Sábado 26 - Por Rafael Mathus Ruiz - El directorio del Fondo
Monetario Internacional aprobó ayer el acuerdo con la Argentina para la
refinanciación de la deuda con ese organismo. Quedó habilitado, así, un
desembolso de 44.000 millones de dólares para cumplir con el cronograma de
pagos. El Fondo, sin embargo, advirtió sobre “riesgos excepcionalmente altos”
para el cumplimiento del programa financiero. Aludió al contexto internacional
derivado de la guerra en Ucrania, pero también a la vulnerabilidad de la
economía local y a la fragilidad política que afecta a nuestro país. Puso
énfasis en la necesidad de alcanzar consensos para avanzar con reformas
estructurales. La aprobación habilitó el desembolso ayer de U$S9656 millones
con los que el país hizo la inmediata cancelación del pago al FMI que había
vencido días atrás.
WASHINGTON.–
El Fondo Monetario Internacional (FMI) aprobó ayer el nuevo acuerdo con la
Argentina por US$44.000 millones, brindando un poco de oxígeno financiero al
país y cerrando una larga negociación de más de dos años que culminó el proceso
de reestructuración de la deuda externa que encaró el gobierno de Alberto
Fernández, pero a la vez dejó fuertes advertencias sobre los riesgos
“excepcionalmente altos” del plan económico y la fragilidad del respaldo
político, y remarcó la necesidad de implementar más reformas en la economía .
El
directorio ejecutivo del FMI aprobó un acuerdo de facilidades extendidas (EFF,
según sus siglas en inglés) para la Argentina, que le permitiráal país obtener
una nueva línea de financiamiento de “acceso excepcional” casi cuatro años
después del crédito que recibió bajo condiciones similares el gobierno de
Mauricio Macri por 50.000 millones de dólares, el más grande en la historia del
organismo, que luego fue ampliado.
Luego
de la aprobación del board, la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva,
dijo en un comunicado que el programa enfrenta riesgos “excepcionalmente
altos”, incluido el impacto de la guerra en Ucrania, y no descartó una
“recalibración temprana” del plan. Pese a esas advertencias, Georgieva insistió
en que el nuevo acuerdo fija objetivos “realistas” para comenzar a abordar los
problemas del país.
“Un
fuerte consenso político y social es clave para sostener la implementación de
la agenda de reformas, incluso a mediano plazo, lo cual es esencial para
abordar las vulnerabilidades de larga data del país”, remarcó Georgieva.
Los
directores del board, controlado por las potencias del G-7, dieron un nuevo
aval a un programa de la Argentina, pero ofrecieron una punta de reparos. Los
directores también apuntaron que el programa enfrenta riesgos “excepcionalmente
altos”, y “reconocieron la vulnerabilidad de la Argentina a los shocks externos
y las dificultades de implementa ción da da la compleja situación social y
política”, indicó el comunicado el Fondo.
Los
directores pidieron además mejoras en la estructura del gasto, incluida la
reducción de los subsidios energéticos y pidieron “reformas estructurales que
aborden las vulnerabilidades estructurales de larga data de la Argentina ”.
Además, los directores destacaron la necesidad de fortalecer el clima de
inversión“eliminando gradualmente las distorsiones económicas y brindando un
marco regulatorio más predecible, incluso en sectores estratégicos”.
Y
coincidieron en que, más allá del período que cubre el programa, “se requerirán
más esfuerzos para cimentar la estabilidad y abordar los desafíos
estructurales” de la economía, y remarcaron que la Argentina debe fortalecer
aún más la sostenibilidad de la deuda, reforzar el balance del Banco Central y
su carta orgánica, y abordar “las barreras regulatorias a la productividad, la
inversión y el empleo formal”.
Los
fondos frescos que aportará el nuevo programa se utilizarán para reforzar el
presupuesto y las reservas –ayer, de hecho, llegó un giro de casi US$10.000
millones con el que ya se pagó deuda– y afrontar los vencimientos del préstamo
macrista. El período de repago es de 10 años, con un período de gracia de 4
años y medio, lo que implica que la Argentina comenzará a pagar la deuda a
partir de 2026 y hasta 2034.
El
nuevo acuerdo, el 22º en la historia de la Argentina y el Fondo, fue diseñado
por el ministro de Economía, Martín Guzmán, y el staff del organismo con el
objetivo primordial de comenzar a atacar uno de los problemas más urgentes del
país, la alta y persistente inflación.
El
núcleo del plan es una reducción paulatina y gradual del déficit fiscal hasta
equilibrar las cuentas públicas en 2025, disminuyendo el financiamiento
monetario del Tesoro, ampliamente visto como una de las causas principales del
fuerte aumento de los precios. El ajuste fiscal se concentrará en el recorte de
los subsidios a la energía, que tendrá como contrapartida un aumento en las
tarifas de la electricidad y del gas a los hogares de mayores ingresos del
país.
El
nuevo programa nace con enormes riesgos y desafíos, y fuertes dudas sobre su
viabilidad. La guerra en Ucrania cambió todo el contexto al provocar un aumento
de los alimentos, el petróleo y el gas, le puso más presión a la inflación
local y complicó el sendero de ajuste fiscal por el impacto que tienen los
precios de la energía sobre los subsidios.
La
capacidad política para implementar el plan también es incierta por la fractura
política del Frente de Todos y la polarización. El programa económico ha sido
criticado por Juntos por el Cambio, los libertarios, la vicepresidenta Cristina
Kirchner, La Cámpora y el kirchnerismo duro. Y el plan del Gobierno también ha
sido deshilachado por economistas en la Argentina yen estados unidos, que lo
consideran demasiado“liviano” y que patea los problemas para adelante al dejar
de lado reformas estructurales y el ataque frontal a los problemas de fondo de
la economía.
El
Gobierno ha defendido el nuevo acuerdo al afirmar que uno de los objetivos
centrales del plan es “mantener la recuperación económica y social”. La Casa
rosada y el Palacio de Hacienda han dicho, además, que evita un ajuste –aunque
el aumento de las tarifas implicará, en los hechos, un ajuste–, un salto del
dólar y reformas estructurales como un cambio previsional o laboral,
iniciativas complejas que suelen conllevar un amplio rechazo social.
Críticas
de lado, el nuevo pacto permitirá evitar un “impago”, o arrears, con el Fondo
Monetario, que hubiera dejado al país en una situación mucho más delicada. Y le
brindará a la Argentina un período de gracia de cuatro años y medio sin fuertes
vencimientos para intentar encarrilar la economía.
El
acuerdo aspira a bajar el déficit fiscal “gradualmente y sustentablemente” al
2,5% del producto bruto interno este año; 1,9% en 2023; 0,9% en 2024, y 0% o
equilibrio fiscal en 2025. La letra del nuevo convenio contempla además
crecimiento para este año de entre el 3,5 y el 4,5%, una reducción de la
inflación a un rango del 38 al 48%, y un aumento de las reservas netas del
Banco Central (BCRA) de US$5800 millones.
El
propio Gobierno reconoció en los documentos que fueron presentados al board del
Fondo para la aprobación final que existen “importantes incertidumbres” que
pueden alterar los números y forzar a “recalibrar” las políticas. La lista
incluye la pandemia del coronavirus, la guerra en Ucrania, un deterioro de la
economía regional, cambios en los términos de intercambio del país,
principalmente en los precios de las materias primas como el trigo, la soja o
el petróleo, y “shocks vinculados con el clima”.
Es
un paraguas que se hace eco, en parte, de la sequía de 2018, que contribuyó a
la crisis cambiaria que terminó por enterrar el “gradualismo” de Macri y llevó
al país de regreso al FMI, y que se ha repetido este año. Pero también es un
seguro ante los aumentos en el costo de generación de la electricidad, por el
aumento del precio del gas por la invasión de Putin a Ucrania o por falta de
agua en las represas que alimentan las centrales hidroeléctricas del país,
apenas dos de las amenazas más apremiantes que enfrenta el nuevo acuerdo.ß
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