Por Fernando Gutiérrez - Puede sonar paradójico, pero la
inflacion de Estados Unidos se ha transformado en uno de los "dadores
de oxígeno" para las finanzas argentinas: cuanto más suben los precios en
el mundo, medidos en dólares, más se disimula
el problema crónico del retraso cambiario que se
produce en Argentina por el hecho de que la devaluación corra de
atrás a la inflación.
El discurso del Gobierno acusa a la inflación internacional como uno de
los causantes de los males del país, porque supone un encarecimiento de
productos que Argentina importa, en particular los combustibles, cuya
cuenta ya asciende a u$s2.000 millones por mes y ya representa la cuarta
parte del total de importaciones. Ese argumento es correcto, y de hecho tiene
preocupados a los gobiernos de todos los países, que desde el estallido de la
guerra en Ucrania ven el encarecimiento de las materias primas como uno de
los temas más preocupantes de la nueva agenda.
Así ayuda la inflación en EE.UU. a bajar la
tensión por el dólar
Pero, en el caso argentino, que tiene una inflación crónica causada por
problemas domésticos, el
hecho de que aumente la inflación
internacional implica
un consuelo: de alguna forma, es como si la inflación internacional hiciera el
"trabajo sucio" de devaluar por Argentina, disimulando sus
distorsiones internas.
Esto acaba de verse con claridad con el reciente dato de la inflación de
junio difundido por el Indec. Marcó un 5,3%, en un mes en el que el Banco
Central dejó deslizar la cotización del dólar un 4,2%. Esto habría implicado un
agravamiento del atraso cambiario, porque significa que en el mes se registró
una "inflación en dólares" de 1%.
Pero claro, en junio también los precios en Estados Unidos aumentaron un
inédito 1,4%, lo que implica que los precios de la economía argentina, medidos
en dólares, hasta tuvieron una leve baja en la comparación
internacional.
De todas formas, todavía no alcanza como para alejar los temores de
quienes ven una vocación de utilizar la clásica herramienta del
"ancla cambiaria" como forma de frenar la suba de precios. En el primer semestre del
año, la inflación acumulada fue de 36,2%, mientras que el dólar oficial aumentó
un 22%. Dicho de otra forma, esto significa que los precios de la economía
argentina subieron un 12% en dólares.
Y es una situación que contradice el compromiso asumido con
el Fondo Monetario Internacional que, en el acuerdo firmado el verano
pasado por Martín Guzmán y Miguel Pesce, establecía que Argentina
mantendría el tipo de cambio real existente a diciembre del año pasado.
Nuevamente, lo
que atenúa ese incumplimiento es el hecho de que en lo que va del año, la
inflación en Estados Unidos fue de 6,3%. Esto hace
que, en términos comparativos, el encarecimiento de los costos
argentinos haya sido de un 5% hasta junio, y de un 15% en los últimos 12
meses.
Dólar: tensiones que se acumulan
La "inflación en dólares" siempre ha sido relevante para el
país, porque es uno de los termómetros sobre qué tan cerca está el riesgo
de una devaluación brusca. La historia reciente muestra que cada vez que el
país ha caído en la tentación de "planchar" al tipo de cambio como
estrategia para frenar la inflación, eso generó distorsiones que llevaron a
crisis cambiarias.
Y es una situación que no sabe de ideologías ni colores partidarios. Le
pasó en enero de 2014 al entonces ministro Axel Kicillof -como
recordó recientemente la ex presidente Cristina Kirchner en uno de
sus discursos públicos donde enfocó el problema de la "economía
bimonetaria"-. Pero también le ocurrió a la gestión macrista, que sufrió
la escapada del dólar en 2018 incluso con los dólares que le prestó el Fondo
Monetario para calmar -sin mucho éxito- a un mercado nervioso.
Y el dato
inquietante es que cada devaluación ocurrió después de períodos en los que se
acumuló una inflación en dólares de más de dos
dígitos. Es decir, algo parecido a lo que ha ocurrido en los últimos dos años.
Es cierto que hoy no está presente uno de los componentes clásicos de
las devaluaciones, que es la persistencia de un déficit en la cuenta
corriente -la que mide la diferencia entre los dólares que entran y los que salen de la
economía-. Pero no se trata de una situación que tranquilice a los
economistas, dado que la tendencia a la salida de capitales y el
achique del saldo comercial está ganando fuerza.
Y, por cierto, la presión sobre las reservas del Banco Central y el
ensanchamiento de la brecha cambiaria -que con
la última escapada del "blue" ya se ubica en torno de 118%- son
interpretados como síntomas de inestabilidad en el plano cambiario.
Los economistas están notando otro efecto clásico del retraso cambiario,
que es la distorsión de precios relativos: no todos los bienes y servicios
aumentan en la misma medida, y algunos hasta bajaron de precio.
Un informe de
la Fundación Mediterránea muestra cómo en los últimos dos años,
medidos al tipo de cambio oficial, los automóviles subieron un 99%, la
indumentaria un 73%, los televisores un 51%, los pasajes de avión un 45%,
mientras que el rubro más sensible a nivel social -los alimentos- subieron en
dólares un 37%.
En contraste, los servicios públicos tuvieron una caída: un 36%
para el precio del gas, un 39% para la electricidad y un 58% para el agua,
medidos en moneda estadounidense.
¿El tipo de cambio seguirá siendo
"cómodo"?
No por casualidad, la definición más esperada por el mercado tras la
designación de Silvina Batakis en el ministerio de Economía era si se
consideraba necesaria una corrección del tipo de cambio oficial, un argumento
que venían defendiendo economistas influyentes.
Y el hecho de que la
ministra haya declarado que "se siente cómoda" con el actual tipo de
cambio fue decodificado por el mercado como que el retraso cambiario que se
acumuló en el año no será corregido. Es decir, el dólar con el que la
ministra está cómoda es el de hoy y no el de diciembre de 2021, que era el que
había pedido el FMI.
Si se quisiera corregir ese retraso, el dólar oficial tendría que dar un
salto de seis pesos para ubicarse en $133 al mercado mayorista y $141 en los
bancos. Pero Batakis dejó en claro que eso no ocurrirá.
En cambio, lo
que no está tan claro es si, mirando hacia adelante, la tasa de devaluación -el
"crawling peg", en la jerga de la city- se acelerará, buscando que el
dólar y los precios evolucionen a la par. O si, por el contrario, se profundizará el atraso cambiario por la
vía usar al dólar como ancla de la inflación.
La vuelta del viejo dilema
El deslizamiento del tipo de cambio que convalidó el Banco Central
en junio podría dar la pista de que existe realmente la intención
de no agravar la inflación en dólares. Y, de hecho, el mes pasado, con la
ayuda de la inflación estadounidense, la economía argentina mantuvo su
competitividad.
Es todo un cambio respecto de la línea que se había mantenido a inicio
de año, cuando por cada dos puntos de inflación se producía sólo uno de
devaluación. Y ni hablar del 2021, cuando la relación había sido de tres a uno.
Pero hay dudas
respecto de qué ocurrirá en los meses próximos, sobre todo si, como temen
varios economistas, el índice de precios al consumidor pueda marcar un 8% en
julio. Aun suponiendo que otra vez haya esté
presente la "ayuda" de una alta inflación en Estados Unidos, el Banco
Central debería dejar deslizar al dólar un 7% en el mes para no
agravar el atraso cambiario.
Es una alternativa que hoy todos descartan, porque existe el
convencimiento de que una aceleración brusca en la tasa devaluatoria tendría un
efecto de contagio sobre el resto de los precios de la economía.
En sentido inverso a la cautela de los funcionarios, varios sectores
vienen reclamando una suba más acelerada del tipo de cambio, como forma de
corregir las distorsiones actuales. Con un tipo oficial que corra a mayor velocidad, habría un
mayor incentivo para la liquidación de la producción
agrícola retenida en las silobolsas -consultores calculan en más de
u$s9.000 millones lo que resta por venderse de la
cosecha- y además habría un factor que ayudaría a combatir la práctica de las
"importaciones preventivas" para acumular stock.
Pero el temor de los funcionarios es que, en un contexto de alta
inflación, cualquier
aceleración de la tasa devaluatoria pueda agravar la dinámica de los precios. Es la
estrategia que está detrás de la fuerte intervención que tuvo el Banco Central
en los mercados de futuros, donde estuvo interviniendo fuerte para desarmar las
expectativas de una inexorable suba del dólar oficial.
Con las proyecciones de inflación corregidas al alza por todos los
economistas -prevén un IPC superior al 7% para julio, y un promedio no menor al
4,5% hasta fin de año, el segundo semestre acumularía un 33%. Para que no haya
atraso cambiario, el Banco Central tendría que elevar a un promedio de 5% anual
su ritmo de "crawling peg".
Es ahí donde se
plantea la clásica disyuntiva: Pesce se verá obligado a elegir si
privilegiar la ayuda a la calma de la inflación -para lo cual deberá bajar
la velocidad devaluatoria- o si honrará la promesa con el FMI y mantendrá el
tipo de cambio real que hace sentir cómoda a la ministra Batakis -para lo cual
deberá acelerar la suba del billete verde-.
Los incentivos políticos parecen volcados hoy en favor de la primera
alternativa. Es decir, que en el segundo semestre la devaluación vuelva a
correr de atrás a los precios y se agrande nuevamente el retraso cambiario. Y, paradójicamente,
el factor que puede ayudar será la inflación de Estados Unidos: si
vuelve a ubicarse en un nivel superior al 6%, como ocurrió en el primer
semestre, entonces a Pesce le alcanzaría con mantener la devaluación a una
velocidad crucero de 4%.
Pero, en cambio, si en el país del norte se cumplen las promesas de
medidas drásticas con subas inéditas de la tasa de interés, las facilidades
para usar el ancla cambiaria serán menores, y una vez más la "inflación en
dólares" aparecerá como peligroso síntoma de un ajuste en el horizonte. |