivo que originalmente se había
planteado Martín Guzmán.
Otro experto en el tema, el ex secretario de
Energía Daniel Montamat, calculó que los subsidios costarán este año
u$s15.000 millones, un 36% más que el año pasado. "El populismo energético
instaló la falacia de que los subsidios son una ‘paga Dios’, cuando
representan la contracara de tener precios y tarifas subsidiadas y se
terminan financiando con emisión inflacionaria", argumentó.
Todos aplauden, nadie quiere
recortar
Y en el resto de los rubros del gasto tampoco hay
señales claras de recorte. Según advierte Daniel Artana, economista jefe
de FIEL, los antecedentes recientes marcan que en los segundos semestres, el déficit suele
agravarse. Para ponerlo en números, suelen superar en 70% al monto de los
primeros semestres.
Es un mal punto de partida, sobre todo si se tiene
en cuenta que, una vez que se depura el efecto de la "contabilidad
creativa", el déficit fiscal que calcula FIEL para la primera mitad del
año es de 3% del PBI.
Es por eso que los funcionarios del Fondo, ya antes
de que asumiera Massa, habían hecho un pacto con Guzmán: aceptarían el
maquillaje de las cuentas fiscales sin quejarse y darían por aprobadas las
metas, pero a cambio exigirían que en la segunda mitad del año se
realizara un recorte real de un 8% en el gasto público.
Massa tendrá que explicarle a Georgieva qué está
haciendo para lograr ese recorte. Y le repetirá que se está aplicando un tope a
las diversas reparticiones públicas, de manera de que no se gaste más de lo que
entra en la caja estatal.
Lo que
seguramente no le contará es la resistencia que está encontrando dentro del
propio Gobierno para poder llevar a cabo ese recorte del gasto. En las primeras
charlas sobre el tema, tanto los ministros como los
gobernadores provinciales le dijeron que apoyaban su programa, pero ninguno se
mostró dispuesto a que su propia área se sacrificara.
Los argumentos esgrimidos por los funcionarios son
fundados: tanto en la obra pública como en la asistencia social es difícil
pensar en un recorte de gastos que no traiga consecuencias graves. Y el
reciente acampe piquetero frente a la Casa Rosada es un recordatorio
contundente al respecto.
Lo cierto es que ya el propio Alberto
Fernández había diluido las promesas de austeridad de Silvina Batakis,
al anunciar, tras un encuentro con gobernadores provinciales, que no habrá un
ajuste de la obra pública y que se mantenía el plan de $837.000 millones -que
equivale a un 14% del PBI-.
En todo caso, el escaso entusiasmo que los
gobernadores tuvieron para con el plan oficial es otra demostración de las
dificultades que esperan a Massa. Los economistas estiman que las
transferencias fiscales a provincias -sumando las automáticas y las
discrecionales- se ubican en el nivel más alto de los últimos 20 años, en
términos reales y representan un 3,1% del PBI.
¿Y los dólares del Banco
Central?
Lo cierto es que, con este contexto político, hay
escepticismo sobre las posibilidades de Massa de poder cumplir las metas prometidas
al Fondo. Sobre todo si se tiene en cuenta que, además de las dificultades
fiscales, sigue siendo acuciante la situación de las reservas del Banco
Central, cerca de perforar el piso de u$s37.000 millones y con la caja casi
vacía.
Los resultados del incentivo a los productores
sojeros lucen por su ausencia, y se mantienen guardadas en silobolsas 23
millones de toneladas, que a la cotización actual equivalen a u$s14.000
millones.
La promesa de
Massa sobre reforzar rápidamente las reservas del Central se empieza a
diluir: el adelanto de los u$s5.000 millones de los
exportadores se demora. Y las dudas sobre los dólares que puedan ingresar
mediante préstamos de bancos de inversión en modalidad "repo" son
cada vez mayores, por los altos costos de interés y de garantías que sería
necesario asumir.
Por otra parte, el presidente del Banco
Central, Miguel Pesce, intenta transmitir optimismo con el argumento de que en
agosto se reducirá en u$s600 millones la importación de gas, y que
en septiembre caerá en otros u$s900 millones. Es decir, que prevé una
disminución en las importaciones, al tiempo que las exportaciones van a
reanudarse tarde o temprano, porque los productores rurales tienen que
financiarse para la próxima campaña.
Pero su
explicación no generó mucho eco en el mercado. La estadística muestra que en la
segunda mitad del año la importación tiende a aumentar: el año pasado, las
compras "no energéticas" del segundo semestre fueron un 18% más altas
que las del primero. Si se mantuviera esa
tendencia, entonces las importaciones -sin contar la compra de combustibles- se
ubicarían para la segunda mitad del año en torno de U$s40.000 millones.
Pero, sobre todo, lo que genera escepticismo en los
economistas es el hecho de que no perciben que la falta de reservas tenga que
ver con un problema estacional, sino que una cuestión estructural: la brecha
cambiaria.
Hablando en
plata, faltan u$s4.300 millones para que el país esté a tono con el nivel de
reservas comprometido en el acuerdo con el FMI, según la estimación de Emmanuel
Álvarez Agis, un economista cercano a Massa.
Massa, un seductor en momento
de crisis
A pesar de ese
panorama desalentador, el nuevo ministro tiene motivos para ser optimista con
su primera gira internacional. Hay sobradas señales en el sentido de que el FMI
mantendrá una actitud relativamente comprensiva hacia
el país y que, ante los evidentes desvíos de las metas, dará un
"waiver" sin interrumpir el flujo de capitales.
Una señal elocuente fue la del Banco Interamericano de Desarrollo, que liberó un préstamo por
u$s80 millones. Y el nuevo ministro mantuvo una charla telefónica con el
estadounidense Mauricio Claver Carone -otro de los "malos" de los
organismos multilaterales, que mantenía una mala relación con el renunciado
Gustavo Béliz-, algo que fue interpretado como el destrabe de créditos por
u$s2.000 millones.
La carta de la directora del FMI le envió a Massa
implica, traducida a señales diplomáticas, que se mantendrá el cronograma de
desembolsos previstos en el acuerdo "stand by", lo cual supone la
entrada de u$s4.000 millones en septiembre.
Además, Massa
va en busca de señales políticas de apoyo en la administración Biden. Es el
gran valor diferencial del nuevo ministro, que el año pasado ya hizo gala de
sus relaciones en el país del norte, al encabezar una
misión que incluyó contactos con funcionarios de alto rango.
Ahora, investido como ministro, espera verse con la
secretaria del Tesoro, Janet Yellen, para explicar el programa de
estabilización y pedir que Estados Unidos haga valer su influencia en el
directorio del FMI, en un momento en el que abundan las voces que piden dureza
y medidas ejemplarizantes para con Argentina.
Devaluación: ¿se aplicará la
receta clásica del FMI?
Como prueba de
la voluntad para realizar correcciones, Massa mostrará la aplicación de medidas
ortodoxas, como la suba de tasas de interés. Es un tema que no resulta
indoloro políticamente para un gobierno que en 2019
había hecho campaña electoral criticando las tasas de 73% de Guido
Sandleris y el generoso premio pagado a los bancos que compraban las
Lebac, en vez de destinar los dineros públicos a pagar jubilaciones.
Los maliciosos pensarán que no por casualidad
coincidió la noticia del aumento extra a los jubilados con la
del salto de 9,5 puntos en la tasa del Banco Central comunicada
el jueves.
Pero, en todo
caso, el interrogante es si para Massa será suficiente con mostrar su plan con
dosis de ortodoxia o si el FMI le recordará su receta clásica para
los países que se encuentran en situaciones como la de Argentina: una devaluación que ayude a licuar
el gasto y corregir distorsiones de precios.
Es la medida que el Gobierno viene resistiendo,
cada vez con menor fuerza. Lo sabe Massa mejor que nadie, luego de haber
intentado convencer a Marina Dal Poggetto para que aceptara el cargo
de viceministro.
La prestigiosa
directora de la consultora Eco Go le expuso su visión de que la
devaluación es inevitable. Y luego escribió su crudo diagnóstico: estimó en
u$s30.000 millones la transferencia de recursos de los exportadores a los importadores como consecuencia del
desfasaje cambiario.
"Esto es más de 6% del PIB por año. Una
grosería teniendo en cuenta que duplica el monto que paga el fisco de subsidios
a la energía", expresó la casi viceministra. Y enfatizó que el plan de
ajustar en el plano fiscal y subir tasas de interés mientras se mantiene el
actual tipo de cambio "tiene patas cortas". |