Por Fernando Gutiérrez - Fue la crónica de una medida anunciada: el
anuncio de mayores
restricciones para el acceso de dólares por parte de las empresas importadoras fue uno
de los más adelantados de la historia económica reciente, tras el impactante
aumento de las importaciones registrado en mayo, con un récord de u$s7.870
millones.
Sin embargo, eso no significa que se hayan despejado los temores
respecto del "festival de importaciones" sobre el que llamó
la atención Cristina Kirchner y cuya resolución fue catalogada como asunto
prioritario por el nuevo ministro de Desarrollo Productivo, Daniel Scioli.
Ocurre que, además del consabido problema del encarecimiento de la
energía -cuyas importaciones suben a un ritmo de 226% interanual y ya
representa un 20% del total de las compras del país-, persiste otro problema de
difícil solución: el retraso cambiario.
En lo que va
del año, la inflación ya acumula más de un 35% -si, como prevén los
economistas, junio vuelve a marcar una inflación en torno al 5%- mientras que
la tasa devaluatoria lleva apenas un 20,3%.
En otras palabras, se generó en casi seis meses una inflación en
dólares del 12,8%. Incluso si se le resta a esa cifra la inflación de Estados
Unidos -un 4,8% acumulado hasta mayo-, la cifra sigue siendo impresionante.
Sobre todo, si se tiene en cuenta que Argentina ya había registrado una
inflación de 26% en dólares a lo largo del 2021, una situación que llevó
al Fondo Monetario Internacional a poner, como exigencia de política
económica, el objetivo de mantener una tasa devaluatoria en línea con la
inflación para este año.
Y, como está
quedando en evidencia, es una de las metas que el Gobierno no está dispuesto a
cumplir en este momento, por el temor a que una devaluación a mayor velocidad
genere un efecto de "contagio" sobre los
precios.
¿Alcanza el recorte?
Para la mayoría de los economistas, este clásico se encuentra en la
misma raíz del crecimiento desmesurado de las importaciones. Es un fenómeno
típico de los momentos de alta inflación, dado que los gobiernos tienden
a recurrir al tipo de cambio como "ancla" de los precios,
lo que hace que las importaciones se tornen más baratas -al tiempo que las
exportaciones pierden rentabilidad-.
Si al atraso cambiario se le agrega, además, el cepo al acceso de las
divisas, suele darse deteriorarse rápidamente el saldo de la balanza comercial,
tanto en términos reales como en los papeles: se incrementa la tentación de
la sobrefacturación de importaciones, así como la subfacturación de
importaciones.
Las recientes
medidas, que fuerzan a las empresas a recurrir al financiamiento propio y menos
a las reservas del Banco Central, apuntan a un recorte de importaciones
que el propio Miguel Pesce estimó en alrededor de u$s1.000
millones mensual.
Pero el propio funcionario dejó entrever su pesimismo por la coyuntura
complicada: ya adelantó que en junio
habrá importaciones por más de u$s8.000 millones -es
decir, superará al récord histórico de junio- y que el rubro de combustibles se
llevará nada menos que un 25% del total.
La realidad es que Pesce se quedó algo corto en su cálculo:
con recortar u$s1.000 millones no será suficiente para que el
Gobierno logre un superávit robusto de la balanza comercial, que le deje al
menos u$s10.000 millones en el año. Suponiendo que Pesce haya hecho su cálculo
tomando como referencia el último dato, correspondiente a mayo, el objetivo
oficial supondría que, en promedio, habría importaciones por unos u$s6.800
millones mensuales hasta fin de año.
Eso implica que
el segundo semestre tendría importaciones por más de u$s40.000 millones. Si se
le suman los u$s32.700 millones ya comprados hasta mayo, más los u$s8.000 que
se prevén para junio, entonces la cuenta de que el
año terminaría con unos u$s81.000 millones.
Aun con el recorte, el volumen
importador sigue siendo un número demasiado alto para la
situación actual de la economía argentina, incluso si se toman los pronósticos
más optimistas en cuanto a las exportaciones, que podría terminar el año con
u$s87.000 millones, según la última revisión de la Bolsa de Comercio de
Rosario, que prevé que el campo hará un aporte de no menos de u$s41.000
millones.
También existe la posibilidad de que Pesce esté pensando en que el
recorte importador sea mayor a partir de octubre, el mes que el funcionario
señaló como el del inicio de la moderación en las compras de energía.
Lo cierto es
que el recorte se le hace difícil a los funcionarios: contrariamente a lo que
se había apuntado desde el kirchnerismo, los números no muestran un exceso en
el ingreso de bienes de consumo que
puedan competir con la industria local: son apenas un 9% del total, y su
crecimiento interanual es relativamente moderado, a un 23%.
Por el contrario, los bienes de capital crecen a una velocidad
de 40% y representan un 13% del total, mientras las compras de piezas y
accesorios crecen a un 37% y son un 18% del total importado. Se trata de
rubros íntimamente ligados a la producción industrial, cuyo recorte pondría a
la economía en peligro de frenar su recuperación.
Dólar nervioso y escepticismo en el mercado
Martín
Guzmán justificó la adopción de las medidas restrictivas al comercio
exterior, con el argumento de que se trata de una situación extraordinaria.
"Hace seis meses no tenías u$s4.650 millones de importación de energía;
hoy sí", dijo en declaraciones radiales.
Pero el ministro de Economía a también dejó en evidencia cierta
incomodidad con la toma de las nuevas medidas, en el sentido de que puedan
incrementar la presión sobre el dólar. "Cuando hay control de
cambios, hay brecha cambiaria y, en ese caso, es muy importante la
administración del comercio exterior".
El problema
para Guzmán es que en el mercado creen que las nuevas medidas "de
administración" podría hacer que la brecha cambiaria se acentuara más. En
los últimos días el dólar "contado con liquidación"
experimentó una espectacular suba, que lo llevó a un nivel de brecha del 94%,
desde el nivel de 78% en el que se ubicaba hace dos semanas.
Y ni bien se conocieron las medidas de freno a la importación, ya en el
mercado se empezaron a escuchar comentarios escépticos sobre las consecuencias.
Por ejemplo, el economista Marcos Buscaglia, ex economista jefe de Bank of
America Merrill Lynch, pronosticó que se generará una aceleración en la
compra del dólar "contado con liqui" por parte de las
empresas a las que se les
dificulte el acceso a las divisas. Peor aun, dijo que una posible consecuencia
será "mandar más pymes a la quiebra o perder mercados
internacionales".
Por su parte, el consultor en comercio internacional Marcelo
Elizondo advirtió sobre un posible daño colateral a las exportaciones,
dado que, en promedio, todo producto exportado necesitó previamente importar
por un monto equivalente al 25% del valor.
También hubo advertencias ligadas a la inflación: en algunos rubros, un
cierre importador puede traer el efecto de empujar los precios. De hecho, fue
una de las advertencias que en las últimas semanas hizo Luciano Galfione,
nuevo presidente de la gremial textil ProTejer, que después de haber
liderado los rubros de mayor aumento en el IPC dijo que el mercado estaba
sufriendo por dificultades para incrementar la oferta.
El BCRA aprovecha para comprar
Pero, por lo pronto, el Gobierno busca enviar una señal política
fuerte en el sentido de que mantendrá su
foco en el cuidado de los dólares. El mismo día en que se conocieron las
nuevas restricciones a la importación, el Banco Central pudo volver a comprar,
por un monto de u$s250 millones, una cifra llamativamente alta para una sola
jornada.
Así, prácticamente compensa el balance negativo de las últimas
cuatro semanas, cuando había tenido que desprenderse de reservas por u$s266
millones.
El quiebre de tendencia que llevó al BCRA a volver a comprar fue,
naturalmente, el impacto de la nueva regulación del comercio exterior, que
prácticamente paralizó todas las operaciones de financiación de
importaciones del mercado, mientras el sistema financiero se adapta a las
nuevas normativas.
De manera que con el correr de los días quedará en claro si esta compra
de divisas obedeció a una situación excepcional o si, efectivamente, se pudo
haber ingresado en una nueva fase en la que el Central pueda incrementar su
nivel de reservas.
Las
dificultades quedaron en evidencia en la última revisión que hizo el FMI sobre
las cuentas nacionales, cuando flexibilizó algunas
de las metas, para evitar que se incurriera en un incumplimiento por parte de
Argentina.
Es así que la se amplió hasta $874.400 millones -sobre una meta previa
de $566.800 millones- el rojo fiscal del primer semestre, mientras que la
asistencia monetaria del Banco Central quedó establecida en $475.800 millones
-desde un objetivo previo de $438.500.
Pero, lo más llamativo, en un momento de liquidaciones récord de
divisas por parte del campo -que están en un nivel de u$s3.500 millones
mensuales-, el FMI bajó su exigencia de acumulación de reservas, que
originalmente se había fijado en u$s4.100 millones para el semestre y
ahora se estableció en u$s3.450 millones.
Aun así, los
economistas se muestran escépticos respecto de que se pueda cumplir con la
meta de reservas, incluso después de la flexibilización. Un informe
de Eco Go destacó que, al mes de mayo, el BCRA estaba u$s2.500
millones debajo del nivel comprometido, y la situación se agravó en junio en un
monto de u$s600 millones.
Para el
Gobierno, la situación es clara: en un contexto de desplome de los bonos -tanto
los nominados en dólares como en pesos- y de suba del riesgo país hasta el
entorno de 2.300 puntos, su prioridad de política económica es mostrar
determinación en el cuidado de las reservas.
Las nuevas restricciones a la importación van en ese sentido, por más
que el nivel de inflación en dólares permanece como el principal argumento para
desafiar la capacidad de cumplir con las metas fijadas. |