Por Claudio Jacquelin - El futuro sigue siendo una inconmensurable
incógnita. La tregua en la cima del poder es solo eso. Un alto el fuego que no
saldó las diferencias más profundas, personales ni políticas. Apenas un
paracaídas remendado, abierto en medio de la caída libre. Alberto Fernández es
hoy un presidente aún más débil que ayer y el Gobierno, una ruina en proceso
incierto de reconstrucción sobre cimientos inestables, con mayor incidencia del
cristicamporismo de lo que pretendía el Presidente hasta unas horas antes de la
definición.
Las casi 30 horas sin ministro de Economía fueron, en realidad, 30 horas
de desgobierno y alienación, que no terminaron de cauterizarse y abren un
horizonte de extrema complejidad. Todo es forzado y precario en la alianza
oficialista. Hasta las soluciones.
La designación de Silvina Batakis como ministra de Economía es un cambio
mucho más módico que el que las dificultades de la hora parecían demandar y
fruto de una complicada y demorada negociación con Cristina Kirchner. Una
negociación, que dejó a muchos candidatos de mayor peso propio en el camino y
también fuera del Gobierno al presidente de la Cámara de Diputados, Sergio
Massa. Con ellos se pretendía darle sustentabilidad política a la malherida
gestión de Fernández, pero los terminaron arrastrando también en el proceso de
desgaste general. Un tortuoso sistema de toma de decisiones que casi siempre
termina logrando lo contrario de lo que se propone.
El salto de Silvina Batakis de subordinada de Wado de Pedro a ministra
se parece demasiado a una tardía concesión de Fernández para lograr al final
del día la tregua con Cristina Kirchner, con quien mantuvo una difícil
conversación en etapas, interrumpida varias veces para abrir negociaciones
paralelas ante las diferencias que costaba saldar, según varias fuentes.
También fue una singular forma de Fernández de preservar a algunos
funcionarios y mantener resortes que hubiera debido ceder a Massa. La Jefatura
de Gabinete y el control de todas las áreas económicas eran las condiciones que
el presidente de Diputados había puesto para sumarse al debilitado Gobierno.
Demasiadas demandas para un presidente cuya mayor audacia consiste en postergar
las definiciones.
La flamante sucesora de Martín Guzmán en Hacienda tiene en su currículum
un hecho que en estas horas cobra singular relevancia. Ella es la ideóloga del
recorte de la coparticipación a la enemiga ciudad de Buenos Aires, adoptada en
septiembre de 2020, para darle más fondos a la gestión de Axel Kicillof. “Eso
la convirtió en una ídola de Cristina y La Cámpora”, reveló una fuente con
acceso privilegiado al Instituto Patria. Esa medida significó la primera
rendición de Fernández al cristicamporismo, que le exigía romper la sociedad
pandémica establecida con Horacio Rodríguez Larreta.
Desde la Casa Rosada se esmeran en subrayar que llega por decisión de
Fernández y subrayan entre los atributos de la ministra su experiencia en la
gestión pública, en la que se destaca su pasado como ministra de Hacienda
bonaerense con Daniel Scioli, y el vínculo que en esta gestión estableció con
los gobernadores peronistas, a los que asiste con los recursos que
discrecionalmente maneja el gobierno nacional.
Esas dos actuaciones permiten mostrarla como una conocedora de la
administración de fondos públicos y con buen diálogo con sus interlocutores,
sobre todo si son amigos. En la gestión Scioli, Batakis oficiaba de enlace con
el gobierno de Cristina Kirchner para destrabar el arbitrario giro de aportes
con el que el kirchnerismo sometía al gobernador.
En cambio, el Gobierno no puede exhibirla como una ministra con el peso
específico propio, la trayectoria y el reconocimiento técnico que la crisis
económica financiera parecía requerir y que sí reunían otros candidatos, cuyos
nombres el Gobierno meneó con escasa discreción. Los operadores económicos
miran ahora con escepticismo y más que moderadas expectativas la nueva etapa
que se abre. Esperaban otra cosa, sobre todo porque las fuentes oficiales con
las que se relacionan los habían ilusionado con que así sería. Otra decepción
que abre un nuevo período de incertidumbre agravada. Es lo que había y lo que
hay.
La nueva arquitectura de la administración es ahora apenas un remedo de
reconfiguración forzada del oficialismo, en el que el empate interno que trabó
hasta ahora la gestión no queda tan claro que se haya destrabado. O, peor aún,
que solo se haya resuelto con una concesión a desgano de Fernández para mostrar
que la nueva ministra cuenta con el apoyo presidencial y vicepresidencial. Una
resolución a la que llegó luego de haber intentado muchas salidas
contradictorias, en las que terminó enredado y reforzando la imagen de un
presidente confundida y sin rumbo.
El sistemático trabajo de demolición conjunta del Gobierno que hicieron
Fernández y Cristina Kirchner, coronado por el portazo de Guzmán, deja un
gobierno al que no es fácil de reparar ahora. Menos darle sustentabilidad. Y
todavía quedan 15 meses de mandato por delante.
Para el Presidente, el fin de semana no pudo ser peor y no le augura un
futuro más venturoso para su imagen, al menos en lo inmediato. Todo dependerá
de los resultados que logre. Hoy tendrá su primera prueba de fuego en los
mercados.
La negociación que Fernández se negó a establecer con su vicepresidenta
durante más de un día terminó viéndose como lo que justamente él no quería que
fuera: una rendición. Una resistencia más autodestructiva que inútil. Otra más
de una larga lista que empezó con su mandato.
El Presidente se opuso a reunirse o hablar con quien lo llevó al “poder”
(y se lo licuó) hasta que quedó con su intransigencia en la más absoluta de las
soledades. Ni los que le habían sido fieles hasta casi la inmolación personal
lo acompañaron en su tozudez hasta el final. Todos le pedían que dialogara.
Ninguno quería entrar en el infierno. Y nadie puede responder con certeza qué
buscaba Fernández sin tener que llegar a especular con la presencia en su ánimo
de una pulsión casi suicida. Solo podría explicarlo que quizá el Presidente
siente que sobre él pesa una condena sin indulto posible, que arrastrará
durante el tiempo que dure al frente del Poder Ejecutivo.
Nada de lo que se acaba de inaugurar parece sencillo. Las últimas
manifestaciones de una Cristina Kirchner revitalizada por las defecciones de
Fernández delinearon un rumbo económico que parece difícil de compatibilizar
con lo que pretendía hasta anoche el Presidente. Aunque la propensión a la
negación de Fernández y la capacidad de autoabsolverse en sus contradicciones
que tiene la vicepresidenta podrían resolver ese conflicto.
Las rotundas definiciones de la expresidenta y los suyos en contra de
políticas de racionalización (para no decir ajuste) del gasto del Estado o de
reducción del déficit fiscal deben matizarse a la luz del objetivo superior que
ella misma persigue y que con obscenidad admitieron los intendentes que la
escoltaron en el acto de Ensenada, mientras Guzmán renunciaba. Si lo único que
de verdad importa es no perder las próximas elecciones, todo es posible.
Batakis le da la tranquilidad de que no habrá ningún giro abrupto hacia
una reducción severa del gasto. Y, como dijo Andrés “Cuervo” Larroque, le
permitirá a ella oficiar de garante. La mayoría de los economistas descree de
que esa pueda ser una salida viable y exitosa dada la profundidad de los
desequilibrios económico-financieros. Para estos, todo se parece a una solución
provisional, incapaz de restablecer la confianza.
De todas maneras, ante alguna medida indeseada la vicepresidenta estaría
dispuesta a hacer silencio como graciosa concesión si es que en el mediando
plazo sirviera para mejorar las chances electorales, pero siempre sin bajar
ninguna de las banderas que sostienen su capital simbólico. Sería un nuevo
desdoblamiento escénico entre la pretendida mujer de Estado y la jefa política.
La urgencia puede satisfacerle provisionalmente esas aspiraciones. Pero será
difícil sostenerlas en el tiempo. Y mucho más alcanzar el éxito final.
Por lo pronto, Cristina consiguió su primer objetivo: reducir casi hasta
la inexistencia cualquier vestigio de albertismo, recobrar la centralidad
absoluta en el oficialismo y lograr la rendición, al menos temporal, de los
peronistas que hasta hace unos pocos menos meses intentaban dar por superada la
hegemoníacr is tic am por is ta. Aun así, sigue atada ala suerte de Fernández y
nada le asegura que quedará a salvo.
Si los problemas de la economía tenían hasta anoche su raíz causal más
profunda en la política, por las extravagancias y contradicciones de la
colisión gobernante, nada parece haberse solucionado de fondo.
La alianza oficialista es un nuevo intríngulis. Sergio Massa, que
durante 24horas apareció como el conductor designado de un barco averiado, que
tenía en el puente de mando a dos capitanes peleados y embriagados de
internismo, terminó en tierra sin premio alguno. Si nunca había tenido
demasiada fe en el arrojo de Fernández y en todo momento se movió con enorme
cautela, la definición lo deja más lejos del Presidente y un poco más gastado
que cuando el sainete empezó, con la salida de Guzmán.
Todo es producto de un intento desesperado y precario de evitar (o
postergar) el choque inminente al que se encaminaba el Gobierno, precipitado
por la aceleración que le imprimió a la crisis la sorpresiva renuncia del ministro
de Economía. La solución es tan original como el gobierno que engendraron los
Fernández. Todo es provisional.ß
Batakis es fruto de una negociación tardía con Cristina Kirchner, que se
parece a otra rendición
Como ideóloga de la quita de fondos a la ciudad de Buenos Aires, se ganó
al cristicamporismo
La resolución de la crisis deja a un presidente más frágil y un gobierno
a prueba
Massa quedó afuera después de una jornada que lo mostraba como el
conductor designado de un barco a la deriva
Las 30 horas sin ministro fueron 30 horas de desgobierno y alienación. |