Por Diego Cabot - Una
vez más, está de vuelta aquel enero de 2007. ¿Qué pasó entonces? Fue el inicio
de la intervención del Indec y la inauguración de la política del miedo, las
amenazas, los maltratos, el escrache y la ley de abastecimiento como remedio
para bajar el precio de los alimentos. Fue Guillermo Moreno el que usó aquella
fórmula contra la inflación. Hoy, casi 15 años después, el herramental regresa
con todo su esplendor. O mejor dicho, con todos sus fracasos a cuestas.
Moreno ya no está y
el protagonista es Roberto Feletti, el secretario de Comercio Interior que
lleva pocos días en el cargo. Se propone congelar precios y blande la amenaza
de la aplicación de la ley. Aquí el punto: en la Argentina, el Estado, y menos aún
un burócrata, no puede determinar el precio de un kilo de yerba en el comercio
de la esquina o de un caramelo en el quiosco del barrio. El papel higiénico no
es la electricidad o el gas, que son servicios públicos regulados, y por eso el
funcionario no tiene más opción que acordar un listado “voluntario” o amenazar
con aplicar la ley. ¿Qué ley? La ley de abastecimiento, una norma polémica y
calificada de inconstitucional desde el momento en que se sancionó, en 1974.
De ahí el problema
que tiene la desgastada e ineficiente fórmula de controlar la inflación apenas
con una libreta para anotar los precios de góndolas y retar en público al que
no cumple. Sucede que este esquema funciona con el miedo y las amenazas como
elemento unificador de las conductas empresarias.
Néstor Kirchner y
Guillermo Moreno lo entendieron a la perfección. Las amenazas que propinaba el
entonces secretario eran concretas, o por lo menos los empresarios le
reconocían al funcionario poder de daño sobre sus activos. Los ejecutivos sabían
que detrás de aquellos insultos y gritos era posible que llegaran otras
acciones que podían poner en riesgo el negocio, la marca, las ventas o la
reputación. Y hasta proyectaban en esas amenazas la posibilidad de perder la
empresa.
Con ese nivel de
consecuencias, acordar precios de algunos productos para mantener las formas
era casi un juego. Firmaban sin demasiados reparos. Entregaban algún paquete de
yerba barata y ampliaban las versiones de mejor calidad con la mirada cómplice
del funcionario. Todos satisfechos: el Indec tomaba ese precio “acordado”, las
grandes cadenas ofrecían el stock que podían, Moreno completaba su planilla de
cálculos sin cambios y los consumidores validaban los precios que les ofrecían,
lejos de aquella fábula montada por aquel elenco del primer kirchnerismo.
Esa obra de
simulación económica necesitaba que todos los actores, los principales y los de
reparto, supieran el repertorio de sanciones que les podían caer encima si no
firmaban o si no “acordaban”. Dice el dicho popular que “por interés baila el
mono”; por miedo, también.
El temor al
escrache o a las represalias coronaba aquella tertulia. Si no, basta recordar a
Shell. La petrolera no retrotrajo un par de puntos el precio de los
combustibles y el presidente Kirchner llamó a un boicot. Moreno, fiel ejecutor
de lo que dictaba su jefe, le inició 113 causas penales al entonces presidente
de la petrolera, Juan José Aranguren, y todas se basaron en la ley de
abastecimiento. Del otro lado estaba la obediente YPF, en ese momento, en manos
españolas.
Shell persistió en
la defensa de sus causas y ganó los procesos: 113 la petrolera; cero el
Gobierno. YPF fue expropiada: US$9000 millones se llevaron los españoles de
indemnización; US$1000 millones la Argentina, que es la valuación que tiene la
empresa. Ahora Feletti vuelve con aquella ley de abastecimiento como la espada
con la que domará los precios. Algo así como John Wayne con balas de goma.
En la mesa de
negociaciones con los empresarios nadie descarta que regrese aquel herramental.
En las últimas 48 horas se repitió hasta el cansancio que si no hay acuerdo se
aplica la ley. No se dice cuál, pero todos saben que es la de abastecimiento.
No tiene posibilidad, ya que no existe una norma que defina el precio de los
alimentos en 280.000 puntos de venta en todo el país.
El filtro de la Constitución
Justamente, esa ley
es muy cuestionada desde lo constitucional. Nadie duda, actualmente, de su
vigencia desde que el Poder Legislativo la modificó en 2014. Pero como se
construyó sobre los andamios de otra que fue atacada judicialmente durante años
por comprometer derechos constitucionales, no son pocos los que opinan que la
actual legislación también adolece de los mismos vicios.
En los despachos
oficiales se habla de que se usará la resolución 100, que estableció Precios
Máximos al inicio de la pandemia. Esa norma, justamente, se basa en las
atribuciones que la ley de abastecimiento le entrega al Poder Ejecutivo. De
una, pues, deriva la otra.
Alguna vez el Grupo
de los Seis, que reúne a la Unión Industrial, la Sociedad Rural, la Cámara de
Comercio, la Cámara de la Construcción, la Bolsa de Comercio y la Asociación de
Bancos Privados de Capital Argentino, pidió la inconstitucionalidad de la ley.
Pero sucede que, más allá de los dichos, nunca se aplicó para los alimentos.
Sin aplicación no hubo caso judiciable y la cuestión se tornó abstracta.
El camino normativo
empezó en 1974. Poco antes de la muerte del entonces presidente Juan Perón, y
con el nombre de “ley de abastecimiento y represión del agro”, el Congreso
sancionó la ley 24.680. En su redacción original se establecía, en el artículo
12, que “los funcionarios podrán allanar comercios o empresas y requerir el
apoyo policial si fuera necesario; secuestrar documentación; intervenir la
mercadería en infracción; clausurar establecimientos, y citar a los ejecutivos
de una empresa”.
Pero, sin dudas, el
punto más dudoso era el que le daba al Gobierno la facultad de pedir a un juez
la “detención preventiva de los presuntos responsables por el término de hasta
48 horas, cuando sea necesario para el esclarecimiento de la infracción”, así
como fijar precios máximos o márgenes de utilidad. En 2014, la nueva ley
eliminó algunas de las disposiciones más controversiales, como las penas
privativas de la libertad, y al mismo tiempo incorporó un régimen con
importantes herramientas con las que el Gobierno podría intervenir con fuerza
en la economía y en el comercio. A esto se suman facultades para restringir el
derecho de propiedad y la autonomía contractual de los privados.
En 1991, cuando se
promulgó el decreto de desregulación económica, después ratificado por el
Congreso, se suspendió el ejercicio de las facultades otorgadas por la ley,
“salvo la declaración de emergencia de abastecimiento dictada por el Congreso”,
dice el decreto.
Pero aquella
derogación no fue total: quedó en pie el inciso “C” del artículo 2, donde “el
Poder Ejecutivo podrá (...) dictar normas que rijan la comercialización,
intermediación, distribución o producción”, dice. Esa fue la base que utilizó
en abril de 2006 Guillermo Moreno, entonces secretario de Comercio Interior,
cuando dictó una resolución mediante la cual intervino en el mercado de la
carne vacuna fijando precios de referencia.
Hoy no hay dudas
respecto de la vigencia, pero se mantienen las que cuestionan la constitucionalidad
del entramado jurídico. Por ejemplo, la reforma de 2014 entrega aún más
facultades a los órganos administrativos para intervenir. Ahora, la autoridad
podrá imponer el previo pago de las multas sin dar derecho de defensa, además
de que se ampliaron las herramientas para requerir información y documentos y
se da la posibilidad de disponer la venta, producción, distribución o
prestación de bienes o servicios.
Feletti amenaza con
una norma desgastada y polémica. Alguna vez esta forma de encolumnar voluntades
fue posible cuando se la complementaba con el temor como fondo de pantalla, un
sistema que muchos llamaron “la política del garrote”. Ahora no hay tantos
temores hacia el Gobierno. Claro que hay maneras de generarlo rápido. Y nadie
qui--ere ser la Shell del cuarto kirchnerismo.
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