Domingo 13 - Por Fernando Gutiérrez - La calma del dólar ha sido uno de
los efectos que el Gobierno ha mostrado como prueba de que el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional es
beneficioso. El hecho de que el tipo de cambio paralelo esté a la baja, de que
el Banco Central se
haya dado el lujo de comprar
u$s460 millones en lo que va de marzo y, sobre todo, de que se
hayan incumplido los pronósticos de devaluación brusca no sólo son un motivo de
alivio en el equipo económico sino que se presentan como prueba de que lo que
viene a futuro es un período de estabilidad.
Pero…
siempre hay un pero. Algo escondidos por debajo de las noticias positivas y de
los debates políticos sobre el acuerdo, también se agazapan otros indicadores
más inquietantes.
Por ejemplo, la
continuación de una demanda firme de dólares por parte de los pequeños
ahorristas, incluso con la vigencia del cepo reforzado y con la
imposibilidad de financiar con tarjeta de crédito el turismo y las compras en el exterior.
La recaudación del impuesto PAIS correspondiente
a febrero permite adelantar que esa demanda de billetes verdes subió el mes pasado al entorno de
u$s560 millones -siempre hablando, claro, de dólares del mercado
oficial, que implican una disminución de reservas para el BCRA-.
A
primera vista puede parecer una suma relativamente menor, si se tiene en cuenta
que en momentos de crisis el público llegó a demandar u$s3.000 mensuales, pero
viene a confirmar una situación que inquieta al Gobierno: que la tendencia es alcista, porque en enero se había comprado u$s506
millones y en diciembre u$s421 millones.
El FMI "mira para otro lado" con el dólar
Si
el nivel de demanda actual se mantuviera a lo largo de todo el año, eso
implicaría que el Banco Central debería sacrificar casi u$s7.000 millones en
2022. Una cifra que deja pequeña a la meta de refuerzo de reservas por u$s5.800 millones, que es a lo
que se comprometió Martín Guzmán ante
el FMI.
Este
hecho deja en claro también por qué, en contra de su postura tradicional
favorable a la libre flotación, el Fondo Monetario convalidó la continuidad del
cepo cambiario: si aun con las restricciones vigentes se siente con fuerza la
presión del mercado sobre el Banco Central, un afloje en los controles
implicaría una turbulencia cambiaria inevitable.
"El
FMI miró para otro lado", criticó Miguel Kiguel, ex subsecretario de financiamiento, quien
se asombra de que el organismo no haya pedido medidas para relajar el cepo
cambiario, algo que "choca con los propios objetivos del FMI, que habla de
la convertibilidad de la cuenta corriente".
En realidad, el Fondo ya
ha dado señales de que no todas las variables económicas le importan de la
misma forma. No ha puesto grandes reparos en que Guzmán apunte a una
inflación del 43% que todo el
mercado ya considera incumplible, ni tampoco ha cuestionado el compromiso del
ministro a recortar el subsidio en la energía, algo que en el actual contexto
de precios del petróleo y el gas resulta casi imposible de lograr.
Qué objetivos son prioridad para el FMI, más allá
del dólar
En
cambio, hay otros objetivos que para el FMI son prioritarios. En una reciente
videoconferencia en la que comparaba la historia de los acuerdos entre el
organismo y Argentina, el economista Emmanuel Álvarez Agis demostraba que, un año después de la
firma de los programas, la
mayoría de las metas habían
fracasado: la inflación era más alta, no se había logrado recortar subsidios y
hasta el déficit fiscal se mantenía
incambiado. Pero lo que sí se lograba era la corrección de la balanza de pagos.
Los
que perciben los economistas es que este año, ese tradicional objetivo de
reforzar al Banco Central se hace más importante todavía, porque el FMI quiere
evitar a toda costa que Argentina pueda tener problemas de incumplimiento de
pago, dado que un default
argentino podría disparar un "efecto dominó" en otros países endeudados.
Es
por eso que el staff del organismo abandonó su optimismo de que la mera firma
del acuerdo haría que llegaran dólares por parte de inversores, y prefirió
poner dinero de su propio bolsillo para reforzar al BCRA.
Hay
en este acuerdo con el FMI otros elementos infrecuentes. Por ejemplo, que se
autorizó a que el Banco Central aumentara las
ventas en los mercados de futuros -es decir, que dé una especie
de "seguro de
cambio" para influir en el humor del mercado-.
Más
concretamente, le permite poner contratos por
el equivalente a u$s9.000 millones para
ahuyentar temores devaluatorios, aun sabiendo que eso puede generar una gran
apuesta especulativa contra el peso. Fue ese tema, precisamente, el que llevó a
la causa judicial contra Cristina Kirchner por haber
puesto contratos por u$s16.000 millones que finalmente terminaron en un costo
millonario para el Estado.
Soja, gas, dólar: errores de cálculo
Con
esa situación, el Gobierno interpretó que tiene una garantía de estabilidad
cambiaria de al menos dos años. Algo que se reflejó en el plano político, por
las tempranas insinuaciones
de que Alberto Fernández aspiraría
a ser reelecto en
2023.
El
razonamiento es que, con los intereses alineados entre el Gobierno y el Fondo
para que las arcas del Banco
Central se fortalezcan, se mantendrán bajo control las presiones
devaluatorias.
Sin embargo, en el mercado no
opinan lo mismo. Y es aquí donde los economistas ven el "talón de
Aquiles" del plan: se está sobreestimando el ingreso de dólares por
exportaciones, se subestima la salida de dólares por compras de energía y, para colmo,
se parece olvidar el riesgo de la "cultura bimonetaria" del país.
Gran
parte de ese pesimismo está vinculado a
la guerra en Ucrania. Ocurre
que, si bien es cierto que habrá un mayor
ingreso de dólares por la exportación agrícola, se tratará de un
ingreso moderado, ya que los altos precios de la soja, el trigo y el maíz, se
terminarán "neteando" con los menores volúmenes de producción -la
sequía hizo que los rindes cayeran 20% en las zonas más afectadas-.
Traducido
a plata, el monto que exporte Argentina este año mejoraría u$s1.000 millones en
comparación con el del año pasado. Lo
cual no está mal, pero hay que recordar que del otro lado están las
importaciones, y allí destaca el
rubro de compra de energía, donde por consecuencia de la guerra
se
incrementaría el costo en hasta u$s6.000 millones.
Hay,
además, una perversa coincidencia de calendario: el momento de mayor gasto energético coincide
con el momento en el que empiezan a flaquear
las ventas agrícolas de la cosecha gruesa.
Hay pronóstico de
tormenta con el dólar
Esto
lleva a que muchos analistas vean que, en vez de tener la calma del dólar asegurada hasta 2024,
hay probabilidades de nuevas
turbulencias bastante antes, más concretamente en el próximo
invierno.
"El
Banco Central va a un colapso en
la balanza cambiaria", dispara Salvador Di Stefano, consultor muy
influyente en el ámbito agropecuario, quien cree que el Gobierno erra sus políticas
y no se da cuenta que habrá "un descreme" en los precios agrícolas.
Su
visión es que la crisis cambiaria será
inevitable: "El gobierno sigue con la loca idea de atrasar el tipo de
cambio. El FMI le da herramientas al Banco Central para atrasarlo. Son socios
en el fracaso. Nosotros estamos viendo
otro canal, si persisten en esa política el ajuste vendrá por el lado del
mercado, cuando el Banco Central no tenga los dólares para pagar las importaciones,
pasajes al exterior, el pago de créditos o intereses de empresas
privadas".
En
la misma línea opina
un economista de quien se habla mucho en estos días por su condición de
"ministeriable" en reemplazo de Guzmán. Se trata de Martín Redrado, quien se muestra
escéptico respecto de que la brecha entre el dólar blue y el oficial pueda caer
por debajo del 80%, y señala que la gran debilidad del plan es que no genera incentivos para que el sector
privado traiga dólares al país.
"Este
plan ignora la característica
bimonetaria que tiene nuestra economía. Las medidas restrictivas
que hay sobre el programa monetario se hacen sobre la parte de pesos, y eso me
recuerda mucho a los errores que
tuvo el programa del 2018.
Los funcionarios del Fondo sólo miraban los pesos y no la generación de dólares
que se necesita. Es un error en una economía que se maneja transaccionalmente
en pesos pero que piensa en dólares", apunta Redrado.
Y
la sola comparación que
hace respecto del acuerdo de Macri con
el FMI es inquietante, porque da a pensar en una esquema de restricción de pesos donde,
igualmente, no se puede evitar la presión sobre el precio del dólar.
El dólar y el turismo internacional
Por
si faltaba algún elemento para alimentar los temores a una turbulencia
cambiaria de fin de año está el tema turístico. Una buena noticia, como el
avance en la lucha contra la pandemia de Covid, tiene el correlato de una
normalizacion del turismo internacional; y eso, en Argentina,
es sinónimo de salida masiva
de dólares.
Los
antecedentes no son muy tranquilizadores: en 2019, último año pre-pandémico,
los turistas argentinos se
llevaron unos u$s7.000 millones.
Y
este año, además del deseo de ponerse al día con los viajes, hay un factor
extra: se juega el Mundial de
fútbol de Qatar, en noviembre. Con "la Scaloneta" despertando
ilusiones y, además, con la certeza de que será la última participación de Lionel Messi con la
albiceleste, se descarta que la demanda de dólares para acompañar a la
Selección será alta.
Otra
ironía de la historia argentina: en el último Mundial, el de Rusia 2018,
también coincidió con la firma de un stand by con el FMI que rápidamente reveló
que no podía cumplir las expectativas generadas. De aquel torneo quedó la
imagen imborrable de los hinchas
argentinos entonando en la Plaza roja de Moscú, frente al Kremlin donde tiene sus oficinas Vladimir
Putin, un cántico dedicado al Gobierno nacional, con poco contenido futbolístico, pero ciento por ciento
argentino: "que baje el dólar, la puta que te
parió". Claro, cada vez que sacaban la tarjeta de crédito en Rusia se
encontraban con que sus costos aumentaban todos los días.
A
juzgar por los temores que expresan los economistas, hay altas chances de que
los hinchas que viajen
hasta Qatar puedan
repetir el mismo cántico en noviembre próximo, al comprobar que su estadía se
va encareciendo inesperadamente.
|