Domingo 3 - Por Joaquín
Morales Solá - Con intención o sin ella, Martín Guzmán perpetró su venganza.
Con su renuncia colocó ayer al nuevo sermón de Cristina Kirchner en un segundo
o tercer plano. Justo cuando ella había puesto al país en vilo a la espera de
otro de sus shows en escenarios bonaerenses. Fue una sutil venganza y nada más.
Guzmán se fue porque su fracaso era evidente y, sobre todo, porque no logró
resolver ninguno de los problemas que afligen a la sociedad.
La inflación, el primero de ellos. Fue una gestión fallida, más allá de
las tensiones internas que su presencia provocaba en el oficialismo. Pero esa
renuncia fue también el último síntoma de un presidente débil y abandonado.
Guzmán era la línea de combate que Alberto Fernández se había comprometido a
defender hasta el final. Ya cayó. Sucedió cuando terminaba una semana en la que
el jefe del Estado erró tanto que el propio oficialismo se preguntaba si podría
llegar al final de su mandato. El senador peronista José Mayans fue el más
sincero: “Creo que llegará”, dijo. Era un acto de fe, no una convicción.
El Presidente venía mezclando opiniones equivocadas, actos extraviados y
aseveraciones falsas. Ni hay crisis de crecimiento de la economía ni Milagro
Sala es inocente ni el régimen de Venezuela dejó de violar los derechos
humanos. Son hechos objetivos que refutan algunos de sus desvaríos verbales (no
todos) de los últimos días. Alberto Fernández es ya una figura conmovedora,
sola, aislada, convencida de que sus sueños son realidades. Sus palabras
tropiezan siempre con la condición inquebrantable de los hechos. Ni siquiera se
puede culpar al entorno. Por no tener, no tiene ni entorno. Ni Guzmán estará en
adelante. Los gobernadores, que hasta hace poco estaban dispuestos a sostener
su liderazgo, terminaron atraídos por la idea de que, aun con sus mañas y
taras, es mejor Cristina Kirchner. “Mal”, responde un funcionario albertista a
la pregunta de cómo está el Presidente. “Aquí es presidente el que mueve la
lapicera”, agrega en referencia al gabinete. Cristina reivindicó ayer la
lapicera. Ella y el Presidente podrían hacer un dueto con el hit “la lapicera”
y recorrer los teatros del país. No aportan nada.
ni siquiera los pocos amigos que le quedan, puede explicar qué le pasa
al Presidente. ¿O, acaso, siempre fue así? Hace algunos meses, Beatriz Sarlo
dijo, en una irónica respuesta sobre Alberto Fernández, que “hay gente que nace
para jefe de Gabinete”. La ironía de la ensayista esconde tal vez una verdad:
hay gente que puede ser la mano derecha del que manda, pero nunca el que manda.
Quizás la imagen más simbólica de su perpetua distracción haya sido esa foto
que lo muestra sentado al lado de la cama de Milagro Sala, en Jujuy. En ese día
hábil canceló toda su agenda y voló a esa provincia solo para acompañar a la
polémica fogonera de la violencia jujeña. Todos tienen derecho de ocuparse de un
enfermo, pero podría haber viajado en la mañana del domingo festivo o hacer un
llamado telefónico. El miércoles que eligió para fugarse de la Capital, el
valor del dólar paralelo llegó a su pico más alto y más de la mitad del país
estaba paralizada por la falta de gasoil. En Jujuy, el viejo profesor de
Derecho consolaba a Milagro Sala mientras se olvidaba de párrafos fundamentales
de la Constitución. Conminó a la Corte Suprema a expedirse sobre las causas que
condenan a Milagro Sala. La Constitución le prohíbe hacer eso. Su artículo 109
dice: “En ningún caso el presidente de la Nación puede arrogarse el
conocimiento de causas judiciales pendientes”. Y se olvidó más todavía de un
principio fundamental de la república: el Poder Judicial es independiente del Poder
Ejecutivo y este debe respetar esa división de poderes. La Corte ya se expidió
en una causa que condena a Milagro Sala y respaldó a la Justicia jujeña. Su
simpatía política, si es que esta realmente existe, no puede convertir en
inocente a una culpable.
Un economista señaló que existe en verdad una crisis de crecimiento,
pero por falta de crecimiento. El Presidente cree que la economía escala con
velocidad satelital. No es cierto. La actividad económica cayó un 1,2 por
ciento en mayo, según la medición mensual que hacen Ferreres y Spotorno. La
industria está estancada desde antes que la acosaran dos peligros. Uno de ellos
es el cepo a las importaciones de insumos, imprescindibles para que funcione la
industria. ¿Hubo festival de importaciones, como dijo la flamante máster en
economía Cristina Kirchner? Es probable.un1porcientodecrecimientodel PBI
requiere de un aumento del 3 por ciento en las importaciones de insumos. El
país creció el año pasado, conadie, mo rebote de la parálisis pandémica, un 10
por ciento; las importaciones de insumos subieron, entonces, un 30 por ciento.
Así trabaja la industria nacional. Es así o no es nada. El otro peligro es la
falta de gas, que se está haciendo sentir. El mundo sabía que faltaría gas
desde que el déspota de Moscú decidió una guerra por su cuenta y orden. La
Argentina no previno el fenómeno y ahora hace cola para comprar gas licuado. El
gas será escaso para la industria, no para los hogares. Sucede lo mismo con el
gasoil, cuyo precio aumentó también en el mundo por obra de Putin. El precio
internacional es más caro que el que se paga aquí y el Gobierno no quiere a
umentar la partida desubsidios. Imprevisión y mala praxis en un gobierno donde,
en efecto, manda el que tiene la lapicera. A veces, la tienen los albertistas,
pero muchas veces, sobre todo en energía, la tienen los cristinistas. Tampoco
hay inocentes en el elenco que gobierna una economía en llamas.
La máster en economía no abreva en las lecciones de Axel Kicillof. “Él
no tiene tiempo para eso”, lo justifica Cristina Kirchner. “Los números me los
pasa Oscar y yo los analizo”, suele explicar entre sus íntimos. “¿Quién es
Oscar?”, le preguntan. “Parrilli”, contesta, suelta de cuerpo. Como el Gobierno
termina haciendo siempre lo que ella manda desde los atriles, la conclusión es
que la economía está en manos de Parrilli. Imposible peor noticia para los
argentinos angustiados por la inflación (que crece al ritmo del dólar
paralelo), sin dólares y con la actividad económica en retroceso. El ministro
de Desarrollo Social, Juan Zabaleta, un amigo cercano del Presidente, decidió
usar la lapicera en el sentido que indicó la lideresa. Está auditando la unidad
de gestión y la entrega de alimentos a las organizaciones sociales y, encima,
abrió la inscripción para los que reciben planes y quieren trabajar. Ya se
inscribieron130.000personasqueprefierenel trabajo al subsidio y el proceso
acaba de comenzar. Esas personas terminarán en poder de gobernadores e
intendentes, que son los únicos que pueden ofrecer trabajo, aunque sea
temporario. Zabaleta no está haciendo albertismo ni cristinismo; es un jefe
territorial bonaerense que solo mira las encuestas. El 80 por ciento de la
sociedad quiere que trabajen los que reciben planes sociales. “El 20 por ciento
restante no me interesa. No sirve ni para una primera vuelta electoral”, dice
otro caudillo del conurbano. Los movimientos sociales de la izquierda y el
albertista Evita se enfurecen con Zabaleta. Cristina Kirchner hace lo mismo que
Zabaleta, más allá de sus pataletas contra el Movimiento Evita o contra Alberto
Fernández. Ella también mira el 80 por ciento más que el 20.
¿Qué pasó con los gobernadores que querían reemplazar a Cristina por
Alberto Fernández? Ocurrió que no pasó nada. “Cristina y La Cámpora hacen
política de día y de noche. Nosotros, se resigna un albertista, no hacemos
nada. No sabemos adónde ir ni con quién hablar. Y tampoco sabemos qué hacer”.
El albertismo es un sueño vacío, la historia de un camino no tomado. Es una
esperanza vieja, no una voluntad política.
Ante ese bloque sombrío, la candidatura presidencial de Cristina es solo
un intento de mostrar una noción de liderazgo donde no la hay. Ella está tan
mal como Alberto Fernández en las encuestas y con una imagen negativa igual o
peor que la de él. Desde que era presidente electo, Alberto Fernández
consideraba a Guzmán su hallazgo más notable. Un hallazgo frustrado, un gesto
inútil de independencia presidencial. Resucitar a Cristina, aunque sea una
causa perdida, será la única obra del Presidente perdido en sus vacilaciones. ● |