Por Fernando Gutiérrez
- Más allá de todas las medidas intervencionistas que prepara el Gobierno para
fijar precios máximos en las góndolas y "desacoplar" los precios del
campo argentino con los del mercado internacional, todos los políticos y
economistas saben que, en situaciones de alta tensión, siempre hay un remedio
de urgencia al que se le termina echando mano: un "ancla" que frene las subas y ayude a moderar
expectativas.
En Argentina, las clásicas son las tarifas de los servicios públicos,
algunos precios clave como los combustibles y, sobre todo, el precio del dólar. Pero claro,
ahora hay un detalle que obliga a los funcionarios a modificar sus hábitos: la
firma del acuerdo con el
Fondo Monetario Internacional, que compromete al
Gobierno a disminuir una serie de distorsiones, en aras de reducir el déficit
fiscal.
Es por eso que, aunque en otras circunstancias un congelamiento de las
tarifas sería una tentación muy difícil de eludir, esta vez queda descartada
por el acuerdo para que se aplique el aumento segmentado que pergeñó el ministro Martín Guzmán.
Esto lleva a que muchos economistas estén temerosos del efecto contagio: cuando se hace el promedio
ponderado de todos los aumentos -desde el 20% que pagará el sector de menores
ingresos, el 40% de la clase media y el 100% de la punta de la pirámide- las
tarifas subirán alrededor de 85% en el año.
Para una sociedad con una arraigada cultura de indexación, esto implica que los precios reflejarán un
traslado casi automático -y, en muchos casos, ya con adelanto preventivo- de
esos mayores costos de los servicios.
Por otro lado, el shock de los precios energéticos, como consecuencia de
la guerra en Ucrania, hace inviable
pensar en un congelamiento de los combustibles. De manera que las miradas
empiezan, una vez más, a posarse sobre el dólar.
Inflación acelerada, freno en el dólar
En la "guerra contra la inflación" que anunció Alberto Fernández, la primera víctima podría ser
la política oficial de aceleración de la tasa devaluatoria, que en teoría
debería evolucionar a la par de la inflación.
Fue un objetivo que mencionó Guzmán al presentar el plan y antes, en
diciembre pasado, ante un auditorio de empresarios, también lo había mencionado el presidente del Banco Central, Miguel Pesce.
El objetivo de esa medida era obvio: no generar el clásico problema del
retraso cambiario, que desincentiva exportaciones y, finalmente, termina
presionando al crecimiento de la brecha entre el "blue" y el tipo de
cambio oficial.
Se trataba de una medida ampliamente reclamada por el mercado, luego de
un año en el que, todos los meses, mientras la inflación corría a una velocidad
crucero de 3%, el dólar le iba en zaga deslizándose apenas 1%.
Esto motivó que en 2021 se
haya producido una "inflación en dólares" de 25%, un nivel que, según
indica la historia reciente, no
es sostenible por mucho tiempo sin que se provoque una crisis.
Fue por eso que se anunció la aceleración del "crawling peg", como
se denomina en la jerga financiera al mecanismo de devaluación suave pero
constante. En consecuencia, todo el mercado se preparó para que el dólar
evolucionara a la par de los precios -y, de hecho, las encuestas de economistas como el REM del Banco Central, reflejan esa
expectativa-.
Pero Pesce había dejado flotando
en el aire una advertencia que en ese momento pasó algo inadvertida
y que hoy toma una gran relevancia: dijo que esa aceleración del dólar se daría hasta el punto en el que no se convirtiera en un factor de tensión
inflacionaria.
En otras palabras, que ante la primera señal de que la suba del dólar
pudiera generar un "efecto contagio" sobre los precios, se aplicaría
el freno.
El nuevo atraso cambiario ya empezó
Con el 4,7% de inflación de febrero, ese escenario que temía Pesce ya parece estar instalado. Al punto
que dentro de la coalición de Gobierno se están escuchando voces de alarma en
el sentido de que hay que revisar la política cambiaria.
Como siempre, una de las más elocuentes fue la economista Fernanda Vallejos -quien
suele expresar los puntos de vista de Cristina Kirchner-. La controvertida ex
diputada advirtió que no alcanzará con aplicar mayores retenciones a la
exportación, sino que había que
revisar drásticamente el objetivo de "crawling peg" que
Guzmán negoció con el Fondo Monetario.
"El acuerdo a devaluar
al compás de la inflación de manera permanente. Todos los argentinos sabemos
que cuando se mueve el
tipo de cambio nominal se acelera la inflación. Y acá el FMI te dice ‘si se
mueven los precios tenés que volver a devaluar’, lo cual genera más inflación, y es
una dinámica muy peligrosa, que sabemos como comienza pero no cómo
termina", advirtió Vallejos en
declaraciones radiales.
Y hay motivos para pensar que, en este punto, la díscola economista no opina tan diferente que el equipo
económico del Gobierno.
Porque lo cierto es que, después de un inicio en el que parecía que la
tasa devaluatoria se pondría a tono con la inflación, el Banco Central empezó a regular la velocidad. De forma tal
que, aunque con menos intensidad que el año pasado, la política de retraso
cambiario sigue manteniéndose.
Desde diciembre a febrero, contra una inflación acumulada de 12,9%, el
deslizamiento del dólar fue de 7,4%. Implica una "inflación en
dólares" de 5%. Podría pensarse que no es tan grave, dado que la alta
inflación internacional -Estados Unidos tuvo el año pasado una inflación de 7%
y podría terminar este año en dos dígitos- compensa indirectamente el retraso
cambiario argentino.
Pero lo preocupante es la
tendencia: si se toma la previsión de las consultoras de economía sobre lo que
puede ser la inflación de
marzo y abril, entonces ya claramente el nivel se ubica en torno al 5% mensual.
Y nadie está viendo que el Banco Central esté dispuesto a llevar el
deslizamiento del dólar a un 5%. Más bien al contrario, la expectativa que se
refleja en los mercados de futuros indican un crawling peg de 3%.
De seguir esta tendencia, en el primer cuatrimestre del año se habrá
acumulado una "inflación verde" de 7%. De mantenerse en todo el año esta tónica, entonces la
cotización del dólar oficial terminará
en torno del 40%, mientras la inflación, tras la última acelerada, se encamina a
ubicarse encima del 60%.
Por qué el ancla cambiaria no provocará un
"waiver"
El debate que viene, entonces, difícilmente será si la devaluación
correrá a la misma velocidad que la inflación, sino más bien de cuánto será el
retraso.
Hay economistas que desde hace tiempo vienen advirtiendo que, antes las
señales de escapada inflacionaria, el Gobierno no ha resistido la tentación de
"pisar" el tipo de cambio.
Por ejemplo, el
consultor Salvador Di Stefano, advirtió: "Aquellos que esperan
una suba del dólar oficial que no se ilusionen, en los meses anteriores hemos
visto cómo el Banco Central aumentaba el tipo de cambio oficial y luego
desaceleraba la tasa de devaluación para devaluar tímidamente".
Su pronóstico es inquietante: cree que se está generando "una
escalofriante inflación en dólares" que no será sostenible en el segundo semestre, cuando se produzca
la combinación de menos entrada de divisas del agro y mayor salida de divisas
por la importación de energía.
Por supuesto que, desde el punto de vista de la ortodoxia, lo que está
ocurriendo ahora no se arregla ni con mayores retenciones ni tampoco con una
represión al dólar, sino que es consecuencia de la expansión monetaria del
último trimestre del año pasado - solamente en diciembre la financiación
monetaria del gasto público superó los $685.000 millones-, que recién se está
sintiendo ahora.
Pero los funcionarios del equipo económico no parecen dispuestos a
entrar en discusiones de teoría macroeconómica, y mucho menos de sobreactuar su
vocación fiscalista, que costó una fisura interna en la coalición
gubernamental. De manera que el uso del dólar, una vez más, como ancla de los
precios, es una medida que parece ineludible.
Más allá de que esta
situación pueda generar ruido político a nivel interno, lo cierto es
que no implicaría una violación al acuerdo con el FMI. En sentido
estricto, a lo que el Gobierno se compromete es a la reducción del déficit
fiscal, a una menor emisión
y a la acumulación de reservas. El resto de los anuncios implican metas pero no
obligaciones.
De manera que, según coinciden los economistas que han analizado la
letra chica de la carta de intención del nuevo acuerdo, no existe el peligro de
que Argentina tenga que pedir un "waiver" si el dólar vuelve a
retrasarse frente a la inflación.
¿La historia se repite?
En realidad, esta situación no implicaría una sorpresa para nadie. Como
recordó el economista Emmanuel
Álvarez Agis en una reciente videoconferencia organizada por la
consultora MegaQM, la historia de los acuerdos entre Argentina y el FMI muestra
que la devaluación real ha sido la
excepción y no la norma.
En un comparativo de 12 acuerdos de los últimos 60 años, siempre se
declaró que un objetivo del acuerdo sería bajar la inflación y además corregir
problemas de retraso cambiario. Sin embargo en casi todos se verificó que, al
año de haberse firmado el programa del FMI, la inflación había crecido y superaba la tasa de devaluación.
Esto se verificó también en el último "stand by" de 2018, en
el que, a pesar de la alta devaluación inicial, finalmente la inflación le
terminó ganando al dólar.
Pero en todos los
casos, en contextos de inflación crónica los precios le ganan al tipo de
cambio. El promedio histórico indica que un año después de iniciado el
programa, los precios se movieron al doble de velocidad que el dólar. O, dicho
de otra forma,
que Argentina tuvo una inflación en dólares de un 24% promedio.
Álvarez Agis aclara que ese retraso cambiario post-acuerdo con el FMI
suele ser mayor en los casos en que Argentina logró reforzar su posición de reservas. Es
por eso que en el reciente
"stand by" de Macri, en el que se eliminaron los controles
cambiarios y hubo una gran fuga de capitales, la mejora fue de apenas 4%, muy por debajo del promedio histórico
de 59%. Según el economista, eso explica por qué el dólar y la inflación
evolucionaron parejos y no mostraron la situación tradicional de los precios
creciendo al doble que el tipo de cambio.
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