Por Fernando
Gutiérrez - El ruido político generado por el nuevo "impuesto a la renta inesperada" llevó
a que todo el mercado se hiciera las preguntas incorrectas, a saber: si podrá
pasar los filtros del Congreso y la justicia, quién va a pagarlo, y cuánto se
podrá recaudar. Pero en medio del
debate quedó perdida la parte más importante del anuncio de Martín Guzmán: el
impuesto prevé exenciones para quienes aumenten la inversión y generen más
empleo.
Esa
es, para el ministro de economía, la verdadera clave de su comentado anuncio,
porque apunta a resolver un problema que lo aqueja: el nivel de inversiones
de la economía argentina no es suficiente como para sostener el ritmo de
crecimiento que se prevé en los números oficiales.
Y,
de esta forma, Guzmán resuelve dos problemas en un solo anuncio: les envía un
mensaje a los empresarios, que empezará a ser decodificado cuando llegue el
momento del "diálogo" prometido por el ministro. Allí quedará en claro que el alcance del nuevo
impuesto será acotado -y acaso diluido por completo- en caso de que las empresas
muestren que tienen proyectos para reinvertir las mayores ganancias logradas
por los aumentos de precios en el mercado internacional.
Pero,
además, Guzmán logrará aliviar la tensión política interna de la
coalición gobernante, donde se venía reclamando abiertamente la aplicación de
un esquema de retenciones móviles, entre otras medidas de tipo
intervencionista.
El mercado no comparte el optimismo de Guzmán
Una de las promesas difíciles
de cumplir para Guzmán es la de un crecimiento del PBI del orden del 4,5%. Tras haber alcanzado
un 10% el año pasado -superando las expectativas de todo el mercado-, el
ministro dijo que el sendero de crecimiento estaba lejos de ser el clásico
"rebote del gato muerto" tras el desplome del 2020 y que se trataba
de un proceso sustentado en mayor producción y consumo.
Sin
embargo, su entusiasmo no es compartido por el resto del mercado. Sus colegas
economistas revisan todos los meses al alza la proyección de inflación, al
tiempo que ponen en seria duda que el crecimiento del PBI pueda ser el previsto
oficialmente.
De
hecho, en la última encuesta Focus Economics -de la cual participan
56 bancos y consultoras- se prevé que el crecimiento será de 2,6%, un
nivel incluso inferior al que prevé el Fondo Monetario Internacional. Algunos
de los participantes más escépticos creen que la actividad apenas mostrará una
mejora en torno del 1%.
Y
estas previsiones modestas van de la mano de la tasa de inversión. Después
de un crecimiento de 32% constatado el año pasado -una cifra inusualmente alta,
que se explica por el rebote post pandemia-, este año apenas se prevé un
aumento de 12,9%. Para tener una referencia, se trata de una tasa inferior aun
al de los últimos dos años recesivos de la gestión macrista: en el 2018 la
inversión había crecido un 5,7% y en 2019 un 5,7%.
Es
cierto que la capacidad ociosa que tiene hoy la industria -un 35%- luce como
una tasa menor cuando se compara con el pavoroso 58% de la estructura inutilizada
que se registraba en el peor momento de la cuarentena.
Sin embargo, la
inversión, medida como porcentaje del PBI, se ubica en torno del 17%, un
número lejano a los máximos de 24% que se habían registrado durante el gobierno de
Néstor Kirchner, cuando la economía crecía a "tasas chinas".
Cuando el kirchnerismo puso el foco en los balances
de empresas
La
presión política que el kirchnerismo viene haciendo sobre Guzmán se intensificó
cuando se conocieron balances de grandes empresas del sector alimentario. El
argumento era que esas empresas estaban teniendo ingresos muy superiores a la
inflación y que, además, su situación era tan próspera que se daban el lujo de
repartir dividendos entre los accionistas.
Un
caso emblemático es el de Arcor, la gigante elaboradora de alimentos, cuyo
último balance -correspondiente al año pasado- arrojó una ganancia de $19.918
millones, que implica un 142% más que el resultado del ejercicio anterior. Y,
además, anunció un reparto de $7.000 millones como dividendos.
Balances
como el de Arcor despertaron los reflejos intervencionistas. Y particularmente
desde el kirchnerismo se puso la lupa sobre esos balances para argumentar la
necesidad de "captar rentas extraordinarias".
Lo
irónico es que, en realidad, el rubro de alimentos estuvo entre los que menos
aportaron a la ganancia del grupo industrial con sede en Arroyito. De hecho, la
empresa tuvo un empeoramiento en su resultado operativo, y lo que explica
que haya tenido mayores ganancias es un efecto financiero provocado por la
inflación. Como los precios subieron por encima del dólar, eso generó una
reducción en el costo de su deuda.
En
otras palabras, Arcor ganó gracias a la política de retraso cambiario y no por
una suba acelerada de la demanda del mercado interno.
Por
otra parte, en el debate sobre la "puja distributiva", los propios
funcionarios han tratado de poner paños fríos, al advertir sobre el efecto
negativo de desincentivar la inversión. El ministro de Desarrollo
Productivo, Matías Kulfas, fue explícito al señalar en una entrevista
radial que, "así como en los años recesivos la renta
empresaria cae más rápido que el salario, en los períodos posteriores a las
crisis, las ganancias de recuperan más rápido que los salarios".
Sin
embargo, ninguno de esos argumentos es suficiente ante la demanda del
"hagan algo" que se escucha desde el kirchnerismo. Y el tono de los
reclamos guarda cierto parecido histórico con la actitud que había tomado Cristina
Kirchner hace una década, cuando
había conseguido un aumento de la inversión mediante métodos compulsivos.
Con Axel
Kicillof como ideólogo -ocupaba una silla en el directorio de Techint
y vetaba los proyectos de inversión fuera del país- se forzaba a las
empresas a reinvertir las ganancias, mediante el método de prohibir el reparto
de dividendo y las remesas al exterior. Se llegó a la situación de negar
dólares para que las filiales argentinas saldaran créditos con sus casas
matrices.
Inversión bajo amenaza
Lo
cierto es que están apareciendo indicios preocupantes para los pronósticos
oficiales. La industria, según la medición que hace la Fundación FIEL,
está acotando su crecimiento a 3% interanual, con la peculiaridad de
una gran diferencia por sectores. Así,
mientras algunos crecen a buen ritmo, como la industria química y el sector automotor,
otros sectores, como el de alimentos, registran una caída de 1%.
Pero
lo peor es la tendencia: a los ya consignados obstáculos de dificultades para
acceder a las divisas, el riesgo del suministro energético, el clima de
conflictividad, el encarecimiento del crédito y el insuficiente nivel de
consumo, FIEL añade que la agudización de la inflación se sumará como
otro obstáculo para el crecimiento.
También
hay síntomas preocupantes en la balanza comercial. Puede sonar raro,
dado que las cifras del comercio internacional están en niveles récord. Pero la
mala noticia es que la importación no crece tanto por la compra de insumos para
la producción sino, sobre todo, por la necesidad de comprar combustibles,
cada vez más caros por la guerra en Ucrania. Ese rubro, verdadera piedra en el zapato de la
economía, crece a una asustadora tasa de 195% interanual, cinco veces más
rápido que la compra de bienes de capital.
Esto
lleva a que los economistas pongan en duda que haya un saldo de dólares que
permita reforzar las reservas del Banco Central y, al mismo tiempo,
proveer las divisas necesarias para sostener el crecimiento de la industria
local.
Con
esos datos sobre la mesa, hay economistas que, en contra del optimismo oficial,
ven el riesgo de una contracción en la actividad. Por caso, Econviews
estima para el primer trimestre una caída de 0,6%.
Lo irónico de la situación es
que esa baja en la inversión ocurre a pesar de que el sector privado mantiene
una tasa de ahorro del 22,8% del PBI, según una estimación de la Fundación
Mediterránea.
Lo que mantiene a la inversión tan debajo de su potencial es, según Jorge
Vasconcelos, "la succión por parte del sector público, estimada en 3,8%
del PBI".
Impuesto y una oferta imposible de rechazar
La interrogante ahora es si
el ministro Guzmán logrará revertir esa baja disposición a la inversión que
vienen mostrando los empresarios, utilizando como aliciente la
posibilidad de aplicar un nuevo impuesto.
En
principio, parece difícil, dado que las agremiaciones empresarias suelen
argumentar que para aumentar su nivel de inversiones, la condición previa debe
ser el alivio impositivo. El reclamo es un clásico de cada congreso de la Unión
Industrial y de cada Coloquio de IDEA. Y se está viendo nuevamente en
estos días.
Al
conocerse la iniciativa de Guzmán, la primera advertencia de gremiales rurales
como la Cámara Aceitera (Ciara) y las Confederaciones Rurales
Argentinas (CRA) fue que el nuevo impuesto, aunque formalmente estuviera
dirigido a las grandes industrias y a las exportadoras cerealeras, en realidad
terminaría funcionando como una "retención encubierta" que
terminarán pagando los pequeños productores.
Por
su parte, la Asociación Empresaria Argentina -que reúne a muchos de
los candidatos a pagar el nuevo impuesto- emitió un comunicado en el destaca
que hay una proliferación de impuestos que lleva la presión fiscal a 30,7%
del PBI, diez puntos por encima del nivel que regía en los años ’90.
El comunicado termina una
frase sugestiva: "Con menos impuestos generaremos más inversiones y empleo".
Y
Guzmán está dispuesto a tomarles la palabra. Claro, no les va a dar exactamente
lo que ellos le piden -su compromiso con el recorte fiscal le impide bajar
impuestos-. Pero, a modo de compensación, está planteando una oferta que los
empresarios no podrán rechazar: la promesa de que, si aumentan sus niveles de
inversión, no habrá un castigo tributario adicional. |