Por Fernando Gutiérrez - Para Kristalina Georgieva y los
empresarios estadounidenses que se entrevistaron hace apenas una semana
con Silvina Batakis será una experiencia extraña: a fin de mes volverán a
entrevistarse con un nuevo ministro de Economía argentino que repetirá
argumentos parecidos al de su antecesora pero que tratará de llevarse una
respuesta diferente de parte de sus interlocutores.
El resultado
del encuentro de Batakis con la plana mayor del FMI fue la sensación de que
Argentina se encontraba un paso más cerca de incumplir las metas del
acuerdo "stand by" -es decir, el déficit fiscal de no más de 2,5% del
PBI, la asistencia monetaria al Tesoro por no más de 1% del PBI y la
acumulación de reservas del Banco Central por u$s5.800-. Porque, por más que la
funcionaria ratificara su voluntad de cumplimiento, el contexto político y
económico del país dejaban en claro que las probabilidades de eludir un
"waiver" eran escasas, a no ser que el Gobierno argentino se animara
a tomar medidas de fondo en el plano cambiario, algo que la ex ministra dijo
que no estaba dispuesta a realizar.
Es por eso que
el argumento principal que llevará Sergio Massa a su encuentro con el
FMI y los potenciales inversores en Argentina no pasa tanto por los números
sino por dejar en claro un mensaje: que él no es Batakis, porque cuenta
con un hándicap político propio y una agenda de aceitados contactos en el
ambiente financiero internacional.
Y, además, que cuenta con mayor margen de acción para tomar medidas que
hasta hace pocos días eran consideradas "tabú", como una
modificación en el cepo cambiario, de manera que los exportadores cuenten con
mayores incentivos para liquidar su producción y se pueda así reforzar la
exhausta caja del Banco Central.
Por lo pronto, el cambio de actitud del Banco Interamericano de
Desarrollo, que destrabó un pago pendiente, significó una señal de alivio. Y
ahora toca el turno de la negociación con los bancos internacionales.
Pero, más allá
del dinero que se consiga con la estrategia de los "repo" de bonos,
esa negociación tendrá una consecuencia más de fondo: será la demostración de
que, a diferencia del kirchnerismo, Massa no comparte la idea -sostenida
durante toda la gestion Guzmán- de que la deuda en dólares es nociva y la
que se toma en pesos es inocua.
Una agenda de reuniones con
"halcones"
Por lo pronto, el embajador Jorge Argüello, que el año pasado ya
había ayudado a Massa a realizar una gira estadounidense en la que se
entrevistó con funcionarios de alto rango, trabaja en la agenda para que el
nuevo ministro pueda llegar con su mensaje de cambio político hasta el corazón
de la administración Biden.
El objetivo es
que, además de sentarse frente a Batakis, Massa pueda reunirse con Juan
González, principal asesor del presidente Joe Biden para temas latinoamericanos,
y también con algún funcionario del equipo de Janet Yellen, la poderosa
secretaria del Tesoro de Estados Unidos.
El objetivo es ganar influencia política sobre el "nuevo- nuevo
FMI", que ante la crisis inflacionaria mundial está dando un giro para
volver a sus raíces de fiscalismo duro, luego de un período de permisividad
hacia los déficits, provocado por las emergencias sociales de la pandemia.
En lo que respecta a Argentina, eso se refleja en el hecho de que ya no
figura a cargo de las negociaciones Julie Kozack, a quien el renunciado
Guzmán llamaba cariñosamente "la compañera Julie", por su
predisposición a mostrarse comprensiva con los problemas del Gobierno. La
funcionaria había dado su aval para que, en la revisión de los números macro se
aceptara la inclusión de ganancias contables por tenencia de títulos como si
fuera un ingreso fiscal, gracias a lo cual el país pudo mostrar un cumplimiento
de las metas macroeconómicas.
Ahora, en
cambio, con "halcones" como el brasileño Ian Goldjajn con
el control de las negociaciones, las perspectivas son de un menor margen de
tolerancia por parte del FMI. Y coincide todo con un empeoramiento de la visión
que el mundo tiene sobre Argentina, que empieza a estar en el foco de los
medios financieros internacionales como candidato a recibir algún tipo de
castigo ejemplarizante.
Es así que el The Wall Street Journal advirtió que el país
"se encamina a otro colapso", mientras el influyente Financial
Times reclamó en un editorial que el FMI endureciera su postura y le
exigiera a Argentina que tomara una amarga medicina de austeridad fiscal.
Pese al contexto desfavorable, en el entorno de Massa se trasluce cierto
optimismo. Está el
antecedente de la gira del año pasado, en un momento en el que la relación bilateral con
Estados Unidos pasaba un mal momento. Y Massa logró cierta distensión, que más
tarde llevaría a la concreción del acuerdo con el Fondo.
Su mensaje, en
aquel momento, había sido claro: que Argentina no se "kirchnerizaría"
y que las declaraciones radicalizadas de la vicepresidente eran para consumo
interno de la militancia, pero que no marcarían la política del Gobierno. La
firma del "stand by", luego refrendado por el Congreso aun con la
oposición de Cristina, terminaron confirmando aquel pronóstico.
Esquivando el "efecto Batakis"
El mensaje que dejará Massa, en concreto, es que comparte la misma
vocación fiscalista planteada por la ex ministra -y que despertó elogios por
parte de los empresarios que la entrevistaron, encantados de escucharla recitar
el libreto contrario a la financiación del déficit con emisión monetaria-, pero
que, a diferencia de Batakis, él contará con un apoyo político que no
dejará dudas sobre su capacidad para realizar un ajuste.
Porque, en definitiva, el comunicado de la directora del FMI al hablar
sobre la necesidad de profundizar los "esfuerzos iniciales" de la ex
ministra apuntaba a un reclamo concreto: más tijera y menos promesas.
Y ahí es donde
Batakis mostraba un flanco débil: al mismo tiempo que anunciaba un plan de
ajuste, desde el propio Gobierno surgían señales en el sentido contrario a la
política de austeridad. Y eso ponía en
dudas que se pudiera hacer el ajuste de 8% en el gasto público en el
segundo semestre, después de haber sobrepasado la meta de la primera mitad.
La lista de señales contradictorias era larga y contundente. Por
ejemplo, el apuro con el que ministerios y diferentes reparticiones públicas
concretaron el ingreso de nuevos empleados en sus nóminas, luego que la
entonces ministra dijera que se cerrarían las altas en el aparato estatal.
O, también, por la extensión por decreto de la moratoria previsional,
una medida que reactivó el debate sobre la sostenibilidad del sistema
previsional, que tiene un déficit equivalente a 3% del PBI. O en el hecho de
que, contrariando la afirmación de Batakis sobre la imposibilidad
de financiar el "salario básico universal", el
bloque kirchnerista haya presentado en el Congreso una iniciativa en ese
sentido.
Lo cierto es
que ya la mayoría de los economistas escuchados por el mercado estima en que el
rojo fiscal no podría ser inferior al 3% este año. Entre otras cosas, porque
una de las premisas originales de Martín Guzmán, que era el
de un ahorro de 0,6% del PBI, pero la disparada inflacionaria hará
que ese gasto en realidad se incremente en términos reales.
Pero, además, aun si se depura el rubro energético, se percibe una
vocación expansiva. Por caso, la obra pública subió en términos reales un 16,6%
respecto del año pasado. Y el presidente Alberto Fernández acaba de
ratificar, tras un encuentro con gobernadores provinciales, que no habrá un
ajuste de la obra pública y que se mantenía el plan de $837.000 millones -que
equivale a un 14% del PBI-.
Señales ante un FMI más duro
Por lo pronto, Massa ya tiene en claro que no hay margen para pedir una
flexibilización de las metas -en particular la de la acumulación de reservas
por u$s5.800 millones-. Porque si bien en un momento se llegó a especular con
la posibilidad de que, argumentando la situación imprevista de la suba de
costos energéticos, Argentina podía plantear mayor laxitud, el Fondo ya dio
señales de que no se conmoverá con ese argumento.
Lo cierto es que, aunque en Argentina se plantee que hay una emergencia
por la suba del costo de la energía, desde el exterior no se comparte el
argumento de que eso justifique la imposibilidad de acumular reservas. Después de todo, el nivel de
importaciones del país -que en junio marcó un récord de u$s8.547 millones- no
resulta tan alto cuando se constata que es similar al de las importaciones de
Chile, un país cuyo PBI es la mitad del argentino.
Más bien, la percepción desde el exterior es que si Argentina tiene
dificultades para retener dólares es porque está sufriendo las típicas
consecuencias del retraso cambiario. De
hecho, una de las recomendaciones del FMI que el
país ha incumplido es la de mantener en términos reales el tipo de cambio que
regía en diciembre del año pasado.
Según los pronósticos de un IPC en torno de 8% para julio, esto implica
que mientras la inflación en lo que va del año fue de 45%, el dólar sólo se
movió un 28%. Eso implica que Argentina tuvo una "inflación en
dólares" de 13%, que cuando se corrige por la inflación estadounidense
queda en 6%.
Si se hubiera
cumplido el pedido del FMI, el deslizamiento del tipo de cambio oficial tendría
que haber sido de 35%. En otras palabras, hoy el dólar
del Banco Nación tendría que cotizar a $146 en vez de los $138 del cierre del
lunes.
Esto es lo que ha acentuado la expectativa sobre una corrección
discreta del tipo de cambio, además de una aceleración en la tasa del
"crawling peg" para evitar que se siga generando retrasando el
dólar oficial.
Por otra parte, ya antes de que Massa asumiera formalmente, se dieron
otras señales de cambio de rumbo, como la drástica
suba de ocho puntos en la tasa de interés. También esto funcionará como
un guiño ante el FMI, que había pedido que las tasas se mantuvieran
positivas en términos reales, algo que en todo el año se incumplió.
Y esa tasa negativa era una política que había sido criticada por
economistas que ahora formarán parte del comité de asesores de Massa,
como Martín Redrado y Emmanuel Álvarez Agis.
Este último había sido particularmente duro al afirmar, durante la
corrida cambiaria sufrida por Batakis,
que el propio Banco Central está financiando la escapada del dólar paralelo: "La
política monetaria del BCRA es completamente expansiva, con tasas de interés en
términos reales negativas en el orden del -35%/ -40% anual", había escrito
en un comentado informe.
Pero, en definitiva, lo que marcará si la gira de presentación
internacional de Massa como ministro es exitosa no será apenas las
declaraciones de apoyo, que se dan por descontadas. El flamante ministro quiere
demostrar que tiene forma de reforzar rápidamente las reservas del
BCRA. En ese punto se juega el principal partido: la reversión rápida de la
volatilidad cambiaria. |