Domingo 27 - Por Laura Serra - Enfrenta un clima de tensión
creciente del oficialismo en el Congreso por el acuerdo con el Fondo Monetario.
En un clima de creciente tensión dentro de sus filas, el oficialismo se apresta
a votar dividido el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), cuya
llegada a la Cámara de Diputados es inminente. Ante el peligro de una sangría
interna, la cúpula oficialista prepara una estrategia de control de daños:
buscará acotar el debate en comisión y limitar las disidencias kirchneristas
con el propósito de enviar una señal que inhiba los signos de rebeldía en el
Senado, el bastión de Cristina Kirchner.
No
se trata de una misión sencilla: además de las diferencias ideológicas entre el
kirchnerismo y el oficialismo “de paladar negro” sobre la conveniencia de
renegociar la deuda con el FMI, lo cierto es que la demora del ministro Martín
Guzmán en enviar el texto del acuerdo al Congreso no hizo más que acrecentar
las dudas –y los fantasmas– sobre las exigencias que implicará su cumplimiento.
El Senado ya dio su ultimátum y anticipó que no dará a conocer su postura hasta
no tener el texto definitivo en sus manos. En Diputados, sin ser tan
explícitos, cunde una tensa expectativa a la espera del mensaje de Alberto
Fernández ante la Asamblea Legislativa, pasado mañana, y de la exposición de
Guzmán, cuando arranque el debate en la Comisión de Presupuesto.
Los
más optimistas descuentan que el acuerdo será aprobado en la Cámara de
Diputados con una amplia mayoría de votos propios y ajenos, pero admiten que
esto no alcanza. Su obsesión es acotar al máximo posible el número de
abstenciones kirchneristas para exhibir una votación contundente que sirva de
señal al Senado, hoy por hoy el escollo más difícil de superar.
“Por
ahora son 18 las abstenciones, tal vez haya un par de rechazos. Veremos si
podemos avanzar más”, confían en la cúpula oficialista. Entre quienes se
abstendrían figura Máximo Kirchner, el renunciante jefe del bloque del Frente
de Todos. En rigor, a nadie le entusiasma votar el acuerdo con el FMI. Será el
debate más traumático que le tocará enfrentar al oficialismo desde que asumió
Alberto Fernández, y la unidad del bloque, aunque logre sobrevivir esta
votación, quedará en jaque. Diferencias entre el pragmatismo y la ideología
El
ala más pragmática, en la que se enrola la mayoría de los legisladores del
interior que responden a gobernadores del PJ, enfatiza que no hay otra opción
más que cerrar el acuerdo pues, de lo contrario, sobrevendría el abismo del
default. En cambio, el ala ideologizada del bloque, en el que comulgan La
Cámpora y distintas voces del kirchnerismo, sostienen que votar la negociación
de Guzmán implicaría avalar una deuda ilegal contraída por Mauricio Macri.
Críticos de Guzmán, hicieron trascender que la negociación contenía dossiers
secretos con recetas de ajuste y deslizaron borradores que incluían reformas
jubilatorias, que luego el propio Fernández debió relativizar.
En
medio de recelos y desconfianzas mutuas, la disputa dentro de la bancada es
descarnada. “Nosotros somos la coalición de gobierno y, como tal, debemos tener
la responsabilidad de apoyar al presidente Fernández –replicó el entrerriano
Marcelo Casaretto, crítico de Máximo Kirchner y sus adláteres, en una
entrevista con la nacion–. Algunos tienen sus dudas porque tal vez se quieren
preservar para luego decir ‘yo no lo voté’, ‘yo no estaba tan de acuerdo’ y así
cuidarse del eventual costo político que pueda generarle este acuerdo en el
futuro”.
Las
palabras de Casaretto –que sintetizan lo que muchos piensan en el bloque– no
hicieron más que desatar una batahola interna. Desde la cúpula oficialista le
reclamaron al entrerriano que calle sus críticas y no resquebraje aún más la
frágil convivencia. La misma reprimenda recibió, en su momento, el diputado
Itai Hagman, del Frente Patria Grande, cuando anticipó que al menos una
treintena de sus compañeros kirchneristas se abstendrían en la votación.
Más
allá de sus diferencias políticas, lo cierto es que kirchneristas y
oficialistas de paladar negro están unidos por la incertidumbre. Desde la Casa
Rosada hicieron trascender que la postergación obedeció a las diferencias entre
el gobierno argentino y el staff del FMI sobre la magnitud del ajuste en las
tarifas energéticas: Guzmán propuso un aumento cercano al 40% para este año
–una variación bastante menor a la que reclama el FMI para que se reduzca el
déficit–, pero representa el doble de lo ratificado para 2022 por los hombres
de Cristina Kirchner. La cuestión tarifaria divide las aguas en la bancada. A
la renuencia kirchnerista de avalar un tarifazo los diputados del interior no
se escandalizan. Muy por el contrario. “Nosotros, en las provincias, ya estamos
pagando tarifas de luz y de energía con aumentos muy superiores al 20% que
propone el kirchnerismo para el área metropolitana. Sería bueno sincerar
públicamente el debate”, desafían.
Lo
que preocupa a los diputados del interior es de qué magnitud será el recorte de
las transferencias a las provincias, sea para gastos corrientes o de capital
(obras públicas), para hacer frente a la reducción del déficit comprometido con
el FMI.
“Guzmán
sostiene que no habrá ajuste del gasto porque se afrontará la reducción del
déficit con mayor crecimiento de la economía. Sin embargo, no está claro cuánto
crecerá el PBI este año y los posteriores: el Gobierno es muy optimista pero no
así el FMI”, deslizan.
“Además,
está la cuestión de los desembolsos que hará el Fondo de manera trimestral,
cuando se cierre el acuerdo. ¿Por qué a Mauricio Macri se le otorgaron los
45.000 millones de dólares de manera contante y sonante mientras que al
gobierno de Fernández se lo condiciona con revisiones trimestrales?”, acicatean
los más críticos. En medio de estas aguas turbulentas, el presidente de la
Cámara de Diputados, Sergio Massa, y el jefe del bloque de diputados
oficialistas Germán Martínez, intentan llevar el barco a buen puerto. “Vamos a
tener un debate corto pero intenso en la Comisión de Presupuesto,”, anticipó
Martínez. El objetivo es llegar al recinto a mediados de marzo para que el
Senado pueda finalizar el debate antes del 22, fecha límite antes del default.
Si no se llega a tiempo, la deuda entrará en zona roja y Guzmán tendrá que
conseguir que el FMI acepte que la negociación está muy bien encaminada y
tramite ante el Banco de Basilea un crédito urgente para que la Argentina pueda
pagar la cuota de 2800 millones de dólares y evitar así el incumplimiento. “La
intención es evitar llegar a ese límite”, afirma Martínez, convencido de que
una mayoría, hoy silenciosa, terminará por avalar el acuerdo.
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