Por José Siaba
Serrate - No son las condiciones que la Fed imaginó cuando se
propuso comenzar a izar las tasas en
marzo. Pero no hay marcha atrás. Aunque el embargo de la energía
rusa -arma de doble filo que desenvainó Washington y no Moscú - suma peligros
con su improvisación. Incita el patín de los precios y es una ciénaga para la
actividad salvo que la Administración Biden consiga sustitutos pronto. ¿Dónde
está la diplomacia? No bastan las promesas vagas de los Emiratos Árabes o Irak.
Arabia Saudita, por caso, no atendió el teléfono. La
inflación minorista trepó 7,9% interanual a febrero (y lo hará a no menos de
8,2% en marzo), el mojón más alto en 40 años. La velocidad de crucero de la
inflación se disparó a 10% (la núcleo se sostiene invariable en torno a 6%
desde octubre). La Fed preventiva de antes -la que instaló Alan
Greenspan tras la estabilización salvaje de Paul Volcker- habría entrado en
acción seis meses atrás (y desaconsejado la política fiscal pro-cíclica de
Biden). La Fed flexible de Jay Powell se aseguró una economía en pleno empleo,
hizo la pausa para surfear la ola de la variante delta, y lo sorprendió ómicron
(por fortuna, un cisne blanco). Allí agotó su espera, y escribió el guión a
ejecutar. El miércoles último cerró el taper. El próximo estrenará suba de
tasas. Un cuarto de punto es la dosis preferida, aunque corra a la zaga y haya
disenso. Powell dijo que la política monetaria sería “humilde y
ágil”. Con más razón después de los gansos salvajes. No existe una hoja de ruta
preestablecida. Dado un shock de oferta potente, capaz de deprimir a la demanda
(que es donde la Fed resulta eficaz y cuyo exceso la obliga a intervenir), la
receta de tasas en alza puede exigir una baja súbita fuera de programa. Un
evento de crédito, un momento Lehman, bien podría alterar los planes. Por caso,
el níquel en Londres encendió el martes una chispa que se apagó como se pudo
(cancelando las operaciones afectadas en el LME, la Bolsa de metales).
¿Quién
medita las sanciones? Occidente quería contundencia, y no el simulacro que
montó tras la anexión de Crimea en 2014 (que le costó a Moscú, en total, no más
de 1% del PBI). Pero en el plan original se eximió a la energía. Con una oferta
rígida en el corto plazo, su costo frontal es prohibitivo. Y es ganancia para
la OPEP o China, que permanecen al margen. ¿Por qué la Casa Blanca, entonces,
rompió sus reglas y lanzó el embargo? Por la misma razón que las empresas
anuncian que siguen en Rusia y, al día siguiente, que se van. Ni los gobiernos
ni las empresas dictan los castigos. Es la presión de la opinión pública. Biden impulsó la medida para que no lo hiciera primero el
Congreso (y luego ser forzado a copiarlo). Y los legisladores recogieron la
urgencia de sus votantes, en un año de elecciones. El temor a un boicot, el
daño reputacional, mina la resistencia de las compañías. Rusia
pesa, pero es una fracción del negocio global. ¿Y quién crea la agenda del
público? Es ver el listado de las empresas que permanecen en Rusia según el
gobierno de Ucrania y lo rápido que salen de la lista, para darse cuenta. Ni
Putin ni Powell. Nadie influye más que el presidente Zelensky y su uso
extraordinario de la comunicación. Los mercados corrigen fuerte, están en vilo.
Y no por la suba de tasas. Lo estarían más si se postergase. No por la guerra
en sí. El peligro es el alud de sanciones y su efecto colateral. Los gobiernos
cedieron el timón (mientras no se involucre a la OTAN en el conflicto), y el
futuro es azaroso. El fuego amigo trajo la crisis de la energía. ¿Dónde se
frenará? Las sanciones no van a disuadir a Putin. ¿Un cambio de régimen? Los
ayatolas o los Castro dirían que no. ¿Llegará antes la estanflación a EE.UU.?
La inflación ya está. El shock de la energía arrima el bochín de la recesión.
Si la Fed retoca la tasa medio punto, se invertirá la curva de bonos, y nacerá
una convicción. Se viaja en la dirección errónea y la Fed esta vez no puede dar
un volantazo. Antes tiene que aplacar la inflación. ¿Qué se necesita? Más
diplomacia, y menos emoción violenta. Putin quedó atrapado en su laberinto. Y
su taxi atascado es carísimo. Como no ve una salida, ve pasos positivos en la
negociación con Ucrania. Y Zelensky se mostró flexible con la agenda crítica de
la Otan, Crimea y el Donbás. Ahí deben apuntar los cañones de la diplomacia.
Hay que repensar las sanciones con una visión más amplia y, sobre todo, sus
tiempos. Se precisa una economía sólida para lidiar con Putin y sus
consecuencias. Y que deserten las empresas occidentales y le regalen a China el
acceso a los recursos naturales rusos es un error grave que habría que salvar.
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