Por Claudio Jacquelin - Fue apenas un acuerdo sobre la necesidad
imperiosa de acordar. En la cima del oficialismo no se zanjó ninguna de las
diferencias de fondo, ni políticas ni personales, pero la extrema gravedad de
la situación impuso la tregua. Un módico y desesperado alto el fuego que, con
esfuerzo y no sin algunos disparos aislados, se procuró consolidar en los
últimos seis días. Lo difícil será sostenerla. La semana que empieza la pondrá
a prueba.
Las medidas que la ministra de Economía, Silvina Batakis, diseñó durante
el fin de semana son la consecuencia y expresan la nueva dinámica interna (o
nuevos equilibrios inestables) que adquirió la coalición oficialista después de
la renuncia de Martín Guzmán, los berrinches presidenciales depuestos y la
reanudación del diálogo entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner, y la
contención de Sergio Massa. Por eso, no hay ni habrá cirugía mayor. No existe
plafón para eso. Motricidad fina puesta a prueba.
Los acotados avances en el entendimiento básico no se produjeron en la
noche del domingo pasado, sino cuando los mercados y las góndolas demostraron
que el cambio de ministro y el difícil diálogo entre el Presidente y la
vicepresidenta eran insuficientes para ordenar un tembladeral
económico-financiero.
La renuncia de Guzmán solo había acelerado una situación crítica
precedente. No es el espanto lo que volvió a unir al trío fundador del ex
Frente de Todos, como sentencia la trillada frase de Borges. Apenas los acercó
el horror al vacío. Por eso, todas las versiones tienen una cuota de verdad en
su origen.
Tan delgada es la densidad de esa tregua que mientras la sociedad y los
tomadores de decisiones esperan definiciones y gestos que contribuyan a
restablecer un mínimo de credibilidad en el Gobierno, los socios mayoritarios
se enfocan en evitar acciones que destruyan lo poco logrado.
“La relación se descongeló y se recuperó la posibilidad de hablar. Algo
básico en un frente. Pero hasta ahí. El discurso de Cristina, más allá de
alguna chicana, como admitir que revoleó ministros, fue una asimilación de esa
tregua, igual que el de Alberto, que ahora tiene que encaminar la gestión. Hay
que tener el frente alineado porque se vienen semanas difíciles”. Así describió
la precaria situación en el cierre de la agónica semana uno de los hombres que más
cercanía siguen teniendo con el Presidente, y que compartió las horas más
críticas en Olivos.
“Lo que necesitamos es construir confianza interna. Ya nos lastimamos
demasiado entre nosotros. Para eso necesitamos esfuerzos de todos los socios
del Frente”, agrega una de las pocas fuente que accedieron a las radiografías y
análisis clínicos del Gobierno y al diagnóstico de la situación que expresaron
los tres socios principales de la alianza. Eso explica el hermetismo, las
contradicciones y desmentidas sobre las reuniones y diálogos que sí mantuvieron
en la última semana Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa.
También eso permite entender el discurso leído del Presidente para no
caer en ninguno de sus habituales errores no forzados. Así como la falta de un
mensaje público oficial sobre el rumbo del Gobierno discutido por los
integrantes de esa tríada. Cualquier paso en falso, cualquier filtración puede
romperlo todo.
Los llamados a encontrar acuerdos, a establecer consensos y a bajar la
confrontación expresados por Fernández, Cristina y Eduardo “Wado” de Pedro en
los últimos días hay que leerlos en clave interna. Las acusaciones de acciones
destituyentes y el “revoleo” de culpas a la oposición muestran los límites del
espíritu de conciliación. La gravedad de la situación puede obligarlos a
extender la convocatoria.
Por ahora, voceros oficiales y extraoficiales limitan, con sibilina
pretensión, los destinatarios de un posible acuerdo más amplio a un solo
segmento de la coalición opositora, que tiene nombre y apellido: Horacio
Rodríguez Larreta. Dividir para sobrevivir.
Frente a la inquietud por saber si hubo algún acercamiento sobre las
profundas diferencias existentes entre Fernández, el cristicamporismo y Massa
en materia económica, solo se arriesgan a afirmar: “Cristina no es igual a la
de 2015 ni opina lo mismo. Igual ocurre con Máximo. Ambos siguen muy de cerca
los intiempo dicadores económico-financieros y son conscientes de las
dificultades”. Demasiado poco para despejar dudas, pero es todo lo que son capaces
de decir sus socios.
Frente a otras disidencias entre madre e hijo que habrían quedado
expuestas esta semana, todos tienden a relativizarlas, aunque admiten que
respecto del futuro y frente a Fernández tienen matices diferenciales que en
algún momento pueden cobrar relevancia.
“Máximo tiene una visión más escéptica sobre lo que hará o es capaz de
hacer el Presidente. Les dice a Cristina y a Sergio que equivocadamente creen
que Alberto va a actuar con la racionalidad de ellos”, explica una fuente que escuchó
al primogénito expresar las dudas que tiene sobre las decisiones que adoptará
de acá en más Fernández y la distancia (o el desdén) que le inspira. Pequeñas
enormes discordancias que el tiempo dilucidará. Si entonces no es demasiado
tarde y eso ya no importa. El riesgo de las profecías autocumplidas siempre
está latente
“Las medidas económicas van a ir dando la pauta de hacia dónde vamos.
Hay que volver al General: mejor que decir es hacer”, afirman con realismo en
el entorno más íntimo del trío horrorizado. Que hablen los hechos. Aunque
admiten que el apremia y que la que empieza será una semana muy complicada. El
elevado índice de inflación que se conocerá será apenas un anticipo benévolo
del indicador que se verá el próximo mes y está guiando la toma de decisiones
de cualquier ciudadano para evitar que su poder de compra se licúe un poco más
cada día.
Alerta por el humor social
El horror que habitó a los principales dirigentes del oficialismo fue
propiciado por algo tan inquietante o más que la disparada del dólar en sus
distintas versiones, la suba estratosférica del riesgo país o las remarcaciones
de precios a repetición. El termómetro de los mercados reflejaría males que
afectan no solo a quienes influyen en el mundo financiero.
En la cúpula del Gobierno registraron en los últimos días un cambio de
régimen en el humor social, según surge de sondeos urgentes y del seguimiento
de lo que se expresa en las redes sociales.
De la fatiga, la falta de esperanza y la depresión dominantes hasta hace
diez días empezó a pasarse al enojo, la indignación y la ira. Emociones capaces
de quebrar el aletargamiento y la parálisis para abrir paso a manifestaciones
de descontento, no ya de grupos más o menos organizados o políticamente
identificados con la oposición, sino de franjas más amplias de la población. Un
matafuegos ahí.
En la Casa Rosada, donde relativizan (y equiparan) los masivos
banderazos del 9 de julio tanto como las manifestaciones piqueteras cada vez
más frecuentes, admiten los riesgos de los chispazos en una pradera tan seca
como la que por estos días les añade un factor de preocupación a los
productores agropecuarios. Los más realistas saben que las cadenas de
equivalencias del ánimo social pueden tener una fuerza de arrastre difícil de
contener.
El refugio de pequeñas coincidencias concretas en el que se resguardan
los principales referentes del Frente de los tres (o dos y medio) es demasiado
precario y necesitan que se advierta algún efecto positivo palpable a la
brevedad.
Por ahora, lo que cabe esperar en términos generales es “un poco más de
cepo quirúrgico, un poco más de controles y un poco de arreglo con el FMI para
recalibrar metas; un poquito de cada cosa, para que no explote la bomba
mientras tratan de desarmarla. La prioridad es estabilizar el tipo de cambio y
reducir la brecha”, reconocen.
Desde el massismo especificaron una urgencia con la que coincide una
mayoría de economistas y que Batakis incorporó: “Ordenar el flujo de pesos
porque hay acciones que al final resultan contradictorias y agravan los
problemas financieros. Las medidas para obtener financiamiento terminaron
aumentando los pesos que se van al contado con liquidación, lo que pone presión
al dólar y sobre las reservas”. Y ni hablar de la emisión y su efecto
inflacionario, que Cristina cuando no niega, minimiza. Discusiones por saldarse
sobre un balance en rojo.
Al final de las discusiones, y frente a la inquietud social creciente,
todo termina dando vueltas en torno de los aumentos de precios. “Anteayer
estuvieron todo el día con ese tema, el Ministerio de Economía parecía haberse
reducido a una enorme Secretaría de Comercio, pero saben que para empezar a
ordenarlo deben adoptar un serie de medidas, no hay acciones aisladas y sin
coordinación”, admiten interlocutores de Batakis.
Fue un primer fin de semana febril de la ministra, que llegó por
descarte y armó un equipo de urgencia, con restricciones en áreas claves, como
la de Energía. Allí sigue estando uno de los problemas centrales, que
aparentemente empezó a destrabarse. Los obstáculos que los acreditados del
cristicamporismo en Hacienda pusieron a los aumentos de tarifas y al esquema de
segmentación sin que Fernández hiciera nada por remediarlo terminaron por darle
a Martín Guzmán la última excusa para su alejamiento.
La trampa que Fernández le impuso a su ministro renunciante terminó
entrampándolos a él, a Cristina Kirchner y a Sergio Massa y los llevó a una
tregua frágil, que esta semana se pondrá a prueba. Todos en la cúpula
oficialista estudian por estas horas el dilema del prisionero. Algo más que un
juego teórico. |