Por Carlos Pagni - Sergio Massa está cercado. Pocas veces un ministro de
Economía debe operar en una crisis acosado por tantas restricciones. El Banco
Central está desahuciado por la insaciable demanda de dólares. Podría subir la
tasa de interés en pesos, para que la moneda nacional sea más atractiva. Pero
esa tasa es ya muy alta, por lo que pagar los intereses que promete supone un
tsunami de emisión que se transforma en inflación. Es una de las razones por
las cuales no está en condiciones de endeudarse en pesos. Tampoco en dólares,
porque el riesgo argentino es exorbitante. Solo cabe imprimir más billetes para
solventar su déficit fiscal carente de financiamiento. El peso se destruye y se
vuelve verosímil la devaluación.
Esa perspectiva estimula las importaciones. Y desaconseja las
exportaciones. Esa es la razón por la cual, aun con precios récord, el
superávit comercial es una miseria.
Recortado sobre este paisaje de dificultades, Massa inspira una
pregunta: ¿por qué festeja? La euforia y la satisfacción que ha exhibido desde
que lo designaron ministro comunican un mensaje inconveniente: la suposición de
que él no sabe dónde está parado.
Las iniciativas que se divulgaron anoche confirman esa percepción.
Fueron un conjunto de medidas. No hay un plan. Esa carencia hace juego con lo
que Massa dejó trascender desde hace casi una semana. Una colección de
artificios para salir del atolladero sin resolver el fondo del problema. Esa,
llamémosle así, estrategia es muy típica de la personalidad del ministro.
Audaz, apuesta a un golpe de fortuna. Como el que, ya quebrado, confía en
evitar la catástrofe gracias a la martingala milagrosa de una noche de ruleta.
Uno de esos talismanes sería la captura de 5000 millones de dólares por
una liquidación anticipada de operaciones cereal eras. Las grandes
comercializado ras de granos negociaron durante horas infinitas con Guillermo
Michel, el director de Aduanas, uno de los funcionarios más allegados al
ministro. La propuesta de Michel fue que las compañías depositen esa suma en
una cuenta creada ad hoc, ala que podrían ir recurriendo a medida que deben
pagar la mercadería. Los empresarios expusieron sus dificultades. Primero, no
tienen disponibilidad sobre semejantesuma de dinero. Segundo, y más importante,
no consiguen que los productores se desprendan des uso ja.
Fue una obviedad: el problema del Gobierno es con los chacareros, no con
las cerealeras. Y no se despeja hablando con la Mesa de Enlace. Massa deberá
crear condiciones para que sea negocio vender soja. Es decir, deberá mejorar el
tipo de cambio. Él está pensando en esa alternativa. En su equipo estudian
aumentar la parte de las operaciones que pueden cursarse con un tipo de cambio
equivalente al dólar “solidario” más el 35% de anticipo de Ganancias. El
borrador contempla no solo ofrecer que la ventaja se aplique a un monto mayor.
También habría una ventaja en la tributación de Ganancias. El riesgo de estas
ocurrencias es conocido: que los supuestos beneficiarios, conscientes de la
emergencia en que se encuentra el Banco Central, sigan reteniendo la cosecha a
la espera de prerrogativas más generosas. De todos modos, Massa ayer aseguró
que conseguirá aquellos 5000 millones de dólares en 60 días. Confía en que
convencerá a los productores. O en que la devaluación de la moneda será
superior a la que se viene verificando en estos meses, a pesar de que, como
dijo ayer, “los shocks devaluatorios solo generan pobreza”.
Una frustración equivalente con la de esos 5000 millones de dólares se
produjo con el sueño de conseguir un préstamo de la banca internacional para
mejorar las reservas del Tesoro. En el equipo de Massa no admiten que es casi
una quimera. Prefieren decir “Sergio todavía lo está negociando”. Ayer él mismo
prometió que en tres semanas definirá cual de las ofertas que, al parecer,
recibió de tres bancos y un fondo soberano acepta. Será interesante ver qué
tasa y plazo. Sobre todo porque hay que sostener, como se pueda, la ficción del
desendeudamiento.
Los expertos del sistema financiero fruncen el ceño. Dada la tasa de
interés con que cotizan hoy los bonos con legislación NY, superior en algunos
casos al 40%, ¿qué oficial de crédito estaría dispuesto a proponerle a su CEO
prestarle a la Argentina? Dicho de otro modo: ¿qué garantía debería ofrecer
Massa para neutralizar el riesgo que supone la jefatura política de Cristina
Kirchner? ¿Los glaciares? “Ya se los dimos a Pfizer”, contestó un financista
con sentido del humor.
Es posible que Daniel Marx, incorporadocomo asesor sé ni oral Gobierno,
consiga los resultados prometidos. O Eduardo Setti, el secretario de Finanzas,
hijo de quien era candidato a ministro de Economía si Ítalo Luder derrotaba a
Raúl Alfonsín en 1983. Aquel Setti era un protegido de Antonio Cafiero, el
abuelo del actual canciller. Tenía entre sus colaboradores a Hugo Dragonetti,
uno de los constructor es más cercanos aMassa. El otro es Sebastián Eskenazi, a
quien el fiscal Diego Luciani, en su alegato por la escandalosa distribución de
la obra pública santacruceña, atribuyó simular ofertas para que Lázaro Báez
pudiera ganar más de 51 licitaciones. Eskenazi, de los más próximos amigos de
Massa en el mundo empresarial, es el mismo que se quedó con el 25% de YPF por
indicación de Néstor Kirchner.
Con los bancos locales la dificultad que deberá resolver Setti, si
quiere mejorar las reservas monetarias, es más compleja. Esas entidades solo
pueden disponer de dólares para financiar operaciones de comercio exterior. El
resto constituye encajes del Banco Central. Salvo que algún banco cuente con un
ahorro en dólares obtenido con la emisión de un bono corporativo. Los
financistas en estas circunstancias, igual que los ejecutivos de grandes
cerealeras, formulan el mismo comentario: “Con elegancia, decimos que no y
expresamos nuestros buenos deseos. Pero eso puede terminarse. Todos estamos a tiro
de circular ”. Traducido: las instituciones que, en general, están cerca del
dólar, se preparan para un ajedrez regulatorio en el que los buenos modales de
Michel pueden ir transformándose en la agresividad intervencionista de Massa.
Anoche hubo un anticipo de esos controles destinados a evitar fraudes en
el comercio exterior. Sobre todo para combatir manipulaciones que, al parecer,
se han venido realizando “con reprochable negligencia de las autoridades”, como
decía el General. En otras palabras: anunció como una nueva política el combate
a delitos que se vienen produciendo y que incluyen el lavado de dinero. Otra
demostración de que en el oficialismo no pueden relacionar dos conceptos:
emisión descontrolada e incremento de las importaciones. Massa solo vio una
deformación penal en un desbarajuste monetario y cambiario.
De Qatar, hasta ayer, no había noticias. En el entorno del ministro se
adelantó que el fondo soberano de ese país podría extender un préstamo para
fortalecer al Banco Central. Alguien que cultiva una vieja relación con la
familia Al Thani, titular de ese emirato, contestó ante una consulta: “¿Qué
incentivo podrían tener? ¿Razonan distinto que los bancos?”. Ese escepticismo
coincide con la experiencia de un economista experto en la colocación de deudas
provinciales: “Siempre aparece entre los oferentes algún fondo de Medio
Oriente. Cuando uno se entusiasma, comienzan a pedir garantías imposibles. La
impresión generalizada es que los que prometen dinero son los intermediarios,
pero los dueños de la plata son más conservadores que un banco inglés”.
Para oxigenar siquiera un poco el ambiente financiero, en el equipo de
Massa especularon con permitir que algunas deudas fiscales se puedan saldar con
bonos soberanos. Es una de las variantes de lo que ayer se insinuó como
“recompra de deuda”. Esa chance, por la mayor demanda, mejoraría el precio de
esos papeles. Lo que significa bajar el nivel de riesgo. Como contrapartida,
los contribuyentes conseguiría n un ahorro. Compra rían los bonos a valor de
mercado, pero la AFIP les reconocería el valor nominal. La jugada tiene un
límite preciso: el Tesoro necesita hacerse de dinero. La estrechez es
inflexible. La mejora más o menos artificial del clima financiero tropieza con
la debilidad de las cuentas estatales.
Es posible que, a través de este desfiladerode espejismos, Massa esté
llegando ala prosaica conclusión de que hay que empezar por el otro extremo.
Para conseguir financiamiento es necesario reducir el nivel de desconfianza.
Para reducir el nivel de desconfianza hace falta demostrar que se moderará el
caudal de emisión. Para que eso sea posible debe alcanzarse un déficit fiscal
más razonable. Como la presión impositiva ya es insoportable, Massa debe
encarar una reducción drástica del gasto. Sin embargo, justo en esa materia, en
la que se requiere de su inveterada audacia, anoche no fue audaz.
En los anuncios hubo solo una señal: el recorte de subsidios energéticos
será más severo que el que Martín Guzmán había pactado con el Fondo Monetario
Internacional. A la segmentación se le agregó una cláusula sensata: solo habrá
subsidio para pautas tolerables de consumo. Por encima de determinada cantidad
de metros cúbicos de gas o de kilowatts/hora de electricidad, se pagará tarifa
plena. La decisión, que venía siendo recomendada por varios economistas y
especialistas en energía, tiene un doble efecto. Por un lado, incrementa el
ahorro fiscal porque tiende a reducir los subsidios. Por otro, tiende a que se
evite el derroche. El propósito es también evitar el despilfarro de dólares que
deriva de importar más energía para abastecer el derroche. El inconveniente es
que, con las precisiones que se obtuvieron anoche, ese límite al consumo
subsidiado es altísimo. La incoherencia que está dispuesta a concederse a sí misma
la vicepresidenta tiene un límite.
El recorte de subsidios afecta a solo uno de los componentes de la
factura eléctrica, el que corresponde al costo de generación. Es decir, el
aporte que el Tesoro ha venido haciendo a las usinas a través de Cammesa. El
incremento de ese tramo de la tarifa va a limitar los aumentos de otros
factores, como el de distribución. Es una dificultad para empresas como Edenor,
por ejemplo, de Mauricio Filiberti, Daniel Vila y Manzano, grandes figuras de
la logia de expertos en mercados regulados en la que Massa funciona como espada
política. La presencia de ese grupo en la proximidad del ministro va a ser
motivo de interés para algunos protagonistas principales del oficialismo. El
primero, Alberto Fernández.
En el entorno del Presidente ha llamado la atención la insistencia con
que Massa está interesado en expandir los negocios mineros, con especial acento
en litio. La incógnita es si tendrá algo que ver con el desarrollo que Manzano
y Vila preparan para ese rubro. Manzano opera en Jujuy, la provincia que Massa
cogobierna con el radical Gerardo Morales, a través de Integra Capital,
formadas por AR Zinc y Compañía Minera Aguiar, además de una sociedad comprada
a Glencore. Ahora se asoma a la explotación de litio. Morales, con Gustavo
Sanz, de Salta, y Eduardo Jalil, de Catamarca, participa de la llamada “mesa
del litio”.
¿Hasta dónde llega el compromiso de Massa con estos negocios? ¿Tiene una
participación directa? Son acertijos que se formulan en la quinta de Olivos,
pero también en el Instituto Patria. Por suerte en el Palacio de Hacienda
estará Ricardo Casal como, según dijo el ministro ayer, garante de la
transparencia. Casal fue el máximo colaborador del menoscabado Daniel Scioli en
el área de Seguridad y Justicia. Pero, sobre todo, fue quien logró que no
prosperaran las causas por enriquecimiento ilícito que le habían iniciado al de
nuevo embajador en Brasil durante su paso por la gobernación.
Anoche, Massa anunció el establecimiento de regímenes especiales para
varios negocios. Esa comunicación presenta dos peculiaridades. Por un lado,
sigue la senda iniciada ya por el Gobierno de establecer devaluaciones
parciales, una colección innumerable de tipos de cambio, para no tener que
anunciar una devaluación. Por otro, Massa adelantó el dictado de un conjunto de
decretos de necesidad y urgencia. ¿Ya lo había hablado con el Presidente? ¿O
comenzó a marcar la cancha de su jefe?
Además de una agenda endemoniada, Massa debe despejar dudas sobre la
calidad de su equipo. Él no es un profesional. Y en su entorno no apareció, al
menos hasta ayer, una figura con antecedentes relevantes en materia
macroeconómica. Ayer se notó esa carencia. El ministro alardeó con suspender
los pedidos de financiamiento al Banco Central. Pero no dijo cómo sustituirá
esa fuente de recursos. Se supone que colocando una ola de bonos en pesos, en
un mercado que, saturado, ha venido rechazando esos papeles. A los
especialistas en finanzas los alarmó anoche que, en el contexto de estas
noticias, anunciara también un canje de esos títulos. Él mismo boicoteó la
operación que estaba anticipando.
Una duda semejante sobre la idoneidad de la nueva gestión fue la promesa
de que cumplirá con la meta de 2,5% de déficit. En Washington, las autoridades
del Fondo Monetario se preguntan cómo hará. Anoche no se anunció iniciativa
alguna que permita pasar de 12% real de aumento del gasto a otro de -7% real,
que es lo que pide el organismo. Es el vacío más notorio. La cuestión a la que
Massa debería haber destinado, si es que las tenía, más precisiones. Porque de
la reducción del déficit depende todo lo demás. Se hacen otra pregunta, más
inquietante: con qué macroeconomistas discutirán estos problemas. En su
presentación Massa aclaró que no es un mago. Anoche se notó.
A este interrogante sobre la calidad científica se le agrega el de la
capacidad política. El nuevo ministro no consiguió colocar a Lisandro Cleri
como presidente del Central, empeño en el que solo logró irritar a Miguel
Pesce. Es un protegido de Fernández que, además, habla con la vicepresidenta.
Sobrevivió también Gabriel Katopodis. En el organigrama que se conoció anoche,
el Ministerio de Obras Públicas no se subordinó al de Transportes.
Lo más relevante, desde el punto de vista de la simbología del poder:
Massa tampoco conquistó la colina de Energía. Allí el símbolo de su restricción
se llama Federico Basualdo. No logró echarlo Guzmán. No puede echarlo Massa.
Basualdo es, desde la Subsecretaría de Electricidad, el único superministro del
gabinete nacional. Lo sostiene Cristina Kirchner. El nuevo titular de la
cartera menosprecia al secretario de Energía, Darío Martínez. Incluso no lo
considera ni como candidato a gobernador neuquino: Manzano, el padrino,
prefiere a Rolando Figueroa, del MPN. En la consideración de Massa solo se
salva en esa área Federico Bernal, el titular del Enargas. Un hombre de la
señora de Kirchner.
Por debajo de estas dificultades de funcionamiento sigue operando un
problema estructural. La relación entre el Presidente, la vice y, ahora, el
ministro de Economía. Primer inconveniente: violan el teorema de Nosiglia. En
política solo puede haber pactos de a dos. Nunca de a tres. Segundo reto: se trata
de tres náufragos. Ninguno puede ceder un milímetro en beneficio del otro.
En este contexto, Massa activa la desconfianza de Fernández, a quien un
tradicional psicoanalista de Acassuso diagnóstico como “passive destroyer”. En
su parsimonia casi indolente, mientras se devora a sí mismo, el Presidente
devora antes todo lo que se le opone. El otro ángulo desde el que hay que mirar
a Massa es el de Cristina Kirchner. Ayer los feligreses del nuevo ministro
saltaban gritando que son del Frente Renovador. Exasperaron a la vicepresidenta
y a su entorno. Sobre todo, porque Massa llega al ministerio en una encrucijada
dolorosa. Hay una armonía oscura en estos hechos: la algarabía de los
“renovadores” se produce en el mismo momento en que La Cámpora maquina un problemático
17 de octubre para vindicar a su jefa, vapuleada en Tribunales. Es una
combinación casi incomprensible que ella transite su peor drama judicial al
mismo tiempo en que llega al gabinete quien, desde el peronismo, más hizo por
meterla presa.
No es la única mueca que hace la historia en estas horas. Cuando, en
medio de las llamas de 1989, Juan Carlos Pugliese abandonó la presidencia de la
Cámara de Diputados, lo reemplazó Leopoldo Moreau. Massa dejó esa misma
posición. Lo sustituyó Cecilia Moreau. La hija de Leopoldo. Ojalá, por bien de
Massa y del país, que la analogía no se cumpla. ● |