Por Joaquín Morales Solá - Hubo un tiempo en que la supuesta corrupción
del oficialismo era un tema de la oposición o del trabajo periodístico. Resulta
que ahora, en el internismo del internismo (Matías Kulfas dixit), son las
distintas facciones del peronismo gobernante las que se embarran entre sí
tirándose acusaciones de prácticas deshonestas. Es difícil encontrarle un
sentido a esa guerra civil cuando la mitad del país carece de gasoil y el Banco
Central se quedó sin dólares en los meses de mayor liquidación de divisas del
campo.
Además, franjas importantes de la industria están a punto de detener su
producción por falta de dólares para pagar la importación de insumos. Los
argentinos podrían quedarse sin café para el desayuno dentro de poco tiempo,
cuando ya se quedaron sin autos cero kilómetro. A ese nivel llegó la crisis de
la economía nacional.
Dos conclusiones son posibles. Una: hay una extendida ineptitud en el
Gobierno para resolver los problemas esenciales de la sociedad. La dirigencia
que gobierna prefiere entretenerse con chicanas barriobajeras frente a los
empresarios que reflexionan sobre la inflación. Podrían elegir un camino mejor:
empezar a resolver la insoportable inflación. Cristina Kirchner fue ayer la que
otra vez se escudó en la perpetua victimización y usó una respuesta irónica
sobre la inflación de Federico Braun, un empresario de supermercados, en el
marco de un acto de AEA, la entidad que agrupa a los principales empresarios
del país. Cuando el periodista Ricardo Kirschbaum le preguntó a Braun qué hace
su cadena de supermercados con la inflación, Braun respondió primero entre
risas: “Remarcar los precios todos los días”. Después, contestó en serio. Era
obvio que fue una broma de Braun. Pero también fue suficiente para que el
kirchnerismo cayera sobre él como una jauría enfurecida y tomara en serio lo
que fue a todas luces una ironía. No lo tomó en serio: lo usó en serio.
La segunda conclusión: Cristina Kirchner está desesperada por hacer un
relato populista, ya que no puede hacer populismo. El populismo sin dólares es
una fórmula incompatible. Su arma predilecta fue siempre disparar sobre los
empresarios cuando sus funcionarios destartalan la economía. Ahora fue otra vez
ella la que protagonizó el primer capítulo de esta telenovela; sucedió en
Tecnópolis cuando acusó indirectamente al exministro de Desarrollo Productivo
Matías Kulfas por no obligar a la multinacional ítalo-argentina Techint para
que hiciera en la Argentina la chapa que necesitan los caños del gasoducto
Néstor Kirchner. Kulfas, a su vez, acusó a los funcionarios de La Cámpora a
cargo de la empresa estatal Ieasa (Integración Energética Argentina SA) de
haber hecho un pliego a la medida de Techint porque, sostuvo en un increíble
off the record enviado a una cadena de periodistas, esas chapas las fabrica en
el país la empresa Laminados Industriales. “¿Qué intereses tiene Kulfas en
Laminados Industriales?”, se preguntó luego un empinado cristinista. Laminados
Industriales desmintió después que fabricara esas chapas. La confusión dentro
de la confusión. Kulfas no sabe ni siquiera manejar las cuestiones técnicas de
la licitación. Habló en ese off the record de que los funcionarios camporistas
exigían chapas de 33 milímetros cuando son necesarias chapas de solo 31
milímetros. No es ni de 33 ni de 31, sino de 12,7 milímetros el espesor de las
chapas que se usan para los caños del gasoducto. Confundió milímetros con
pulgadas. Puede variar la calidad del acero con la que se hacen los caños,
según la presión prevista, pero no el tamaño.
Esa licitación fue convocada por el gobierno de Mauricio Macri, pero los
pliegos fueron reemplazados luego por los funcionarios camporistas. La obra es
una decisión compartida por oficialistas y opositores, pero es el oficialismo
el que no se pone de acuerdo en cómo hacer la obra. Insólito. Se trata de un
gasoducto fundamental para que el país deje de importar gas licuado (seriamente
encarecido por la invasión de Rusia a Ucrania) y se provea del gas de Vaca
Muerta. El gasoducto irá de Neuquén hasta Salliqueló, en la provincia de Buenos
Aires, donde se unirá con otros gasoductos para abastecer a gran parte del
país. Son 570 kilómetros de gasoducto. La monumental obra debe estar terminada
en un tiempo récord: cuando finalice el invierno de 2023. La urgencia en
terminar la obra obligó a seis empresas chinas a abandonar la lucha por la
adjudicación (y no les falta voracidad por la obra pública) ante la
imposibilidad de cumplir con los plazos exigidos. Techint usó su relación con
una empresa brasileña, de la que tiene el 20 por ciento de las acciones, pero
no el control ni la administración, para comprarle dentro de esos plazos la
chapa necesaria (de 12,7 milímetros, no de 31 ni de 33), que no se fabrica en
el país, y hacer luego aquí los caños para el gasoducto. La vicepresidenta le
exigió al Presidente que obligara a Techint a levantar una planta en el país
para hacer ese tipo de chapa. Pero ¿qué derecho tiene el Gobierno para obligar
a una empresa a instalar una planta industrial en el país cuando aquí no hay
mercado para semejante inversión? ¿Por qué Cristina Kirchner no hizo ningún
problema cuando durante su gobierno se le compró esa chapa a la misma empresa
brasileña para hacer el gasoducto que atraviesa el estrecho de Magallanes?
Tales incoherencias en la dirigencia gobernante explican un absurdo: la
Argentina gasta miles de millones de dólares para importar gas licuado cuando
tiene la segunda reserva mundial de gas no convencional en Vaca Muerta. Podría
ser un exportador neto de gas licuado a un mundo que carece de gas.
La primera preocupación que expuso la vicepresidenta es que esas chapas
costarán 200 millones de dólares, que irán a la empresa brasileña. El precio
que la Argentina pagará este año por la importación de energía será de 13.000
millones de dólares. Le preocupan los 200 millones, pero no los 13.000 millones
que se podrían ahorrar con el gas y el petróleo de Vaca Muerta. Las denuncias
como consecuencia del internismo del internismo terminaron en el despacho del
juez Daniel Rafecas y en el del fiscal Carlos Stornelli. Nunca la Justicia
había intervenido hasta ahora luego de que el propio kirchnerismo jugara al
tenis usando denuncias de corrupción en lugar de pelotas. La pregunta que
corresponde hacer es si esas trifulcas entre las distintas variantes del
kirchnerismo no terminarán también por paralizar la obra. otra deducción
posible es que Cristina Kirchner no quiere dejarle ese gasoducto al próximo
gobierno porque está convencida de que a ella y los suyos los aguarda la
derrota en 2023. Según otras versiones, ella se propone parcelar la obra para
que intervengan diez empresas. ¿Estaría la de Cristóbal López entre esas
empresas? El kirchnerismo tiene una envidiable aptitud para impedir que se haga
lo que el país necesita.
La falta de dólares es lo que explica, en alguna medida al menos, la
escasez de gasoil que está afectando la producción agropecuaria de medio país.
La Argentina siempre importó gasoil en invierno. El problema de este año es que
su precio aumentó considerablemente en el mercado internacional (gracias al
autócrata Putin, otra vez), que las tarifas no están actualizadas y que el
precio del dólar está subvaluado. El Gobierno autorizó un aumento del 5 por
ciento en las importaciones de gasoil, pero la cantidad bajó porque aumentó el
precio. Nadie quiere importar a pérdida, entonces. El Presidente tiene un
problema con el precio del dólar. La devaluación del peso significaría una
mayor presión sobre la inflación, ya insufriblemente alta, y tal vez una
retracción de la economía. Pero un dólar subvaluado constituye un aumento de la
demanda, que enfrenta a su vez una caída de la oferta por la penuria de
dólares. La industria argentina (y también el sector agropecuario) necesita de
dólares para la compra de insumos. Los que fabrican café necesitan importar el
grano de café, que no se produce en el país. Así es la matriz productiva
argentina. ¿No les gusta? Tendrán que cambiarla. Mientras tanto, esas son las
cartas con las que le tocó jugar al oficialismo. Encerrado en su propio
laberinto, la administración de Alberto Fernández no puede explicar que en un
año récord de exportaciones, con superávit en la balanza comercial y sin pagos
importantes de la deuda pública (está en un período acordado de no pago con los
acreedores privados y con el Fondo Monetario) el Banco Central se haya quedado
sin dólares en los mejores meses de las liquidaciones de los exportadores
agropecuarios. Los meses que vienen serán mucho más flojos en el nivel de
ingresos de dólares. El Gobierno debería tener en cuenta la historia: la falta
de dólares en la Argentina fue siempre un detonante de crisis políticas,
sociales y económicas.
Llama la atención que en medio de semejantes tormentos políticos y
sociales la principal oposición se haya dedicado a discutir (en otro internismo
del internismo) sobre una figura que gobernó hace 100 años, Hipólito Yrigoyen.
Todo comenzó con una alusión inoportuna e impolítica del expresidente Macri a
Yrigoyen en un coloquio en Brasil. Yrigoyen (que tuvo sus claroscuros) es un
ícono del radicalismo, que los radicales veneran ciegamente. La alusión de
Macri (dijo que con Yrigoyen había comenzado el populismo en la Argentina) fue
duramente refutada por el presidente del radicalismo, Gerardo Morales. Morales
pudo haberlo llamado primero a Macri y seguramente este le hubiera pedido disculpas.
Macri está sinceramente arrepentido de lo que dijo o de haberlo dicho. También
es cierto que nadie de Pro salió a responderle a Morales cuando el gobernador
de Jujuy atacó públicamente al “gobierno de los CEo”, en clara referencia a la
administración de Juntos por el Cambio que concluyó en 2019, o cuando dijo que
nunca volvería a votar a Macri. Deberían reencontrar el sentido de las
proporciones que perdieron.
Incomprensible disputa entre los opositores cuando en el oficialismo se
armó otro episodio dentro su larga guerra civil, con consecuencias
potencialmente catastróficas para la sociedad. Eso sucede cuando los políticos
se dedican a hacer historia en lugar de hacer política. |