Por Ricardo Delgado - Frente a un mundo nuevo, con aceleración
inflacionaria y subas de tasas generadas por la recuperación
pospandemia y la guerra en Ucrania, la única reacción
del Gobierno fue aumentar el gasto público real. La fragilidad
estructural y la ausencia de un plan sistémico ante el shock externo
profundizaron los desequilibrios macroeconómicos en marcha, y la consecuencia
inmediata fue más inflación y, desde principios de junio, una nueva crisis
financiera.
La propuesta
de ajuste fiscal y monetario decidido por la nueva ministra no está
mostrando resultados aún y desde hace varias semanas la cotización de los dólares
paralelos concentra
la atención de
todos los argentinos. No hace falta ser economista para entender las
consecuencias de una brecha cambiaria sin ancla.
Vuelan los dólares financieros: ¿por qué?
En las dos primeras semanas de julio, el dólar financiero por
excelencia, el contado con liquidación (CCL), un 24% respecto del
promedio del mes pasado. El salto fue tan significativo que ya supera al de
abril y octubre de 2020, cuando la pandemia estaba en su apogeo. Podemos
distinguir dos factores centrales que explican esta dinámica cuasi explosiva.
En primer lugar, en los primeros meses del año los dólares
paralelos crecieron por debajo de la inflación e incluso del dólar
oficial. A mayo, el contado con liqui mostraba un valor promedio apenas 1% por
encima de diciembre, mientras el oficial había aumentado 15,6% y la inflación
un 29,3%. La diferencia de comportamiento se debe principalmente a que el
acuerdo con el FMI provocó una caída de la brecha por debajo del 80% luego de
cuatro meses de sostenerse en porcentajes superiores al 90%.
A partir del
fuerte aumento de junio y julio, la evolución de los dólares financieros
ya superó al oficial y seguramente cierre el mes a la par del crecimiento del
índice de precios al consumidor. Ante la falta de respuestas ante una nueva y más
alta nominalidad, era esperable el traslado a la cotización de los dólares
financieros.
En segundo lugar, el salto es consecuencia directa de la imposibilidad
del Banco Central de acumular reservas netas. El objetivo
acordado con el FMI era de u$s5.800 millones para este año y las metas
parciales de marzo y junio se cumplieron debido a factores extraordinarios. En
el primer trimestre, gracias a los desembolsos netos del Fondo, y en el
segundo, a la profundización del cepo que redujo a casi cero las importaciones
en los últimos días del mes pasado. Esta medida generó un flujo mayor de pesos
al contado con liquidación aumentando su cotización, no sólo porque algunas
empresas dejaron de acceder al oficial sino también porque incrementó las
expectativas de una fuerte devaluación.
Tensión por el dólar: ¿asoma una devaluación?
Mientras las semanas pasan y la brecha cambiaria sigue creciendo, gana
fuerza la idea de una fuerte devaluación como destino inexorable
pero también como solución. Ante ese escenario, y como es lógico, el equipo
económico sostiene sentirse cómodo con el nivel actual del tipo de cambio. Si
analizamos a su versión real multilateral, vemos que está en niveles de
principios del 2018.
Ya se
evaporó la competitividad que generaron las fuertes devaluaciones de los
últimos dos años de la gestión Cambiemos, que como consecuencia también dejaron
30 puntos más de inflación a diciembre del 2019 respecto al 2017. Y es allí donde la
historia reciente toma más relevancia: devaluar en un contexto de
inestabilidad política, por fuera de un plan integral y con una inflación a
diciembre ya en 80% puede ser mucho más dañino de lo que los inversores
proyectan.
La presión sobre el tipo de cambio es consistente con una economía que
históricamente demanda más dólares de los que genera. Un problema que se agravó
en los últimos años por la necesidad de enfrentar una abultada deuda en
dólares. Pero imaginar que la solución recae únicamente en un salto del dólar
oficial es reduccionista; no se puede sintetizar el problema de una
organización económica disfuncional en un único precio. Eso lo debería entender
más el gobierno que los mercados financieros.
(*) Por Ricardo Delgado, economista y presidente de
Analytica Consultora |