Por Claudio Jacquelin - “Necesito 45 días de paz”. Con ese ruego que
transmite a sus interlocutores, Sergio Massa se apresta a calzarse el enorme
traje de superministro de Economía obtenido en la mesa de saldos frentetodista.
El mensaje es omnidireccional, pero sobre todo está dirigido a sus socios de la
coalición gobernante, donde residen todas las incógnitas internas y externas
respecto de la nueva etapa que se abrió. O del nuevo gobierno por empezar.
En busca de esa tregua Massa diseñó durante este fin de semana los pasos
y medidas iniciales de la primera etapa de gestión, que él llama de
“estabilización” de un barco que se iba a pique.
Las medidas que intenta mantener en secreto para evitar seguir
acrecentando las expectativas que generó y que podrían volverse en contra si no
dan resultado rápido serán anunciadas pasado mañana. Por eso pide tiempo y
apoyo.
A pesar del hermetismo, la nacion pudo saber que algunos de esos
primeros pasos incluyen la creación de un bono para absorber parte de la masa
de pesos en circulación, para lo cual dice contar con la aceptación de bancos
locales, algunos de los cuales se cuentan entre sus tradicionales amigos y
sponsors.
La medida buscaría generar efectos en las dos variables descontroladas
que eyectaron a su predecesora, Silvina Batakis: inflación y dólar. Al mismo,
tiempo pretende desalentar las expectativas devaluatorias y desdoblamiento
cambiario y generar estímulos y confianza para que ingresen dividas. Menudo
desafío.
También entre las medidas en estado avanzado de elaboración se cuenta la
de generar incentivos fiscales a sectores que exportan (como los de energía,
minería, turismo y economía del conocimiento), que son los que Massa llama “la
fábrica de generar dólares”. Para evitar un descalce fiscal buscaría establecer
un anticipo de Ganancias de algunas actividades específicas y, sobre todo,
financiamiento externo, para el que dice contar con algunas promesas firmes de
organismos multilaterales y bancos internacionales. La generación de optimismo
siempre ha sido un atributo del massismo, aunque, en los últimos tiempos, de
concreción relativa.
Los dólares necesarios
Con ese objetivo, el ministro aún no asumido ya prepara un viaje a
Estados Unidos para la tercera semana de este mes con el objetivo de reunirse
con las autoridades del Tesoro, del FMI y del Banco Mundial en Washington, y
con titulares o altos ejecutivos de bancos y fondos de inversión, en Nueva
York, en busca no solo de apoyo simbólico, sino de financiamiento bien
concreto. Las relaciones que tejió hasta ahora y de las que se ha jactado
siempre se pondrán a prueba como nunca antes.
También tiene previsto Massa concretar la visita al Club de París que
sus predecesores no pudieron realizar y, posiblemente, a Qatar, en busca de un
aporte del fondo soberano de ese Estado.
Antes de la presentación de las medidas, el ya renunciado diputado tiene
previsto anunciar hoy la totalidad del equipo que lo acompañará y que no le
resultó sencillo conformar, por defecciones y reticencias de algunos de los
convocados.
El casillero vacío hasta ayer a la tarde en la Secretaría de
Agricultura, por el rechazo de los dos candidatos a los que les ofreció el
puesto, daba cuenta de las dificultades. El economista Gabriel Delgado y el
hasta el miércoles subjefe de Gabinete, Jorge Neme, declinaron las ofertas y
(en el caso de Delgado) las fuertes presiones de Massa.
Ambos tenían sus propios motivos para no subirse a ese barco, pero a los
dos los une una desconfianza: la sombra amenazante del cristicamporismo en la
relación con el sector agropecuario y algunas experiencias traumáticas sufridas
en carne propia. Por eso, anoche ese lugar se había llenado con un massista sin
autonomía, como Jorge Solmi. La capa de superministro todavía no es de la talla
del tigrense y nadie sabe si en algún momento tendrá superpoderes.
Los antecedentes cuentan. Por segunda vez, Massa es elegido o tolerado
por Cristina Kirchner para obturar el vacío, real o simbólico, que dejó Alberto
Fernández. Una vez por renuncia y esta vez por inacción o impericia. Ese es el
punto de apoyo desde donde intentará (otra vez) plantarse para torcer con su
impronta el rumbo de un gobierno kirchnerista en estado de descomposición.
Ahora, sin lugar para un nuevo fracaso. A todo o nada.
La profundidad de la actual crisis y el dramático deterioro de la situaun
ción político-económica, superiores a los de 2008, luego de la derrota en la
guerra contra el campo, son elementos que el aún no asumido ministro pretende
hacer valer a su favor. Lo mismo que la mengua del poder de la vicepresidenta.
La fuerza de la debilidad.
Esas son las condiciones que ahora Massa ofrece como garantía del margen
de acción que tendrá ante los tomadores de decisiones que dudan de la
aquiescencia del cristicamporismo frente las medidas que deberá adoptar para
estabilizar las dislocadas variables cambiaria e inflacionaria. Fogonazos que
llevaron al Gobierno a tambalearse al borde del precipicio y a permitir un
ingreso que cuatro semanas antes se le había vedado. Peronismo en clave de
realismo trágico.
No obstante, Massa sabe que no llega con ningún cheque en blanco ni con
todo el poder que hubiera pretendido. Mucho menos de parte de Cristina
Kirchner. Por eso, debió ceder lugares claves que hubiera querido distribuir
entre los suyos para asegurarse la fluidez de la puesta en práctica de las
medidas, así como para desestimar preocupaciones, dudas o sospechas que algunas
presencias generan.
La continuidad del albertista Miguel Pesce al frente del Banco Central y
del enclave camporista en el área clave de Energía o la designación del
cristinista Carlos Castagneto en la AFIP son casos testigo y motivo de
limitaciones y suspicacias, aunque por motivos diferentes. Lo mismo que la
falta de pronunciamientos de apoyo de parte del cristicamporismo, que genera
malestar y recelo en el entorno de Massa.
El caso de Castagneto, impuesto por Cristina Kirchner, es el que
despierta las mayores sospechas y preocupaciones. Los recientes
pronunciamientos de la vicepresidenta para avanzar sobre el secreto fiscal y
los antecedentes de persecución discrecional a contribuyentes durante su
presidencia abren enorme interrogante: ¿será la AFIP la nueva SIDE del
kirchnerismo? Otro desafío para Massa para transformar en activo el mayor
pasivo con el que llega: la confianza.
Tanto el diseño del programa económico como la elección de los nombres
que lo acompañarán en la gestión reflejan el trabajo de equilibrista al que
está sometido. Toda una novedad para quien hasta ahora se perfeccionó en las
artes de la prestidigitación, el malabarismo y la gambeta corta.
La medida del poder con el que Massa llega y del desafío que enfrenta,
no solo por las dificilísimas condiciones económico-financieras con las que
deberá lidiar, la dan las dificultades que encontró para conformar su equipo.
Muchos fueron los nombres rutilantes que no quisieron sumarse al reparto, a
pesar de la insistencia que ejerció el propio ministro en ciernes. No solo se
negaron Delgado y Neme.
La desconfianza sobre el margen de maniobra con el que contarían fueron
determinantes para rechazar la propuesta. No solo por los vetos o la falta de
apoyo que podrían provenir del cristicamporismo, que ya los sufrieron Martín
Guzmán y Silvina Batakis, sino por la trabas y dilaciones con las que Alberto
Fernández ha vampirizado a sus colaboradores.
La continuidad de Pesce y la designación de Juan Manuel Olmos como
vicejefe de Gabinete ponen en evidencia que Fernández no se da por vencido. Su
autopercepción sigue siendo singular y bastante contradictoria con la opinión
mayoritaria. Su autoestima se recupera con notable celeridad.
Tras los días de agobio, previos al acuerdo con Cristina Kirchner para
la llegada de Massa, en las últimas horas se ha ocupado de instalar la idea de
que el arribo del tigrense no es un acto de debilidad, sino de grandeza de su
parte, para asegurar la unidad del peronismo y evitar el colapso del Gobierno.
Ninguno de los pocos propios que permanecen a su lado lo contradice, sino que
se lo celebran. Con el ánimo recuperado, habrá que ver si usa la lapicera para
refrendar todas las iniciativas de su nuevo ministro o la guarda.
En el massismo confían en que sus socios, tanto Fernández como el
cristicamporismo, no pongan trabas al menos en los 45 días en que espera tener
algo de paz. La esperanza se centra menos en la convicción que en la necesidad.
O en el instinto de supervivencia. Nunca estuvieron tan cerca de perderlo todo
y nunca Cristina Kirchner quedó más involucrada en el Gobierno. Por ahora, 2023
y las ambiciones electorales quedan demasiado lejos. O suficientemente
atenuadas por la fragilidad.
|