Sábado 16 - Por Néstor O. Scibona - ¿ Cuándo y cómo se saldrá
de esta doble crisis política y económica? Nadie parece en condiciones de
responder a ciencia cierta este interrogante, que desvela a la mayoría de los
argentinos, atraviesa la grieta y los iguala con una incertidumbre en alza como
la inflación y el dólar.
para muchos, el futuro cercano se perfila intuitivamente como una serie
de imágenes en sepia del pasado anterior y posterior al retorno de la
democracia. Alterna planes económicos frustrados; relevos de ministros;
defaults, corridas cambiarias (o bancarias); maxidevaluaciones, llamaradas
inflacionarias (e hiperinflaciones); cambios de signo monetario con quitas de
ceros; más pobreza; movilidad social descendente; proliferación de huelgas
sindicales y hasta mandatos presidenciales finalizados antes de término. para
otros, que recurren a los libros, toda crisis es una oportunidad para marcar un
punto de inflexión y corregir los problemas estructurales de arrastre que
condujeron a la actual decadencia; pero no encuentran liderazgos capaces de
lograr acuerdos políticos básicos que permitan comenzar a revertirla, a base de
un diagnóstico compartido y reglas duraderas.
Ambas posturas dejan de lado que la actual crisis es diferente a las
anteriores. No sólo porque desde la pandemia el mundo dejó de ser lo que era,
sino porque la Argentina está atravesando situaciones inéditas que hacen
descartar recetas mágicas y salidas rápidas. Más aún, cuando padece las
consecuencias de los fuertes cambios producidos en las últimas dos décadas a
nivel político, económico, social e institucional.
Sin dudas, la mayor causa de incertidumbre es la fractura expuesta del
Gobierno, camuflada con la frágil tregua política de las dos últimas semanas.
pese a su actual silencio táctico para no asumir costos políticos, cristina
Kirchner está adquiriendo cada vez más centralidad en las decisiones del poder
Ejecutivo. Ya sea con avales y vetos tácitos a funcionarios; o con acciones
apuntadas a seguir aumentando el gasto público, como la paritaria con subas
salariales de casi 70% –y revisión en noviembre– para el personal del congreso,
que seguramente se extenderán a los legisladores. Hasta la casa rosada deja
trascender que la ministra de Economía consulta diariamente con la
vicepresidenta las medidas antes de anunciarlas. Ya que no se trata
precisamente de una garantía para los agentes económicos, parece una forma de
compartir costos.
Si todo esto recorta el margen de maniobra y acentúa la debilidad
política de Alberto Fernández, aún más insólito es que el Gobierno y el
kirchnerismo coincidan ahora en acusar masivamente por “desestabilización” a
Martín Guzmán, la oposición, los principales medios, el establishment
económico, el paro del campo y a los productores de soja por demorar ventas;
como si no hubiera sido más desestabilizador que –antes de la tregua–, la
propia CFK criticara duramente la gestión de AF en público y con micrófono en
mano, después de sucesivas cartas públicas durante meses y de votar en contra
de la reestructuración de la deuda con el FMI.
Hay que retroceder muy atrás en tiempo para encontrar un gobierno cuya
principal oposición está encabezada por la misma dirigente que se encargó de
modelarlo para ganar las elecciones presidenciales como compañera de fórmula y
mantener sus fueros parlamentarios.
Otro factor de incertidumbre son los visibles problemas del Frente de
Todos para atender simultáneamente los reclamos de sus aliados en el
sindicalismo y los movimientos sociales sin fogonear aún más la inflación, que
ya apunta por encima de 80% anual y torna inverosímil el eslogan “primero la
gente” de la profusa propaganda oficial por radio y televisión.
Muy lejos de los 13 paros generales que Saúl ubaldini le asestó a raúl
Alfonsín, la CGT recién ahora organiza una marcha para el 17 de agosto desde el
Obelisco hasta el congreso, mientras aguarda la reapertura de paritarias para
revisar los acuerdos pactados hace cuatro meses y los consabidos fondos para
las obras sociales. por su lado, bajo la amenaza de abandonar el FDT, Juan
Grabois plantea una serie de reclamos cuyo cumplimiento implicaría una
reedición del “rodrigazo” de 1975. A tal punto que CFK dejó de lado el salario
básico universal (SBU) propuesto por su hijo Máximo, para reemplazarlo por un
“ingreso complementario” (una suerte de IFE) para bajar la indigencia que se
cubriría con mayor presión tributaria, según anticipó ayer el diario Página 12.
con menor o mayor intensidad, estas presiones muestran una postal de
época. Los trabajadores sindicalizados, otrora “columna vertebral” del
peronismo, pasaron a ser menos de un tercio (6 millones de personas) de la
fuerza laboral. Y, por lo tanto, una minoría privilegiada con derechos, al
igual que los empleados públicos (3 millones) con beneficios extra, dentro del
universo de 20 millones que se completa con los trabajadores informales,
monotributistas y autónomos, mucho más castigados por la inflación. De hecho,
el proyecto de SBU ahora congelado, apuntaba a 17 millones de personas “sin
ocupación plena” pero sin contrapartida laboral. Otra prueba de la irrefrenable
vocación K por atacar los efectos y no las causas de los problemas para tratar
de transformar a “la gente” en votos y mantenerse en el poder.
En este contexto, las medidas fiscales anunciadas por la ministra
Silvina Batakis tienen el carácter de una emergencia no declarada. Buscan
frenar el desborde del gasto público de los últimos meses (principalmente en
junio) y la emisión de pesos para financiarlo, más que a bajarlo de manera
sostenida.
El formato de presupuesto de caja, donde el Tesoro sólo gasta en función
de sus ingresos mensuales, ya fue utilizado en el pasado por varios gobiernos
ante la necesidad de mostrar cierta solvencia fiscal. Es de manual, pero de
alcance temporario, ya que durante su aplicación se van acumulando demoras en
los pagos a proveedores y contratistas del Estado y en la ejecución de obras
públicas. Incluso el consejo Agroindustrial Argentino (CAA) acaba de alertar
sobre la existencia de retrasos previos en la devolución del IVA a las
exportaciones del sector.
Tampoco es una novedad la deel cisión de modificar la Ley de
Administración Financiera para incluir ingresos excedentes por $600.000
millones de organismos estatales, empresas públicas y fondos fiduciarios dentro
de la programación presupuestaria de este año, a fin de reducir las necesidades
de colocación de deuda. para más datos, la primera medida de este tipo fue a
través de un decreto ley firmado por Juan Domingo perón en 1947, cuando creó el
Fondo unificado de las cuentas del Gobierno Nacional. con sucesivas prórrogas y
denominaciones (como el Fuco) fue utilizado por distintos gobiernos a través de
décadas (incluso durante la gestión de Mauricio Macri) para evitar gastos
discrecionales, no siempre con éxito. Más que una nueva ley, probablemente
ahora se active un artículo suspendido tiempo atrás para abarcar a la AFIP, el
PAMI, el Incaa y los fondos fiduciarios. En cambio, otra ley vigente deja fuera
de la caja única a la Anses, que concentra casi la mitad del gasto público.
La incógnita de ambas medidas es qué eficacia podrían tener con las
principales “cajas” en manos del kirchnerismo. No es la única. También hay
dudas sobre el seguro de liquidez y el corredor de tasas dispuesto por el Bcra
para que los bancos compren títulos del Tesoro con vencimiento en tres meses. Todo
en medio de una escalada inflacionaria y cambiaria con una brecha de 130% que
borra todas las previsiones de empresas y consumidores. Y cuando todavía faltan
más de 14 meses para la elección presidencial. |