Por Pablo
Wende - No los une el amor,
sino el espanto. Alberto Fernández y los principales empresarios
argentinos tienen hoy una preocupación común: evitar un nuevo estallido
inflacionario y cambiario luego de las elecciones legislativas. El miedo no es
caprichoso ni mucho menos; está basado en la gran fragilidad económica y
también política que debe enfrentar el Gobierno. Este escenario podría
agravarse mucho si el resultado de las elecciones vuelve a ser contrario al
oficialismo.
El diálogo “abierto
y sincero” que mantuvo el lunes el Presidente con algunos de los hombres de
negocios más importantes de la Argentina no tuvo un objetivo electoral. De
hecho difícilmente le aporte un solo voto a los candidatos oficiales. El
propósito fue asegurar cierto nivel de gobernabilidad pensando en el día
después del 14 de noviembre. Una nueva derrota dejaría a Alberto Fernández aún
más debilitado y sin poder alguno para llevar adelante las correcciones
imprescindibles que requiere una economía llena de distorsiones.
No avanzar con esa
agenda que inevitablemente lleva a un ajuste post-elecciones podría desatar una
situación inmanejable. Hoy resulta imposible imaginar que se pueda atravesar el
verano haciendo la “plancha” y evitar una nueva crisis que empeore aún más la
delicada situación social que vive la Argentina.
Sin embargo, no hay
un solo dato concreto que permita hoy vislumbrar otro escenario, un giro que
cambie de plano lo que viene intentando el Gobierno en materia de política
económica. La respuesta luego de la derrota en las PASO es seguir haciendo
más de los mismo, pero más rápido: más gasto, más cepo y más controles de
precios. Las viejas recetas ya fracasadas, pero con más énfasis.
Mientras tanto, las
empresas buscan amortiguar las consecuencias de este complejo escenario que hay
por delante. No sólo se trata de dolarizarse para esperar con más tranquilidad
el escenario electoral. También hay conversaciones permanentes de alimenticias
y supermercadistas con referentes de movimientos sociales. El reparto de comida
instrumentado por los propios privados se da como un hecho para llegar a las
fiestas sin sobresaltos en las puertas de los supermercados y los comercios.
Este escenario se vuelve aún más peligroso si se acentúan las internas dentro
del Gobierno en caso de un resultado desfavorable en cuatro semanas.
Señales
Las señales sobre
el rumbo que quiere adoptar el Gobierno después del 14 de noviembre no son
fáciles de leer. Y eso también inquieta al mundo empresarial. La decisión del
flamante secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, de ir
nuevamente hacia un congelamiento masivo de precios no resiste el menor
análisis. Durante la pandemia se congelaron los precios de más de 2.000
productos en supermercados y el resultado está a la vista: la inflación de este
año rozará el 50%. Si algo ya demostró su inutilidad absoluta en la
Argentina son los congelamientos de precios, sobre todo cuando no hay cambios
de fondo en la política económica. El año que viene no pinta mejor: ese 50%
parece mucho más un piso que un techo de cara al 2022.
El episodio merece,
no obstante, una mirada más profunda. El funcionario se presentó junto
a Débora Giorgi, es decir dos históricos funcionarios que siempre han
respondido ciegamente a Cristina Kirchner. Se trata, en definitiva,
de una nueva ofensiva de la vicepresidenta por imponer sus políticas y también
a gente de su mayor confianza para llevarlas adelante. Es obvio que ambos
quedan en una suerte de “banco de suplentes” por si la situación post electoral
requiere de “cirugía mayor” en el área económica.
Nostalgia selectiva
Desde el año pasado
que Cristina está obstinada por reivindicar los supuestos resultados económicos
de su gestión, pese a que se fue en 2015 con una bomba económica a punto de
explotar: duro cepo cambiario, un Banco Central sin reservas, más de USD 15.000
millones vendidos en contratos futuros y un déficit superior a 5% del PBI.
El propio Alberto
Fernández le dio el gusto a su compañera de fórmula. Durante el Coloquio de
IDEA dedicó una parte de su presentación a brindar una lectura edulcorada de lo
que fue la gestión de Cristina y su legado. Según él fueron años de gran
generación de empleo, crecimiento y casi sin planes sociales. “En ese momento
el reclamo no era por empleo sino por la suba del mínimo de Ganancias”,
explicó. Conclusión: la fórmula para salir de la crisis y volver a crecer es
regresar a los años previos al 2015, ese mismo período que él mismo criticaba
duramente cuando había regresado al llano.
El ministro Guzmán
con la directora del Fondo, Kristalina Georgieva. Un acuerdo con el Fondo,
¿puede esperar hasta marzo?
El acuerdo con el
FMI es otro de los pasos imprescindibles que habrá que dar para alinear
expectativas y diseñar un nuevo rumbo económico. Tanto el Presidente como el
ministro de Economía, Martín Guzmán, dejaron en claro en distintas reuniones
que la vocación es llegar a un acuerdo. Sin embargo, también allí hubo señales
confusas, ya que la idea sería tomarse unos cuantos meses para
arreglar. “Sería en el primer trimestre de 2022″, aclararon. ¿Puede la
economía argentina darse el lujo de pasar casi todo el verano sin un acuerdo?
Pronto se sabrá la respuesta.
El Gobierno se
muestra inflexible en punto, que no está relacionado con el programa en sí,
sino con las condiciones que impone el organismo. El “sobrecargo” luce hoy como
un tema innegociable. Se trata de una tasa adicional que cobra el FMI por
refinanciar a países que recibieron un préstamo que excede lo que le
corresponde por su cuota.
Según el estatuto
del FMI, la tasa de sus préstamos aumenta en un adicional de 2 puntos
porcentuales si el financiamiento excede el 187,5% de la cuota, que claramente
es el caso argentino. Pero además se cobra un punto porcentual adicional cuando
el crédito se extiende por más de 51 meses, que también impacta en la
Argentina, teniendo en cuenta que se negocia un plan a 10 años.
Por lo
tanto, la refinanciación que se negocia con el FMI ya no es a un interés
de 4% ó 4,5% anual, sino que podría elevarse hasta el 7% anual en dólares. El
G-20 pidió que se suspenda este “cobro extra” y el Gobierno confía en que será
posible lograrlo. Pero no depende del staff del FMI sino de los directores de
la entidad, que deberían aprobar un cambio del estatuto para favorecer
específicamente a la Argentina. Guzmán quiere llevar la discusión hasta las
últimas consecuencias. ¿Significa eso que podría incluso arriesgar un default
con el organismo? Es otra de las preguntas que se develará en breve.
El jefe de
Gabinete, Juan Manzur, exponiendo ante inversores en Nueva York, flanqueado por
el embajador Arguello y el ministro Guzmán
El jefe de
Gabinete, Juan Manzur, se encargó de ratificar ante inversores de Wall
Street que el plan es acordar con el FMI: “Vengo en representación de todo
el Gobierno. Tenemos vocación de llegar a un acuerdo y Cristina también está
convencida”. El funcionario recibió preguntas sobre cómo sigue la política post
electoral: “Más allá del resultado, el peronismo seguirá unido”, aseguró en
Nueva York.
Martín Guzmán
estuvo lejos de tranquilizar a los inversores que lo fueron a escuchar, pese a
que la reunión duró tres horas y media. Aseguró que luego de las elecciones
seguirán el cepo y las intervenciones oficiales para controlar el tipo de
cambio y la brecha. Y no dudó en elogiar el rol del Estado: “La economía
argentina se mueve en un sendero muy finito. Lo único que podemos hacer es
aumentar el gasto en términos reales, pero bajar el déficit al mismo tiempo”,
señaló. La única salida para lograrlo sería cobrando más impuestos.
Faltando solo
cuatro semanas para las elecciones, el principal interrogante sigue siendo si
el Gobierno podrá dar vuelta la elección. El economista Fernando
Marull aporta un dato económico para llegar a conclusiones políticas. “El
salario real de hoy es consistente con niveles de voto del 30% para el
oficialismo. Para que el oficialismo sueñe con un 40%, el salario real hoy
debería ser 7% mayor al actual, teniendo en cuenta exclusivamente el voto
bolsillo”.
En otras
palabras, los niveles persistentes y elevados de inflación opacan el “plan
platita” que el Gobierno está llevando adelante. Los beneficios en materia de
ingresos son de corto plazo y rápidamente quedan detrás de los aumentos de
precios. Algo que difícilmente se pueda cambiar con medidas desesperadas
como un nuevo congelamiento, resistido por las principales cámaras alimenticias
y supermercadistas.
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