Por Jorge Herrera -Los febriles indicadores
inflacionarios que dejó la temporada veraniega han despabilado a más de uno.
Sin embargo, en el Congreso las pujas políticas parecen reflejar que los
legisladores siguen viviendo bajo su realidad parlamentaria. Otro tanto ocurre
con gran parte del arco político oficial y opositor.
Pero al BCRA,
la realidad de la calle y del mercado, lo enfrenta a un delicado dilema:
¿atrasar o acelerar el dólar?
Hasta el 3,9% del IPC de enero, digamos que el BCRA con su ritmo de
depreciación (crawling peg) del orden del 3% del tipo de cambio oficial lograba
mantener decorosamente la competitividad del peso. Pero el 4,7% del IPC de
febrero fue un serio llamado de atención, sobre todo por lo está por venir a
raíz del shock externo.
Competitividad
El
tipo de cambio real con el que asumió la administración de Fernández se ubicaba
por encima del promedio histórico de las últimas cuatro décadas, -más, menos-
cualquiera fuera la metodología de cálculo. Pero el atraso cambiario perpetrado
en el marco de las elecciones del año pasado le resta cierto margen de maniobra
al BCRA dado que el peso ya se habría apreciado poco más de un 13% frente a ese
promedio histórico. Esto no quiere decir que el tipo de cambio real oficial
esté significativamente atrasado, como ocurrió en varios momentos de las
últimas décadas, sino que no tiene mucho resto para dormirse. Menos con las
pautas del acuerdo con el FMI bajo el brazo. En tal sentido, hasta los
analistas más heterodoxos reconocen que estarían más cómodos con un dólar
oficial a $125 (parecido con el de diciembre de 2019) pero el $109 no lo
consideran un dólar atrasadísimo. Claro que todo depende del contexto
inflacionario por delante. Y claro también, de lo que suceda con la tasa de interés de
política monetaria.
Por
ende, frente al dato de febrero y los sondeos de marzo, el BCRA tiene dos
caminos: mantener el actual ritmo de devaluación lo que implica tender a una
mayor apreciación del tipo de cambio real, o sea, lo que se dice trivialmente
como abaratar el dólar, o bien, acelerar el crawling peg lo que conlleva asumir
el riesgo de inyectar más combustible a las expectativas inflacionarias. De
modo que por un camino, el de atrasar, el BCRA prolongará la dinámica que se
viene observando desde mediados del año pasado. Mientras que por el otro
camino, el de acelerar, se corre el peligro de elevar aún más el piso mensual
de la inflación. De ahí que los analistas de 1816 señalen que este es uno de
los riesgos del crawling peg: si ante cualquier aceleración de inflación el
dólar spot también se acelera puede iniciarse una carrera nominal desagradable
para la macro. Y como dicen los estrategas de Quinquela, el dato de febrero
genera la necesidad de recalibrar un esquema económico que estaba pensado para
ritmos nominales más bajos, o sea, la necesidad de tomar decisiones se hizo
inminente. Aquí entra a terciar también la tasa de interés que redefina el
BCRA. Acelerar el ritmo de crawling peg dependerá de la suba de la tasa de
interés, ya que en la medida que el BCRA la aumente podrá acelerar el ritmo de
depreciación sin generar incentivos negativos para la liquidación de divisas.
Trastienda
Por
eso no hay que perder de vista la trastienda de la aceleración de la tasa de la
inflación que puede vincularse no solo con la reciente aceleración del crawling
peg sino también con el shock externo de los precios de los commodities, la
fuerte expansión monetaria, el ajuste de algunos precios regulados más el
comportamiento del gasto público. Todo un combo.
En
cuanto a la velocidad de devaluación, algo ya se vio en las últimas semanas a
raíz de la suba de los precios internacionales. Pero que a la vista del dato de
febrero ya suena insuficiente. Pero ello no deja de sumar presión al abanico de
precios domésticos, tanto importados como transables. Por otro lado el BCRA
viene de darle duro a la “maquinita” para asistir al Tesoro para cerrar el
2021. Ahora parece estar comportándose con más cautela. Sin embargo, aún no se
han visto todos los efectos rezagos de semejante expansión monetaria sobre el
nivel de precios. Para ello habrá que esperar al segundo semestre. Otro tanto
ocurrió con el gasto público que se aceleró para las elecciones pasadas y luego
mostró una desaceleración pero al igual que la emisión monetaria, también
tardan en impactar en la formación de precios y en las expectativas. A todo
esto también se sucedieron ajustes en algunos servicios regulados, sobre todo
no subsidiados. Ahora hay una fila que espera autorización para aumentar más
los que estacionalmente ajusten para esta época. En síntesis, la inflación
tiene más para aportar que para restar, por el momento. Veremos cómo reacciona
el BCRA. Lo que haga con la tasa será una primera señal. Sobre todo porque la
opción de un salto discreto del tipo de cambio, es decir, una fuerte
devaluación que ayude a desacelerar el crawling peg y bajar tasas tendría un
doble efecto negativo dado que por un lado elevaría el costo fiscal vía
subsidios e importaciones de gas e inyectaría más presión sobre los precios de
los alimentos por la suba de commodities.
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